Las Siete Repúblicas: La Pluma

El Presidente

En un programa de radio de la capital, tras haberse cumplido un año de su mandato, lo llamaron para entrevistarlo y preguntarle cosas de su ámbito personal. Lexter Frederick, dueño de la radio, comenzó la entrevista: "¿Me escuchas, Lexter?", un nombre que surgió por el chiste de que la audiencia llamaba y Lexter tardaba en responder por un problema de línea, por lo que le hacían reiteradamente esa pregunta.

En ese mismo programa, el presidente se sentó a responder todo tipo de preguntas, políticas y económicas, sobre el futuro de su gobierno y, sobre todo, sobre su vida personal. El relato duró cuatro horas.

"¿Quién es este muchacho?" fue la pregunta que comenzó a surgir en el año 4771. Cómo y dónde empezó su historia: todo comenzó en esa radio.

Joaquín había nacido en la República de Argentum, más específicamente en la provincia de Buenos Aires del Este. Hijo de Juan Pablo Gabriel y Luna Mercedes Fernandez. Su padre era obrero en la gran muralla en sus primeros años, mientras que su madre era soldado de contención, debido a sus habilidades con las armas de fuego. Era el menor de tres hermanos: Lautaro Franco Gabriel y Ángela de Tucumán Fernandez.

De pequeño, jugaba con sus hermanos y los demás niños en las llamadas "zonas rurales", hogar de los obreros de la construcción de los muros. Tuvo una infancia normal hasta el 4 de abril de 4760, cuando ocurrió la famosa "Gran Estampida". Esta se produce cuando los infectados se juntan en manadas de quinientas a mil personas sin motivo aparente, atraídos por el ruido o por diversas razones desconocidas, causando grandes destrozos y muertes. Por primera vez en doscientos años, algo similar volvió a ocurrir.

La gran estampida arrasó una gran parte de Buenos Aires del Oeste, producto de una brecha que había en el Distrito Uruguay. No hubo sobrevivientes para avisar de esta amenaza. Para cuando llegó al estado del joven Joaquín, el terror había comenzado. Mientras la familia de Fausto se preparaba para huir de sus hogares en la estación de trenes, atestada de personas que luchaban por conseguir un espacio en un vagón, su padre había conseguido, mediante conexiones, un lugar para ellos. Sin embargo, ese día ocurrió un accidente: uno de los refugiados se había infectado y empezó a atacar a las personas. En medio del pánico, el joven Fausto, de nueve años, se soltó de la mano de su madre Luna, quien tenía problemas para cargar a su pequeña hermana de seis meses.

Cuando su madre soltó su mano, empezó a gritar desesperadamente su nombre. El pequeño Fausto gritaba por su madre, pero los gritos y los disparos de los militares no hacían más que entorpecer la búsqueda. Su hermano mayor, de quince años, tomó a su madre y hermana y las empujó al vagón. En medio del pánico y las lágrimas, su madre se vio obligada a abandonar a su hijo.

El pequeño quedó atrapado entre la multitud. Según él recuerda, empezó a subir por las escaleras de las garitas para poder encontrar a su familia, pero no los pudo ver. Solo vio cómo el último tren empezaba a ponerse en marcha. Observó una gran multitud presa de la desesperación lanzarse al tren para abordarlo; algunos lo conseguían, otros eran acribillados por los soldados del tren.

"¡PREVENIR ES SALVAR!"

Gritaban los oficiales a sus soldados, instigándolos a disparar a los civiles. Ese día murieron muchas personas. El joven Fausto cuenta que tuvo que esconderse en los armarios de las garitas hasta que todo pasara. Comenta que se quedó dormido en ese lugar hasta el día siguiente. Cuando despertó, no escuchó nada, solo vio la estación de trenes vacía y llena de cadáveres. No había ningún infectado alrededor, pero no estaba exento de peligros. Contó que en la garita había encontrado un machete y salió temblorosamente al exterior, recordando el olor a sangre y a putrefacción.

"Jamás olvidaré a esa mujer sin cabeza abrazando a un bebé muerto. Pudo haber sido mi madre. Me tenté a inspeccionar su cuerpo, pero recordé que ella no llevaba vestido."

Caminó por las vías del tren con la esperanza de encontrar a su familia, pero mientras se iba acercando, empezó a ver miles y miles de infectados caminando delante de él. Describió cómo se veían: piel gris oscura y verde, algunos ya no tenían cabello, otros parecían personas corrientes, pues se habían infectado recientemente. Tenían los ojos rojos y parecían llorar sangre. Los más antiguos tenían la piel agrietada, uñas que parecían garras, estaban muy delgados, desnutridos, pero tenían unos dientes grandes, tan grandes que no podían cerrar la boca.

Fausto no pudo dar un paso más y tuvo que regresar a la estación de trenes. Vio a un infectado arrastrándose, sin piernas, que notó su presencia y empezó a perseguirlo, arrastrándose con más fuerza mientras emitía un chillido que atraía a los demás. Fausto no lo pensó dos veces y empezó a correr por su vida. Su primer instinto fue volver a su casa.

En palabras suyas, no recuerda cómo llegó a su casa. Recuerda que parpadeó y pasó de estar en la salida de la estación a estar dentro de su casa. El machete que tenía en la mano estaba ensangrentado, y no solo el machete, también su brazo y manos. Cuando alzó la vista, vio a una desconocida en su casa, una niña, al parecer mayor que él, apuntándole con un arma. A diferencia de él, ella sí tenía el arma firme y el dedo en el gatillo.

—¿Quién eres? —preguntó ella mientras jalaba el martillo.

—Soy Joaquín Gabriel, esta es mi casa. ¿Quién eres?

La niña no respondió y le preguntó otra cosa.



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En el texto hay: historia, apocalipsis zombie, politica

Editado: 17.12.2025

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