Cuenta la leyenda que a finales del siglo XVII, su largo y rojo vestido, se veía deambular por las calles empedradas de Londres, dejaba un rastro de muerte y sangre a su paso, un velo negro cubría su rostro, su nombre no podía ser pronunciado por temor, esperaba entre las sombras de las calles, acechante, con sus ojos tan fríos que helaban hasta al más valiente de los soldados, podía drenar a un hombre en cuestión de minutos, si un soldado desaparecía durante la noche, jamás era encontrado vivo.
Hay una estela de terror en el aire, deambula entre la gente, la encuentras en cada silencio, en cada pensamiento malicioso, ahí está siempre presente, en los corazones temerosos de los habitantes de Londres, que siempre se preguntan, quien será el siguiente.