Anastasia
La nieve caía sobre Brooklyn como un manto silencioso. El frío mordía mi piel, pero no me detenía. Tres hombres rodeaban a un joven en un callejón, y yo sabía que no podía quedarme mirando.
—Déjenlo en paz —mi voz cortó la noche como un látigo.
Ellos rieron. El primero se lanzó hacia mí, confiado. Un giro rápido, mi rodilla en su estómago, y cayó sin aire. El segundo intentó sujetarme, pero mi codo impactó en su mandíbula. El tercero retrocedió, sorprendido.
No era la primera vez que peleaba en las calles de Nueva York, pero esa noche había algo distinto. Sentí una mirada fija en mí, una presencia que no podía ignorar. Giré apenas la cabeza y lo vi: un hombre alto, traje impecable, ojos grises como acero. No movía un músculo, solo observaba.
Su frialdad me atravesó como un cuchillo. No sabía quién era, pero intuía que esa mirada cambiaría mi destino.
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Maximiliano
La vi moverse con precisión quirúrgica. Cada golpe era calculado, cada movimiento era arte. No era una pelea improvisada: era disciplina, fuerza, control.
Me quedé en silencio, observando. Anastasia Vega. Ese nombre lo escuché después, pero en ese instante solo pensé que debía tenerla cerca. No por capricho, aunque el deseo me golpeó como un relámpago, sino porque su fuerza era lo que necesitaba.
Yo, Maximiliano D’Arden, no suelo confiar en nadie. Mi mundo está hecho de reglas, contratos y poder. Pero esa mujer, con su fuego indomable, me obligaba a replantear mis certezas.
Editado: 24.12.2025