Las siete dimensiones

Los voladores prohibidos

Era media noche. Niara y Sirhan, quienes habían comido platillos picantes, tenían problemas al beber su leche caliente con café pues su lengua les escocía. Escuchaban a Juliano y Darel contar con entusiasmo cómo Neruana rescató a una chica de Thaaoth montado en una escoba voladora para defenderla de un dragón.

―¡Fue más genial con nosotros! ―exclamó Rulfo―, entramos también a un mundo de fantasía, volamos en un loro gigante y Pema derrotó a una criatura horrenda.

―Oh, pero nosotros enfrentamos algo más peligroso ―Shouta habló con una fingida voz mucho más grave de su tono normal―. Criaturas del inframundo, cruzando al Gaia, seres que sucumbieron ante el poder de los gemelos astrales, pero eso no fue todo, al entrar al centro del Gaia hubo un reto aún más difícil,  nada menos que… ¡una puerta! ―y eso último lo dijo en un tono dramático―, una malvada puerta que se negaba a ser cruzada. ¡Ah!, ¡pero no es nada que Shoutakán el grande no pudiera resolver…!

―En resumen ―interrumpió Kayah con un gesto de exasperación―, la puerta exigía una reverencia para que pudiéramos cruzar.

―Oh, hubieras dejado que Shouta lo terminara de contar ―reclamó Pema, quien estaba fascinada con el tono en que Shouta lo contaba.

Mientras los niños y los adolescentes cenaban e intercambiaban anécdotas, Agastya, Imamú Atish y Kayah salieron al jardín de la casa de Agastya.

―Me dice Atziri que un par de ajlabales cruzaron al Gaia de Galethog ―dijo Imamú.

―Seguimos encontrando criaturas que no deberían estar en donde están ―comentó Agastya―. Galethog es una dimensión que actualmente no tiene guerras, un ajlabal cruzando a ella no tiene sentido, y mucho menos a su Gaia.

―Y eso no es todo lo extraño ―dijo Kayah sacando una tableta de piedra con escritura cuneiforme.

―¿Qué es esto? ―preguntó Atish frunciendo el entrecejo.

―Si no me equivoco, es escritura mesopotámica ―dijo el hopi―. Sé que cada dimensión tiene destinos diferentes, pero similitudes en periodos, culturas y ciudades. ¿Me pueden decir cómo es que llegó este documento mesopotámico a un cenote en tierra maya?

―Es curioso ―intervino Agastya―, en Gethog encontré escritura Uruk. ―Agastya hizo una floritura con su varita y en el aire se dibujó la imagen de una pared de piedra con escritura muy similar―. Dentro de la pirámide de Kuiret está escrita la historia de cómo fue creado ese dei. Es el diario de un mago que cometió un error (no dice cuál), y que tuvo que compensarlo creando ese mundo para mantener la esperanza entre la humanidad.

―¿Eso qué tendría de extraño? ―preguntó Imamú―, no sabemos qué clase de magia pudo haber en el pasado de Gethog.

―Lo extraño es que describe magia como la que poseemos aquí, en Gaalas ―dijo Agastya―. Ese escrito es muy similar a los que poseía Gilgamesh.

―Pero no hay magos como nosotros en las otras dimensiones ―comentó Imamú―, y en la era de la antigua Mesopotamia, los nuestros aún no tenían el sello de la verdad, por lo que los viajes entre dimensiones no eran muy constantes.

―Pues esta tableta también habla de magia ―dijo Kayah sacando la piedra escrita―. ¿Recuerdas que cuando Gilgamesh se hizo rey Uruk?, él contó a ese pueblo sobre su mentor, un brujo llamado Ziusudra.

―Seamos honestos ―dijo Imamú―, Gilgamesh era muy fantasioso. Honestamente eso del diluvio universal y de un mago que tenía el secreto de la vida eterna… Yo nunca le creí demasiado.

―Entonces, ¿por qué esta piedra cuenta exactamente las mismas historias de Gilgamesh? ―Atish señaló el códice.

―¿Habla del diluvio? ―Imamú le arrebató la tableta a Kayah.

―Gilgamesh siempre fue muy misterioso ―dijo Imamú―, nunca nos quiso hablar de los magos que él conoció, de quién le enseñó esa escritura que es más antigua de lo que creíamos, de hecho, nunca quiso explicar por qué, a sus seis mil años de edad, decidió hacerse rey en una civilización humana.

―Los magos más viejos de cuando yo me volví hechicero ―comentó Kayah―, eran Gilgamesh, Enheduanna y Shilbung, y no mencionaban mucho de otros magos anteriores a ellos.

―Yo pasaba mucho tiempo con Enheduanna ―dijo Agastya―, en ocasiones llegaba a mencionar un nombre, Atrahasis… Creo que era algo así como su mentor.

―¿Atrahasis? ¿Estás segura? ―dijo Atish.

―¿Sabes de quién se trata? ―preguntó Imamú.

―Es el nombre con el que los acadios conocían al tal Ziusudra ―respondió Atish―, el mago que mencionaba Gilgamesh. Todo esto es muy extraño.

―¿Quieren saber algo más extraño? ―dijo Agastya haciendo aparecer su recuerdo sobre la pared de la pirámide nuevamente―, en la escritura de la pirámide, encontré esto.

―“Al fin conseguí la energía que mi mundo necesita” ―comenzó a leer Kayah ―, “viene directamente del…” ¿utzikab? ―Kayah se acercó aún más a la imagen―. Sí, las sílabas dicen claramente utzikab.

―¿Esa magia mítica de la que nos habló Ikal? ―preguntó Agastya.

―Exactamente. La que se puede obtener juntando lo que llamaba “las gemas del infinito”

―¿Saben qué? ―dijo Atish―, ustedes continúen sembrando las semillas en los Gaias que faltan. Yo haré mi propia investigación sobre esto y algunas cosas extrañas que encontré en la sala oculta del castillo. ―dicho esto. Atish desapareció.

Mientras los tres magos más viejos del grupo regresaban a la casa, Juliano los observaba a escondidas con el entrecejo fruncido.

Los hechiceros usaron una semana para replantear sus planes y decidir sobre la intrusión a otras dos dimensiones.

Kenneth, Durs y Agastya estaban en la sala de arte sacro del museo cuando entraron Neruana, Juliano y Darel.

―… y de pronto… ¡Bam! La sala entera explotó, ¿verdad Cafasso? ―hablaba Darel.

―Sí ―respondió Juliano, riendo―. ¡Bendito transformador! Antes no nos corrieron del trabajo.

―Sí, pero al final nos dimos cuenta…

―¡Les toca! ―Neruana empujó a ambos niños con un gesto de Hastío―Ya llevo dos horas de niñera y honestamente…




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