Las siete dimensiones

El poder de las llamas gemelas

Soledad, Soledad y Neruana llegaron cerca de donde alguna vez estuvieron los grandes lagos. Ahora todo estaba lleno de lodo putrefacto.

―¡Allá está! ―Danbi señaló una silueta derrumbada en el suelo.

Tomás estaba jadeando, evidentemente sufriendo de sed y cansancio.

―¿Qué clase de demonios destruyeron este mundo? ―se quejó cuando llegaron con él.

―Unos parecidos a ti, quienes pensaron que aquellos que no están de acuerdo con el sistema, merecen morir ―dijo Neruana, apretando los dientes.

―Estoy muriendo… por favor, sáquenme de aquí.

―Ikal una vez me dijo ―comento Neruana―, que nunca debemos subestimar una vida, pero que también debemos ser sabios, pues en ocasiones al dejar con vida a alguien que no lo merece, podemos convertirnos en cómplices de muchas muertes más. Dame una razón para salvarte.

―Yo… sé que crees que no lo merezco, pero sé que mi misión… salvar al mundo de satanás…

―¡Satanás actúa por medio de gente como tú, Tomás! ―gruñó Soledad―. En todos esos siglos tomando un puesto tras otro en la inquisición ¿a cuántos inocentes llevaste a la muerte?

―Entonces mátenme ya. No me dejen morir de este modo.

Los cuatro intercambiaron miradas. Hicieron gestos de frustración. Ninguno, después de todo, se atrevía a quitarle la vida.

―Protégelo ―dijo Danbi a Neruana―. Dale la protección y cura para la radiación de este lugar.

De mala gana, Neruana le dio a beber la poción. Tomás se recuperó a medias, con apenas la suficiente fuerza para caminar. Regresaron junto con él a Gaalas, en donde lo ataron a una silla.

―¿Cómo van los demás? ―preguntó Soledad.

―Han entrado ya al túnel hacia el Gaia ―respondió Rulfo―. No hay señales de vida alguna en ese túnel, creo que estarán a salvo.

En Aaoth, la comitiva llegaba al centro de esa dimensión. Era un sitio oscuro, sólo iluminado por sus varitas y báculos. En medio, estaba un corazón negruzco, del tamaño de un autobús, palpitando con dificultad.

Rajiv fue el primero en poner sus pies sobre el corazón. Al intentar plantar la semilla, el corazón se estremeció y la arrojó a lo lejos. Hari logró a atraparla.

Hari dio un salto hacia el corazón, pero tampoco tuvo éxito. La semilla cayó en las manos de Shui.

En ese momento el corazón se partió, de la herida salió un líquido que sólo se podía describir como fango de los ríos de aguas negras, incluso con la misma peste. El fango fue formando una figura humanoide con alas de murciélago y unos cuernos que chorreaban por hacia una corona negruzca. Sus ojos se encendieron en fuego y esbozó una sonrisa maligna al momento que un centenar de demonios pequeños se fueron formando del fango, todos armados con tridentes.

No hubo pie a nada, todos los magos blandieron báculos y varitas y una fiera batalla inició.

―¿Qué tipo de criatura es esa? ―preguntó Darel quien veía todo desde el monitor.

―No es una criatura ―dijo Neruana sin aliento―. Es Aztaroth, general de las legiones demoníacas del más oscuro de los inframundos.

―¿Un demonio? ―preguntó Viviana, alarmada.

―De hecho, uno de los generales de Satanás, el rey de los demonios ―Danbi habló con preocupación. Miró a Shouta y el joven oriental asintió.

―Chicos, prepárense ―dijo Neruana a los niños―. Shouta se conectará energéticamente con Citlalli, pero la energía que van a derrochar ambos, será inmensa, necesitarán de todos nosotros para mantenerla.

―¡Shouta! ―se escuchó desde los aparatos―, ¿estás conmigo?

―¡Estoy contigo! ¡Ahora!

―Mi corazón es el tuyo ―dijo ella con voz suave.

―Mi corazón es contigo ―le respondió él.

―No hay magia más poderosa que el amor ―dijeron a la par y un rayo rosado emergió de los pechos de ambos, creando una especie de túnel de luz.

―El amor me protege ―dijo Citlalli.

―El amor nos conecta.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Sirhan.

―Mantengan sus varitas en alto ―respondió Neruana―. A mi orden, todos emanen energía vital hacia el túnel de luz.

El túnel se convirtió en un remolino vertiginoso que abrió un portal formando una enorme reja de oro rosa, la cual abrió paso a una criatura de increíble belleza, un hombre de al menos 3 metros, con cabellera rosada y dos pares de alas que difuminaban del blanco al rosa. Esbozó una sonrisa y tras blandir una espada que se encendió en fuego también rosado y cruzó de inmediato hacia el Gaia.

―Ustedes no tienen permiso de salir de su inframundo ―dijo el ángel en una voz que hizo eco tanto en el Gaia como en el castillo―, su desobediencia será castigada.

―¡Tú tampoco deberías estar en las dimensiones terrenales! ―se quejó el demonio. ¡Has desobedecido las reglas!

―Entonces, que esta guerra sea nuestro castigo y que gane el que tenga la justicia en sus manos.

Al decir esto, un ejército de criaturas aladas cruzó hacia el Gaia y, para sorpresa de todos, tanto Citlalli como Shouta emanaron una luz que salió de sus pechos, como una luz que tenía la forma de ellos, pero en facciones mucho muy bellas. Ambos espíritus se desprendieron de los cuerpos, los cuales quedaron en trance, con los ojos en blanco mientras sus almas se unían a la batalla.

―¡Ahora! ―ordenó Neruana. Todos, incluyendo los magos del Gaia, emanaron energía vital hacia Shouta y Citlalli. Ellos dos junto con el resto de seres de luz de encargaron de luchar contra aquel ejército de demonios, dejando la batalla principal entre el ángel rosado y Aztaroth.

―¡Se igualan en fuerza! ―exclamó Rulfo.

―No ―dijo Danbi con una sonrisa irónica―. Mientras la luz del amor y la justicia esté en los ángeles, tendrán ventaja.

Y pronto se vio que así era, los demonios se veían minimizados por el ejército de luz. El enorme ángel logró desarmar a Aztaroth obligándolo a replegarse.

―¡No, por favor! ―dijo el demonio con su gutural voz―, ¡no acerques tu fuego a mí!




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