Las señales de tu mirada

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Los días se deslizaron en el hospital con una mezcla de ansiedad y esperanza. Mi vida se había transformado en un ir y venir constante entre el quirófano, las rondas de pacientes y la pequeña sala de espera donde los padres de Leo aguardaban. Cada vez que los veía, mi corazón se encogía un poco, pero me recordaba la promesa que me había hecho a mí mismo: Leo volvería a escuchar.

​"Las posibilidades son del cien por cien", les dije un martes por la tarde, con una sonrisa que apenas podía contener la emoción que me embargaba. "La operación es factible, y todo indica que será un éxito rotundo".

​La madre de Leo se llevó las manos a la boca, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez eran lágrimas de pura felicidad. El padre, un hombre que siempre había irradiado una presencia fuerte y autoritaria, se desplomó en el sillón, el alivio visible en cada músculo de su cuerpo.

​"¡Oh, Jack!", exclamó la madre, sus palabras apenas un susurro. "No sé cómo agradecerte. Has hecho tanto por nosotros, por Leo... Nunca podremos pagarte esto".

​El padre, recuperándose un poco, asintió vigorosamente. "Sí, Jack. Muchísimas gracias. Y… yo… quiero pedirte perdón". Su voz se quebró ligeramente. "Perdón por la forma en que te traté cuando salías con mi hija. Fui un tonto. No vi el hombre valioso que eras. Me equivoqué, y lo lamento profundamente".

​Me reí, un sonido genuino que me sorprendió incluso a mí mismo. "No se preocupe, señor. Lo entiendo perfectamente. Es el papel de padre. Estoy seguro de que cuando yo tenga una hija con Abba, actuaré igual… o incluso peor".

​El padre de Leo me miró con una expresión confusa, como si mis palabras no se hubieran registrado del todo. "Claro, será así", masculló, y luego, de repente, sus ojos se abrieron de par en par. La sangre le subió a la cara, tiñéndola de un rojo furioso. Estaba a punto de decir algo, de soltar una de sus reprimendas, cuando la madre de Leo intervino, interrumpiéndolo con una pregunta que cortó el aire tenso.

​"¿Eso quiere decir que... que vas a volver a salir con Abba?", preguntó, una chispa de esperanza brillando en sus ojos.

​Asentí, mis ojos fijos en ella, y luego en el padre. "Eso es lo que tengo en mente. Durante estos diez años, nunca pude olvidarla. Y todavía la sigo amando. Si ustedes me dan su permiso, me gustaría pasar el resto de mi vida con ella".

​Ambos padres se quedaron en silencio, el shock evidente en sus rostros. Luego, una sonrisa suave comenzó a formarse en los labios de la madre, y el padre, aunque todavía un poco pálido, asintió lentamente.

​"Sabiendo todo lo que han pasado ustedes dos", dijo el padre, su voz ahora mucho más calmada. "Estamos de acuerdo. Si es lo que ambos desean, tienen nuestra bendición para casarse".

​Miré a Leo, que había estado observando la escena con una curiosidad infantil. "¿Y tú, Leo?", le pregunté, una sonrisa en mis labios. "¿Estás de acuerdo con que me case con tu hermana?".

​Leo, sin dudarlo, hizo una seña con las manos. Era un "sí" claro y enfático, acompañado de otra seña que me dejó sin aliento: "Siempre fuiste mi salvador y mi mejor amigo".

​Los padres de Leo, que no habían visto la última parte de su comunicación, se miraron con confusión. "¿Salvador?", preguntó la madre. "¿A qué se refiere Leo con eso?".

​Leo tomó un respiro, sus ojos serios, y luego comenzó a hacer señas con una intensidad que nunca le había visto. Les contó la verdad sobre el accidente de hace años. Les explicó que fui yo quien lo salvó, que gracias a mí solo perdió la audición. Les dijo que si no hubiera hecho algo, o si la moto me hubiese atravesado a propósito, tal vez ahora estaría muerto.

​La madre de Leo comenzó a llorar, un sollozo profundo que le sacudió el cuerpo. El padre me miró, sus ojos llenos de una pregunta silenciosa. "¿Es eso verdad, Jack?".

​Afirmé con la cabeza, mi mirada baja. "Sí, es verdad. Pero no me veo como un héroe. Más bien, me afectó mucho el hecho de que por ese accidente, Leo perdiera la audición. Durante años me colgué eso. Por esa razón quise ser médico, para poder ayudar a los demás y que no volvieran a pasar casos como el de Leo".

​Ambos padres se abrazaron, sus lágrimas mezclándose. El peso de la verdad, largamente oculta, finalmente se había revelado. La madre de Leo estaba comenzando a agradecerme por haberme sacrificado y ayudado a su hijo hace tantos años, cuando la puerta se abrió y Abba entró en la sala.

​"¿Qué está pasando aquí?", preguntó, su voz denotando preocupación al ver los rostros llorosos de sus padres.

​La madre, entre sollozos, le contó lo que Leo les había dicho. Los ojos de Abba se abrieron de par en par, y luego se clavaron en mí. "¿Es eso verdad, Jack?".

​Asentí, mi garganta seca. "Sí, Abba. Es verdad".

​Al principio, Abba se quedó en silencio, una mezcla de dolor y rabia en su rostro. "¡¿Por qué?!", gritó, sus ojos llenos de lágrimas. "¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué nunca te enfrentaste a tu familia? ¿Por qué volviste a quedarte callado?".

​Le confesé, mi voz apenas un susurro. "Era por miedo y por vergüenza. Mi objetivo era salvarlo, y vi más bien que había perjudicado su vida".

​"¡Eso no es así!", gritó Abba, sus lágrimas desbordándose. "Si hubiéramos elegido entre la vida de mi hermano y vivir con sordera, ¡nosotros hubiéramos elegido que él siguiera viviendo con sordera! No te culpes por algo que no fue tu culpa. Tú lo salvaste. Sin ti, tal vez ahora yo no tendría hermano. Y que ahora seas un médico que está dispuesto a hacer que él recupere la audición...". Sus ojos se llenaron de más lágrimas. "Estoy muy agradecida de que lo hayas salvado hace tantos años, pero no entiendo por qué nunca me comentaste que lo habías hecho. Me volviste a mentir y te volviste a quedar callado. Me habías prometido que jamás me volverías a guardar algún secreto", preguntó Abba, su voz temblaba. "¿Acaso sigues siendo el mismo Jack de hace años, al que le encanta guardar secretos?".




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