Las Siete Repúblicas: La Pluma

El Primogénito de la República

Era una mañana nublada cuando Gabriel se reunió con quien sería su vicepresidente. Era la primera vez que se conocían en persona. Según una carta escrita por el chofer de Gabriel a su esposa, el joven fue el primero en extender la mano a Victorino. Recuerda que el senador, de cincuenta años, le dio un apretón de manos con un rostro adusto y malhumorado.

"Eres bastante joven para este cargo", comentó Victorino. Fausto se rió del comentario y respondió:

"Pero no inmaduro".

El chofer también cuenta que Gabriel se apresuró a abrir la puerta del Congreso e hizo una seña para que Victorino entrara primero.

"Los respetables señores primero".

El chofer recuerda que Victorino sonrió y aceptó la invitación.

Gabriel entró al salón de la Gran República, donde se le otorgaría su banda presidencial, con los colores celeste y rojo, y su bastón de mando, hecho de madera y plata. Mientras tanto, el vicepresidente usaría una banda similar y portaría el collar del vice, un collar de oro con el escudo de las siete repúblicas, una estrella de siete puntas. Todas estas insignias de poder fueron entregadas por el último director del Directorio, Hugo Baltazar.

Tras finalizar la ceremonia, Fausto subió al podio para dar un discurso. Curiosamente, no llevaba ni un papel, por lo que se especula que lo recitó de memoria o lo improvisó.

"Hoy, 12 de diciembre de 4770, estoy presente ante ustedes, honorables representantes del cuerpo del Congreso, para agradecer la oportunidad que tan amablemente me han otorgado de desempeñar un papel fundamental en la historia de esta hermosa nación, es decir, estas siete naciones. Juro ante la presencia de ustedes que desempeñaré con prudencia y responsabilidad este cargo tan ostentoso durante los próximos años. Espero que podamos trabajar juntos con prudencia, paz y armonía".

Nadie aplaudió ese día, nadie avaló ni abucheó su discurso; solo escucharon. Él lo sabía, sabía que no sería nada sencillo realizar tal tarea. Solo podía sonreír y mostrar confianza.

"Es un público difícil", dijo Fausto a Victorino.

"Este público será quien se encargue de que, por lo menos, llegues al cuarto año. Así que, si de verdad eres prudente o avispado, ellos lo decidirán".

Esta conversación se conoce gracias a Hugo Baltazar, quien la relató en su libro "Los primeros días", donde narra sus primeros días en la política del Directorio.

Cuando la ceremonia presidencial finalizó, Fausto salió del Congreso, donde el cochero lo esperaba para llevarlo al palacio presidencial, la Casa Roja. Sin embargo, el único que se subió fue Victorino. Gabriel rechazó la oferta cortésmente. Según Victorino, Fausto dijo: "Quiero caminar, para poder escuchar".

Victorino consideró esto estúpido y sin sentido, por lo que le asignó una pequeña escolta de cuatro hombres para que lo protegieran y se puso en marcha. Como era de esperar, estando solo a quince cuadras del Congreso, el primero en llegar fue el vicepresidente. Cuando llegó el mayordomo de la Casa Roja, quedó extrañado al ver el coche presidencial con un solo tripulante. Este preguntó, extrañado, por la ubicación del presidente, a lo que Victorino respondió: "Está haciendo payasadas". Por casi treinta minutos esperaron hasta que vieron a Gabriel llegar, sonriendo y saludando a las pocas personas que esperaban u observaban su asunción.

El presidente Gabriel llegó al palacio presidencial para dar un segundo discurso, más breve, y empezó a hacer jurar al personal que lo ayudaría durante los próximos ocho años. Ahora comenzaba su gobierno.

Por otra parte, Victorino había logrado un consenso de cuatro años para que el Congreso aprobara toda ley que el presidente necesitara, claro, mediante favores políticos. Este período se conoció como "la luna de miel" del gobierno de turno. Pese a las dificultades y lo extenso del territorio que tenía que gobernar, sin mencionar que sus ciudadanos, aunque los muros se habían terminado de construir, se sentían consternados y temerosos de sentirse "atrapados" dentro de las murallas. Se podía percibir en las calles esa agorafobia y el incierto camino que iban a tomar. Una sociedad con miedo e incertidumbre, esa era la gente que Fausto debía gobernar.

Durante los primeros días, Fausto comenzó a promover la seguridad que ofrecían las murallas, recordándole a su gente que el miedo estaba afuera, no adentro. Así, el presidente empezó a fomentar una comunicación transparente con sus ciudadanos, dando una conferencia semanal en las plazas de todas las siete repúblicas.

"Comprendo su miedo, pero deben entender que estas murallas nos protegen del peligro del exterior. No piensen en el más allá, sino en donde están parados".

Al principio, la gente no confiaba en sus palabras, pero a medida que pasaba el tiempo y lo veían hablar regularmente, comenzaron a prestarle atención.

"Soy joven, pero no inmaduro. Sé que la fortaleza y la determinación no siempre vienen con la edad, sino con la voluntad de actuar. No soy sabio, solo un aprendiz; ni noble, soy hijo de un obrero. Pero soy un presidente que quiere ayudar a su pueblo".

Durante los primeros meses de su gobierno, Gabriel empezó a poner en práctica sus dichos, reuniéndose con los siete magistrados para buscar apoyo político. Durante este tiempo, Fausto empezó a mostrar una seria preocupación porque el pueblo no lo había votado, sino el Congreso, por lo que fomentó la participación ciudadana, mostrando un sincero interés en que el pueblo eligiera a sus representantes. Al principio, como presidente, era ignorado, pero a medida que empezaba a hablar, se rodeaba de cinco a diez personas, luego de decenas y cientos, hasta que, durante una tormenta, miles de personas se presentaron para ver lo que aquel joven tenía que decir. Se sorprendieron al verlo dar un efusivo discurso lleno de pasión bajo la lluvia.



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En el texto hay: historia, apocalipsis zombie, politica

Editado: 17.12.2025

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