Las Siete Repúblicas: La Pluma

Silencio Forzado

Habían pasado dos años desde aquel incidente en la plaza y del fallido intento de golpe de Estado. Corría ya el año 4782. En el medio, las elecciones de medio término habían tenido lugar y, para sorpresa de nadie, el URI arrasó en la gran mayoría de las provincias de las Siete Repúblicas.

Las políticas sociales se multiplicaban, y el pueblo, poco a poco, comenzaba a hablar de política con más pasión. En las calles, en las plazas, en las instituciones y en los hogares, todos discutían sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. La oposición, lejos de ceder, atacaba sin descanso al oficialismo, y el ambiente político se volvía cada vez más tenso.

Harrington, el líder indiscutido del partido, ya había logrado consolidar una corriente interna que muchos llamaban "harringtismo". Se había consagrado en un caudillo; un símbolo de autoridad y carisma. En torno a él, figuras antes irrelevantes o casi desconocidas empezaban a resonar en la opinión pública. Rivas, por ejemplo, que si bien no era muy irrelevante, si pasaban de él. Recuperó su protagonismo, recordándosele por aquel heroico rescate del expresidente, y, más atrás en el tiempo, por haber salvado a dos niños que, años más tarde, se convertirían en los presidentes de las Siete Repúblicas.

Otros nombres también comenzaron a cobrar notoriedad, aunque solo por su presencia constante en la arena política: Mario de Pueyrredón, del UL, y César Hudson, del JM, Amanda Paz, del UL, Carlos Mijares, del URI, entre otros. Sin embargo, entre todos ellos, dos figuras destacaron por encima del resto: Fausto y Victorino.

Fausto, no obstante, como había declarado que no participaría en las próximas elecciones, y su imagen, pese a ser respetada, fue poco a poco quedando en segundo plano. En cambio, la figura de Erick Victorino comenzó a elevarse como un mito en vida. Decenas de testimonios —orales y escritos— empezaron a circular, describiendo cómo se mantuvo de pie, solo, frente a un ejército el día del golpe.

Con los años, tanto el oficialismo como sus admiradores comenzaron a exagerar aquella hazaña. Nacieron leyendas urbanas que lo mostraban como un héroe sobrehumano. Se decía que Victorino había ahorcado al caballo de su adversario, o que había pronunciado una frase inmortal:

"El suelo es más digno de ti que el trono que ansías."

Nada de eso fue cierto.

Cien años después, el cineasta Roberto Craso —uno de los más prestigiosos de aquella época— estrenó la película "La V de Victoria", un éxito rotundo que relataba la vida de Fausto tras su presidencia. Pero el filme estaba plagado de licencias creativas: la mayoría de los hechos eran exageraciones o pura ficción.

En una de las escenas más recordadas, el actor Alejandro Manfredi —considerado uno de los mejores de las Siete Repúblicas— interpretaba a Victorino en el momento en que enfrentó al general Recsson. Según contaría después el propio Manfredi, improvisó aquella célebre frase durante el rodaje. Dijo que quiso mostrar a un Victorino más estoico, más sabio, más humano.

El resultado fue magistral. La película fue un éxito internacional, y aquella línea —una invención del actor— se grabó para siempre en la memoria colectiva. Con el tiempo, futuros líderes políticos la citarían como si hubiera salido de la boca del propio Victorino. Y así, entre ficción y devoción, nació un mito que ni el paso de los siglos logró borrar.

Tal como se lo había comentado a Fausto, empezó hacer carrera, las internas del partido se verían en febrero del ultimo año, pues ahí se elijen los candidatos a presidentes, no confundir con elegir al presidente, la interna estaba entre dos figuras relevantes dentro del partido URI Erick Victorino y Rivas Hidalgo, se podía intuir que esto podía ser muy equilibrado, porque aunque no lo pareciera, Rivas había conseguido apoyo suficiente por su accionar durante el intento de golpe de estado, pero Victorino llevaba años en la política, así que él tenía más experiencia que él, más conexiones que él.

En las calles, Victorino comenzaba a hacerse notar. Su voz se alzaba en las esquinas y plazas, entre carteles improvisados y banderas que no decían mucho, pero que, de algún modo, decían todo. Había aprendido bien del estilo de Fausto: discursos breves, frases redondas, promesas que sonaban posibles. Saludaba, reía, y dejaba a cada persona con la sensación de haber sido escuchada, aunque en realidad nadie recordaba después qué había dicho exactamente.

Su ascenso fue tan rápido como natural. Pronto lo invitaron a la estación de radio ¿Me escuchas, Lexter?, un espacio ya venerado entre periodistas por su habilidad de atraer a figuras imposibles. Que Victorino estuviera allí no fue una sorpresa, pero sí un acontecimiento.

Lexter, siempre incisivo, empezó con preguntas punzantes:

—¿Cómo sería su gestión? ¿Qué piensa del actual gobierno? ¿Qué espera lograr, si llega a ser presidente?

Victorino sonrió con esa calma que parecía ensayada, pero que no lo era. Respondió con frases que se deslizaban entre los márgenes de cada pregunta, tejiendo una red de palabras donde el oyente creía entender algo, y al final no entendía nada. Su tono era medido, su voz firme, y cada pausa parecía calculada para darle peso a lo que venía después, aunque no viniera nada.

—Mi gestión, querido Lexter... sería humana. —Hizo una pausa breve, midiendo el silencio—. No prometería un país nuevo, sino uno que recuerde lo que fue. A veces no se trata de inventar el futuro, sino de perfeccionar el presente.



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En el texto hay: historia, apocalipsis zombie, politica

Editado: 17.12.2025

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