Las siete dimensiones

Horlwin

El grupo apareció en un bosque cercano a la ciudad de St. Gallen, en Suiza. No tenían ni un minuto de haber llegado a Horlwn cuando el teléfono celular que llevaba Durs vibró. Shouta apareció en la pantalla, alarmado.

―No sé qué es ―dijo el joven japonés―, pero hay un peligro muy grande donde están, tienen que moverse de ahí, ¡rápido!

―¿Qué es? ―preguntó Agastya―, ¿alguna criatura?

―No ―habló Citlalli―, parece que es una amenaza completamente humana, tienen que…

Pero ya no dio tiempo de nada. Se escuchó un zumbido ensordecedor, Agastya y Durs tomaron a los niños tratando de teletransportarse, pero les fue imposible. Durs sacó su báculo, pero el hechizo que sea que quisiera usar, no funcionó.

El sonido era tan fuerte que Agastya cayó inconsciente casi en seguida y Durs cayó de rodillas, sin fuerza.

Rulfo tomó a Darel y Juliano por la cintura y voló hacia arriba, alejándose del lugar. Le costó trabajo, pero al fin aterrizaron cerca de un lago, en donde se dejaron caer, quedando sin sentido por algunos minutos.

Darel abrió los ojos sólo para ver una nave metálica levantarse por entre los árboles, justo donde estaban Agastya y Durs. Despertó a los otros, apresurándolos para regresar. Pero en el bosque ya no estaba nadie. No tenían modo de comunicarse con nadie, pues el teléfono celular lo tenía Durs.

―¿Qué fue eso?―chilló Juliano.

―Creo que era una energía que impedía usar magia avanzada ―explicó Rulfo―. La levitación es de los encantamientos más sencillos, pero aun así me costó usarlo.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Darel.

―Tenemos una misión ―respondió Juliano―; salvar este Gaia. Darel, saca el rastreador, necesitamos encontrar al contacto.

El aparato guio a una casa oculta entre los árboles, en una colina cercana. Entonces la aguja apuntó hacia allá, había dos personas en esa casa. Una era una mujer china que hablaba por teléfono en una terraza. El otro era un joven de piel azul que subía a un auto.

―¡Tiene la piel azul! ―exclamó Juliano―, ¿será acaso extraterrestre?

―¿Será bueno confiar en él? ―preguntó Darel.

―No lo sé. Quizá sea mejor ir con aquella mujer. Al menos parece humana.

Esperaron que el extraño joven se alejara y se dirigieron a la casa. La mujer salía por la puerta cuando ellos estaban a punto de tocar el timbre.

―¿Les puedo ayudar en algo? ―preguntó

―Nosotros… eh… ―titubeó Juliano.

―Venimos de Gaalas ―intervino Rulfo con seguridad―. Llegamos con Durs y Agastya.

El chico se quedó en silencio, esperando un indicio que le hiciera confiar en esa mujer.

―Sí, sabía que no tardarían en venir, pero… ¿dónde están ellos?

―No tenemos idea ―dijo Darel―. Apenas llegamos y de la nada salió una nave. No pudimos usar nada de magia avanzada ni herramientas mágicas. Rulfo logró levitarnos fuera, pero no sabemos qué hicieron de los otros.

―¿Cómo era la nave?

―Pues… era una esfera plateada. Como los globos que salen en los noticieros diciendo que son naves extraterrestres.

―¡Maldita sea! ―exclamó la mujer― ¿Han utilizado alguna especie de tecnología electrónica?

―Sí ―contestó Darel―. Yo mismo ayudé a construir…

―¿Lo han utilizado cerca de esta casa?

―Bueno… esta brújula arreglada. Tiene partes electrónicas…

―Entren a la casa ¡Rápido!

La mujer fue de inmediato a una habitación oculta tras un librero. Consultó un radar y chasqueó la lengua.

―Vendrán a hacer preguntas. Ustedes finjan estar tan asustados que no pueden ni contestar nada.

Y en efecto. Pocos minutos después llegaron tres hombres con uniforme beige.

―Buen día, doctora Feng ―saludó uno de ellos―. Estamos tras una señal que detectamos en…

―No pueden ser nada discretos ¿Cierto? ―la doctora se mostró enfadada. Tomó al militar por el brazo y lo llevó al fondo de la sala―. Había unos niños pescando en el lago. Vieron la nave de cerca, a plena luz del día.

―¡Eso no es lo importante ahora! ―gruñó el militar―. Detectamos una forma de vida alejándose del lugar, y captamos una señal…

―¿Qué no es importante? ―rugió la doctora―. ¡Grabaron todo con su teléfono celular! Den gracias a que yo estaba cerca y los convencí de entregarme el teléfono antes de que subieran el video a la web.

―¿Entonces la señal que captamos aquí en su casa…?

―Seguro fue la mini nave ultrasónica, la que tengo oculta en la casa.

El militar se acercó a los chicos. No tuvieron necesidad de fingir, en realidad el gesto hosco y rudo del militar les intimidaba tanto, que empezaron a titubear.

―Me dice la doctora Feng que vieron una nave extraterrestre ¿Es cierto eso?

―Este… era como un globo gigante ―dijo Juliano.

―La doctora me dijo que la grabaron en uno de sus celulares ―interrumpió el militar.

―¿Eh? ― Darel volteó a ver a la doctora. Ella asintió y se señaló a sí misma.

―Sí… eh… ella se lo quedó.

―No se asusten, niños. Hay unos bromistas que hacen imágenes con láser para espantar a la gente Les aseguro que ningún extraterrestre ha venido a la tierra.

El militar regresó con la doctora. Con la cabeza hizo una señal a sus subordinados. Ellos asintieron y salieron de la casa.

―Bien, doctora ―dijo desde la puerta―, le pido por favor que se reporte en el centro de comando lo más pronto posible. Pero antes, regrese a esos chicos a su casa y asegúrese que nadie tenga nada de evidencia.

Él y su grupo se retiraron. La doctora corrió de inmediato a su habitación oculta. Encendió una pantalla en donde se veían imágenes de los alrededores en un detector de calor. Sobresalían algunas siluetas muy rojas entre los árboles.

―No confían del todo ―dijo con voz baja―. Espiarán nuestras charlas. Tenemos que convencerlos de que ustedes son sólo otros niños más de la ciudad.

La doctora salió con ellos hacia un automóvil, teniendo charlas en las que fingían creer que todo había sido una broma y los regresarían a sus casas. Pero una vez en la ciudad, ella detuvo el auto y les dio una nota. Rulfo la leyó.




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