Kayah guio a su grupo hasta un pueblo pintoresco entre la selva yucateca. Entraron en una casa con una puerta muy pequeña que les obligaba a los adultos a agacharse para entrar.
―Inclínense ―ordenó Atziri a los niños.
―¿Por qué? ―preguntó Viviana.
―Las puertas aquí son así de pequeñas, porque cada casa es considerada sagrada, y eso nos obliga a hacer una reverencia antes de entrar.
Los niños obedecieron. Fueron recibidos por un anciano campesino que desgranaba una mazorca de maíz.
―Buen día, Aureliano ―saludó Kayah.
―Los estábamos esperando ―dijo el anciano―. ¡Gumersinda, ya llegaron nuestros amigos de Gaalas!
De una cocina humilde salió la mujer de Aureliano, llevando una cacerola de barro con comida.
―Llegaron temprano ―dijo Gumersinda―. Para entrar al mundo al que quieren entrar, lo mejor es ir en la noche. Vengan, les hemos preparado la comida para que resistan hasta que oscurezca.
―¿Qué es eso? ―preguntó Sirhan al ver que le servían unos rollos cubiertos de salsa verde, espesa.
―Papadzules ―respondió Atziri―, un platillo típico de esta región. Es delicioso, pero un poco fuerte.
―¿Tienes pozol? ―preguntó Shouta, un adolescente de origen japonés―. Me encanta su comida, pero mi lengua siempre termina hecha lumbre con tanto picante.
―Claro, Shouta ―dijo el campesino sirviendo una bebida blanquecina en un jarro de cerámica―, le pedí a mi mujer que no hiciera tan picosa la comida para ustedes.
―¡Eres un debilucho! ―espetó Citlalli, otra adolescente pero de aspecto indígena―. Mira, así es como un valiente come. ―Dicho esto, tomó un papadzul y lo metió completo en su boca, pero justo antes de que lo mordiera, Shouta lanzó un hechizo que aparentemente hizo al papadzul mucho más picante. La joven resopló y arrebató el jarro con pozol a Shouta, quien se desternillaba de risa.
―Ya estoy acostumbrado a que ustedes dos se la pasen gastándose bromas ―dijo Kayah―, pero cuando estemos en el Gaia más les vale comportarse o se ganarán una buena tunda.
―Yo estoy más acostumbrada al picante ―dijo Atziri tomando el resto del papadzul de Citlalli el cual llevó a su boca―. ¿Lo ves, Citlalli? Como si nada. Los aztecas habrán usado muchos tipos de chile, pero sólo un maya resiste el habanero.
Shouta y Citlalli le enseñaron la lengua a Atziri. La joven maya acaparó los temas de plática durante la comida. Ella había crecido en esa zona en el periodo preclásico y los ancianos simplemente se fascinaban de las historias que ella tenía para contar de su propia dimensión.
―La historia de los mayas de la dimensión de Gaalas es muy similar a la de nuestra dimensión, ―explicó Aureliano―, pero aquí los sacrificios siempre fueron más numerosos.
―¿Por qué? ―preguntó Citllali, aun resoplando por el ardor que tenía en la lengua.
―Porque aquí hay muchos portales de entrada hacia todos los deis de todas las dimensiones ―explicó Kayah―, muchas criaturas van y vienen, dejándose ver por el hombre.
―La mayoría de las criaturas que vienen son buenas ―dijo Gumersinda―, pero son muy traviesas y destructoras. Por desgracia por las pocas malignas que llegan a venir y por los destrozos que hacen las otras, muchos sacerdotes buscan mantenerlos controlados con sacrificios de sangre.
―¡Eso es horrible! ―exclamó Niara―, ¿siguen haciendo sacrificios humanos?
―No estamos seguros, pero creemos que hay pueblos que aún los practican a escondidas de las autoridades ―respondió Aureliano―, y, es por eso por lo que tenemos que salir de noche. Nadie debe ver que nos dirigimos a las ciudades prohibidas o podemos meternos en problemas.
Eran las ocho de la noche y la oscuridad en la selva era plena. Shouta tomó un teléfono celular que le entregó Darel y al encenderlo, vio a Damyan en la pantalla.
―¿Al fin están en camino? ―preguntó el búlgaro―. Los otros ya incluso vienen de regreso.
―Teníamos que esperar a que anocheciera ―explicó Shouta―Ahora, ¿qué tenemos que hacer?
―Usen esa brújula que les dio Darel ―explicó Damyan―, te dará el camino más rápido hacia el Gaia.
Dharma tomó la brújula. Emergieron dos agujas, cada una apuntando a un sitio diferente.
―Hay dos caminos. Uno apunta a unas ruinas cercanas, el otro hacia un cenote ―dijo Shouta―, ¿cuál tomamos?
―Verifiquen ambos ―dijo Damyan―. Cuando estén en la entrada, activen el botón rojo a un lado de la brújula. Yo recibiré las imágenes y te diré si hay peligros.
Shouta activó el botón apuntando hacia la pirámide y luego hacia el cenote. Damyan observó en su monitor, frunciendo los labios.
―Por las ruinas detecto un Kaskabal. Lo mejor es ir por el cenote, hay muchas criaturas en el camino, no parecen peligrosas, pero son muy numerosas, aunque hay una que…
―Tus “aunque” siempre significan problemas, Damyan, así que… ―Citlalli blandió su varita al decir eso.
―¡No seas payasa! ―exclamó Damyan―. Pero sí… mejor vayan con las varitas en alto.
Kayah fue el primero en entrar en un observatorio en ruinas. La luz de la luna formaba una puerta en una de las paredes. Kayah tocó la pared tres veces y la puerta se abrió dejando paso a una cueva llena de vegetación tan deforme y colorida que parecía salida de un dibujo infantil.
Conforme se adentraban, se escuchaban los clásicos sonidos de una selva con fauna muy variada. Shouta adoptó una pose muy extraña, como si fuera una criatura al acecho y Citlalli como si fuera una especie de cazadora. Kayah sólo puso los ojos en blanco al verlos.
Viviana respingó cuando una pequeña criatura saltó hacia una rama. Era por demás extraña. Tenía cabeza de armadillo, cuerpo de ave, patas de conejo y cubierto por espinos como un erizo. Cada parte de su cuerpo era de diferentes colores vivos. Shouta hizo el además de sostener una espada en alto y gritó:
―¡Por la victoria! ―Citlalli fue la única que le hizo segunda, yendo hacia la criatura que comenzó a jugar con ellos entre saltos.