Las señales de tu mirada

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​"No, Jack. Responde," insistió, sus ojos color miel, ahora turbios por las lágrimas, me taladraban. "Me prometiste que no habría más secretos. Y aquí estás, revelando que toda mi vida adulta se basó en una mentira que me contaste por omisión. Que el hombre al que amo es el que salvó a mi hermano y nunca me lo dijo. ¿Acaso creíste que era demasiado frágil para manejar la verdad?".

​El reproche era justo. Me golpeó. No solo había mentido, sino que había subestimado su fuerza.

​"No fue para protegerte a ti, fue para protegerme a mí mismo de mi propia culpa. En mi cabeza de adolescente, hice un trato. Salvé la vida de Leo, pero él perdió su audición. Me castigué con el silencio. Si me hubiese acercado a ti o a tu familia después, con la verdad, habría tenido que enfrentar lo que hice. Y no podía. No podía verlos y saber que por mi culpa...".

​"¡No fue tu culpa, Jack!", gritó de nuevo. "¡Tú salvaste una vida! La vida de mi hermano. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Te has colgado una culpa que no te pertenece por una década entera

-perdóname jamás fue mi intención lastimarte a ti o a tu familia Yo solo quería yo solo quería pagar por mis errores

"No lo sé, Jack. En este momento, no siento admiración, siento que me has engañado. No sé si todo lo que hemos vivido es un amor real o solo la culminación de un plan de diez años para reparar el daño que crees que hiciste. Mi vida contigo es un secreto que no pedí. Necesito saber quién soy sin esta sombra, y necesito que tú te encuentres de verdad. Lo siento, no puedo seguir."

Los días se convirtieron en una rutina gris. Mi único consuelo era visitar a Leo en el hospital. Él se recuperaba bien, aunque su energía se sentía apagada, como si la tristeza de mi corazón lo alcanzara. Y en cada visita, ignoraba a Jack por completo. Si él estaba en el pasillo, yo giraba en la dirección opuesta. Si entraba a la habitación, yo salía.

​Una tarde, mis padres me acorralaron suavemente en la sala, con Leo sentado entre ellos, jugando con una consola sin sonido.

​—Cariño, sabemos que estás dolida —empezó papá, su voz calmada y comprensiva—. Pero Jack no es un mal chico.

​—Él hizo esto por Leo, Ava —añadió mamá, mirándome con esa expresión que solo las madres pueden lograr—. Él sabía lo importante que era esa operación para ti.

​—Lo sé —dije, sintiendo un nudo en la garganta—. Entiendo por qué lo hizo. No fue por maldad. Pero... ¿entienden lo que se siente? Saber que todo lo que viviste con una persona está construido sobre una mentira. Me siento estúpida, herida, lastimada.

​Leo, que había estado observando la conversación, tocó el brazo de mamá y me hizo señas con una sonrisa triste:

[Lengua de Señas de Leo] “¿Cuándo volverán a ser amigos? Lo extraño. Quiero verlos juntos otra vez.”

​Ver la expresión de mi hermano casi me rompe. Era tan inocente.

​—Mi amor, yo también lo extraño —le respondí, signando lentamente—. Pero no sé si puedo confiar en él de nuevo. No sé si lo nuestro puede ser, no con tantas mentiras.

​Mis padres intercambiaron una mirada. Sabían que, si bien el perdón era una opción, la confianza perdida no era fácil de restaurar.

​Mientras Leo se preparaba para la cirugía de implante coclear, los planes de boda entre Gabriel y Gabriela cobraban vida.

​Yo estaba en una pequeña y ruidosa cafetería con Gabriela. Habíamos acordado esperar juntas la llamada del hospital. El silencio era tenso, roto solo por el murmullo de la gente y el ruido de la cafetera.

​—¿Estás bien, Ava? —me preguntó Gabriela, deslizando una servilleta debajo de mi taza.

​—Nerviosa. Y no solo por Leo.

​Gabriela suspiró, revolviendo su café.

​—Sé que te ama, Ava. Jack está destrozado. Nunca lo había visto así. Siente que lo perdió todo por una estupidez. Pero, viéndote, me recuerdo a mí misma cuando era joven...

​—¿Tienes miedo, Gabi? Por la boda, por Gabriel...

​—Sí, mucho —dijo ella, con una honestidad sorprendente—. Gabriel es un hombre maravilloso, y amo cómo me mira. Pero el miedo a que no funcione, a que todo se rompa de nuevo, está ahí. Es aterrador arriesgar el corazón por segunda vez.

​Me quedé en silencio, asimilando sus palabras.

​—Pero te voy a decir algo sobre Jack, Ava. Y escúchame bien —Gabriela me tomó la mano con firmeza—. No hay persona en este mundo que ame más a Jack que tú, ni viceversa. Ustedes son esa clase de amor, ¿sabes? El que te llega al alma y te cambia la vida. Él te ama. Y tú lo amas. No dejes que una mentira te robe una verdad tan grande.

​Justo en ese momento, mi teléfono vibró. Un mensaje del hospital.

«La cirugía ha finalizado. El paciente ha sido trasladado a la sala de recuperación. Todo fue un éxito.»

​—¡Gabi, ya salió! —exclamé, la taza temblando en mis manos.

​Ambas nos levantamos de golpe, tirando unos billetes sobre la mesa.

​—¡Vamos! —dijo Gabriela, con una sonrisa radiante.

​Llegamos al hospital y corrimos hacia la zona de espera. Allí, frente a la puerta, estaban Jack con mis padres conversando. Parecían aliviados, pero tensos.

​Jack nos vio primero. Sus ojos verdes se iluminaron al verme, y aunque su expresión era de alivio, una punzada de dolor cruzó su rostro al recordar la distancia que había entre nosotros.

​Se acercó a mí, sin invadir mi espacio.

​—Qué bueno que viniste —dijo Jack, su voz ronca de emoción. Me esforcé por mirar el suelo—. La operación fue todo un éxito. Él tendrá que usar tapones por un tiempo mientras se acostumbra a los sonidos, a los ruidos nuevos, pero de resto... él estará bien.

​En ese momento, las lágrimas cayeron. Eran lágrimas de pura liberación, de tensión que se rompía. Gabriela me abrazó con fuerza. Vi de reojo mi madre se adelantaba y envolvía a los brazos de Jack en un abrazo genuino.




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