Las siete dimensiones

Gethog

El segundo grupo llegó hasta un pueblo próspero entre el bosque. Agastya caminaba con los otros por la plaza un pueblo donde la gente los observaba con el entrecejo fruncido. Aidan, con su rojiza cabellera larga y su apariencia de hippie era el que más captaba las miradas y murmullos.

―¿Qué le pasa a esta gente? ―preguntó Ignacio cuando dos mujeres comenzaron a cuchichear al ver su varita en mano.

―Aquí la imaginación y el libre pensamiento son vistos como algo peligroso ―comentó Auset, cuyo cabello en cientos de trenzas también era motivo de descontento―, y, como ven, a la gente le encanta ver la paja en el ojo del prójimo.

Agastya sonrió a dos ancianos que criticaron severamente un lunar rojo entre sus ojos.

―Lo siento ―dijo―, es de nacimiento. Pero si creen que es ofensivo, pueden ayudarme a pagar la cirugía que lo desaparezca. ―Los ancianos le dedicaron una mirada inquisidora y se alejaron.

El grupo se adentró por un bosque de pinos hasta llegar a un sendero rodeado por farolas que se iban encendiendo una a una conforme avanzaban. Al fondo, había una cueva con una puerta de madera. Agastya señaló la puerta.

―Bien hija ―dijo dirigiéndose a Pema―, ábrela.

―¿Qué?, ¿por qué yo? ―preguntó ella, temerosa.

―Porque sólo una persona con mucha imaginación es capaz de abrir el portal hacia este dei ―explicó Durs―. Hazlo, no temas.

Dubitativa, la pequeña giró el picaporte. Al otro lado estaba un mundo tan increíble como fantástico, mucho más que los deis que había visitado. El cielo era de un azul muy intenso, por el que cruzaban pegasos de colores. Debajo, había un valle por donde caminaban una pareja de elfos, platicando amenamente. Un loro gigante de colores pastel llegó hacia ellos, agachando la cabeza.

―Hola, Wicho ―saludó Auset―, buscamos a Faoladh.

El loro chilló como respuesta. Algunos pegasos bajaron a su llamado, invitando a los visitantes a montarlos.

Los seres alados aterrizaron a un lado de un río que corría por encima de la grama sin dañarla. Sus aguas cristalinas emergían de una pirámide que flotaba en el aire. Durs sacó un teléfono celular. En la pantalla podía ver a Danbi.

―¿Ves algún peligro?

―Es como nos dijo Faoladh ―dijo la joven coreana―, el peligro no está en el túnel hacia el Gaia, sino en la superficie del dei.

Se escucharon pasos en un puente que daba paso hacia la pirámide. Pema ahogó un grito cuando el feroz y enorme rostro de un lobo gris se asomó por encima de las piedras doradas del puente. Ignacio y Rulfo la hicieron hacia atrás, protegiéndola de forma instintiva.

Pero conforme caminaba, el lobo iba mostrando el resto de su cuerpo. Caminaba en dos patas y vestía un viejo traje color gris, con chaleco rosa y camisa blanca. De su bolsillo sacó unos anteojos de medialuna y los colocó sobre su nariz. Acercó su rostro a los niños y les dedicó una sonrisa tan cálida, que perdieron el miedo de forma inmediata.

―Bien, ¿quién de ellos es el pequeño soñador? ―preguntó el lobo.

―Buen día, Faoladh ―saludó Agastya―, te presento a nuestros nuevos magos: Ignacio, Rulfo y esa tímida criatura, es la soñadora que nos solicitaste, Pema.

―Pema. Lindo nombre. ¿China? ―preguntó el lobo tomando la mano de la niña

―Tibetana. ―respondió ella.

―Oh, igual que Dharma. Adoro el Tíbet. Muy místico. ―Faoladh se dirigió a los adultos ―¿Saben ya dónde está la entrada al Gaia?

―Suponemos que es por la pirámide, sólo debemos corroborarlo ―dijo Auset―, Aidan, ¿tienes el aparato que nos dio Darel?

Aidan se acercó con una brújula idéntica a la de Darel. La aguja apuntó de inmediato a la pirámide.

―Pues todo indica que es por allá ―dijo Aidan―. ¿Es seguro cruzar el puente?

―Sí, la dragona está dormida.

―¿Dragona? ―exclamó Rulfo, entusiasmado―¿Hay una dragona aquí?

―La pirámide guarda una energía muy valiosa y por ende debe ser protegida. ―dijo Auset―, y es protegida por Cipactli, una criatura muy peligrosa, pero necesaria en este lugar.

―Pero no hay de qué preocuparse ―dijo Faoladh―, nuestras buenas brujas le dieron una potente poción para dormir.

―Entonces, Faoladh ―dijo Agastya―, ¿le dirás a Pema qué hacer?

―Te contaré una breve historia, pequeña ―dijo el lobo―. Hace muchos años, un malvado rey creó a la más terrible de las criaturas, una criatura devoradora de sueños llamada Nuckelavee. Nuckelavee devoró los sueños de muchos, dejándolos sin esperanzas. Pero Nuckelavee supo de este mundo y entonces vino con la ambición de hacerse de los sueños de toda la humanidad. Nada parecía derrotarlo, hasta que fue enfrentado por un cuentacuentos con una imaginación tan grande, que logró hacer una prisión de la que Nuckelavee no puede escapar.

―¿Ese Nuckelavee es real? ―dijo Pema con aprensión.

―Es real, sí, pero no podrá salir de su prisión mientras haya un cuentacuentos con tanta imaginación como para tenerlo dominado.

―¿Eso qué tiene que ver conmigo?

―Verás, Pema ―dijo Auset acercándose a ella―, Faoladh es quien mantiene a esa bestia presa. Pero también es él quien debe sembrar la semilla de esta dimensión. Si Nuckelavee presiente que él se ha ausentado de este mundo, querrá escapar, y no se puede permitir que Nuckelavee escape.

―Pero yo no sabría cómo…

―Sabes cómo ―interrumpió Durs―, en tu primera vida, en tu juventud, creaste cuentos muy bellos y llenos de imaginación.

―¿Cómo lo saben? ―dijo ella, asombrada.

―Dharma los encontró por accidente ―dijo Agastya―, y, de hecho, fue ella quien te eligió para ser parte de nosotros, justo por esos bellos sueños que tienes.

―Pero hace mucho de eso, yo no sabría…

―Pema, confío en ti ―Faoladh le regaló otra de esas cálidas sonrisas―. Reconozco un gran soñador cuando lo veo, y tú lo eres. No dudes de ti. Si presientes a Nuckelavee, sólo tienes que inventar una historia en la que lo derrotas.




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