El silencio denso que cayó entre Jack y Ava fue roto por una voz profesional.
—Ahora, a lo que vinimos —dijo Jack, recuperando la compostura con un asentimiento breve—. Vamos a hablar del implante.
Jack procedió a explicar el procedimiento a los padres de Ava, pero su enfoque se dirigía constantemente a Leo, asegurándose de que el niño no se perdiera ni un detalle.
Con fluidez y precisión, Jack utilizaba el lenguaje de señas mientras hablaba. Explicó a Leo cómo el implante coclear funcionaría, cómo sería la cirugía y, crucialmente, cómo sería la etapa de recuperación y terapia auditiva después. Su calma y su habilidad para comunicarse con Leo llenaron de alivio a Ava.
Al terminar, Jack guardó su estetoscopio y se despidió de la familia con una promesa de volver a revisar los estudios de Leo.
—Tengo que atender un par de pacientes más. Ya hablamos —dijo a los padres, dándoles una sonrisa tranquilizadora antes de dirigirse a la puerta de la sala.
Ava, que había estado conteniendo la respiración, tomó una bocanada de aire profundo. Lo sabía. Si lo dejaba irse ahora, pasarían otros diez años.
En un impulso, salió disparada al pasillo, justo antes de que Jack doblara la esquina.
—¡Jack! —lo llamó.
Él se detuvo en seco, dándose la vuelta. La luz del hospital resaltaba el verde profundo de sus ojos.
—Oye, ¿estás enterado de la boda de Gabriel y Gabriela?
Jack sonrió, una sonrisa tranquila y nostálgica.
—Sí, por supuesto. Gabriel me llamó hace unas semanas. De hecho, me pidió que fuera su padrino de honor.
Ava asintió. —A mí Gabriela me dijo que seré su dama de honor.
Una electricidad silenciosa llenó el pasillo. Ambos iban a ser figuras centrales en la boda. Ambos pasarían, inevitablemente, mucho tiempo juntos.
Jack se rió, y el sonido hizo vibrar algo dentro de Ava.
—Bueno, pues entonces tendremos que salir y ponernos al día. Necesitamos estar en perfecta sintonía para cuando nos toque la marcha nupcial.
—Me encantaría —aceptó Ava, sintiendo un rubor en las mejillas.
Esa tarde, ya en casa, Ava llamó a Gabriela.
—¡Tienes que decirme algo! ¿Sabías que Jack estaba aquí? —preguntó Ava, tratando de sonar casual.
—¡Sí, lo sabía! Quería que fuera una sorpresa. ¿Y adivina qué? ¡Me dijo Gabriel que Jack se va a encargar del caso de tu hermano!
Ava sintió un escalofrío. —Sí, él es el médico. El doctor tan recomendado de Estados Unidos.
—¡Eso no es casualidad, Ava! ¡Es el destino! —exclamó Gabriela del otro lado. —Esta es tu segunda oportunidad.
Ava dudó, la vieja inseguridad regresando. —Gaby, ya pasaron diez años. Seguro él ya tiene pareja.
—¡No! —dijo Gabriela con firmeza. —Puedo confirmarte que, durante todos sus años de universidad y residencia, nunca volvió a tener novia. Chicas le sobraron, Ava, pero novia formal, nunca. Nunca fue capaz de reemplazar lo que tenía contigo.
La esperanza se encendió en el pecho de Ava, cálida y brillante.
Esa noche, se arregló meticulosamente. Se puso el vestido más favorecedor que tenía. Jack vendría a buscarla a su departamento.
El timbre sonó. Ava abrió la puerta, y Jack estaba parado ahí, con un saco oscuro que hacía juego con sus ojos.
Jack la miró y, con su voz profunda, le susurró: —Estás más hermosa que nunca, Ava.
Fueron a un pequeño restaurante. Al principio, la tensión era palpable. Ambos hablaban de manera formal sobre sus carreras: él de su vida como médico, ella de su pasión por ser maestra.
Pero a medida que la conversación fluía, la formalidad se disolvió. Empezaron a beber, y el alcohol hizo su magia, relajándolos y reavivando la chispa enterrada. Pronto, hablaban con la intimidad y la familiaridad de los amantes que se conocieron en la adolescencia.
Sin saber cómo, las risas en el coche se convirtieron en manos entrelazadas. Las manos entrelazadas se convirtieron en un beso apasionado en el pasillo de su edificio.
Sin darse cuenta, estaban dentro del departamento de Ava, la puerta cerrada de golpe.
Jack la besaba con una pasión desenfrenada. Su boca, su cuello. La abrazaba, la tocaba y le susurraba al oído, la voz ronca.
—Te extrañé demasiado, Ava. La única mujer que amé... siempre fuiste tú. Nunca fui capaz de olvidarte, a pesar de todo.
Ava le respondió con la misma intensidad, aferrándose a su cuello.
—Yo también te amo, Jack. Siempre te he amado.
Entonces, todo se volvió oscuro.
El sol entró por la ventana, iluminando suavemente la habitación. Ava abrió los ojos y sintió un dolor sordo en la cabeza, cortesía del alcohol de la noche anterior.
Intentó moverse, pero unos fuertes brazos le impedían el paso. Se giró.
Allí estaba Jack, a su lado, medio desnudo.
El pánico se apoderó de ella. Miró su cuerpo: solo llevaba su bata de seda.
Una oleada de emociones la golpeó. Felicidad por tenerlo a su lado, mezclada con una angustia horrible. Lo habían hecho. Habían tenido la relación que deseaba con Jack, la culminación de diez años de anhelo.
Pero... no recordaba nada. Nada. La frustración era una presión asfixiante.
En ese momento, Jack se despertó. La vio alterada y se incorporó ligeramente.
—¿Qué pasa, Ava? ¿Estás bien?
—Jack... ¿Tuvimos... relaciones sexuales? —preguntó ella, la voz temblando, pues sabía que, técnicamente, aún era virgen y si lo habían hecho, ella no recordaba el momento que había soñado por diez años.
Jack se echó a reír, un sonido cálido y grave que le llenó el pecho.
—Por esa misma razón no quise tener sexo contigo hace diez años —dijo, sonriendo con ternura. —No quería ser solo un mal recuerdo o un recuerdo que pudieras olvidar.
Se acomodó de nuevo en la cama, acercándola a él. Le acarició el cabello, le besó la frente y la tranquilizó.
—Tranquila. No pasó nada, mi amor. Solo nos besamos mucho... hasta que caíste inconsciente en mis brazos. Te llevé a la cama, te puse cómoda, y como ya era tarde, decidí quedarme. Solo me quité la camisa. Yo jamás te faltaría el respeto, Ava.
#5997 en Novela romántica
#2472 en Otros
#709 en Humor
amistad amor y humor, futuro incierto, perspectiva adolescente
Editado: 19.11.2025