Mulán retrocedió lentamente, su corazón latiendo con fuerza. No podía esperar más. Si el enemigo ya tenía todo planeado, no había tiempo para deliberaciones. Se giró hacia el general Shang, quien la observaba con expectación, con pasos cortos y sigilosos se acercó a él
—Es peor de lo que imaginábamos. Están listos para atacar en cualquier momento. Debemos actuar ya.
—Entonces, no hay vuelta atrás. Es ahora o nunca.
Shang no dudó. Levantó la mano e hizo una señal a sus soldados. Con un movimiento rápido, los hombres se dispersaron, tomando posiciones estratégicas alrededor de la aldea. Sabían que la sorpresa era su mejor táctica para poder enfrentar a los traidores. Pero, justo cuando Mulán estaba por dar la orden final, un estruendo rompió la quietud. Una flecha encendida surcó el cielo y se clavó en una de las casas de madera, prendiendo fuego de inmediato. Luego
—Nos descubrieron
Las puertas de la casa que Mulán había estado espiando se abrieron de golpe, y decenas de guerreros salieron armados con lanzas y espadas. Desde los callejones y tejados aparecieron más enemigos, rodeándolos rápidamente; Mulán no perdió el tiempo y desenvaino su espada, con pasos veloces se acercó al capitán, ambos pegando sus espaldas y caminando en círculos esperando ver quien daba el primer ataque
—¡Formación defensiva! —gritó Shang
Los soldados imperiales se reagruparon en círculo, escudos al frente, listos para recibir el embate. Mulán, con la adrenalina corriendo por sus venas, no dudo en colocar detrás de ella a su capitán, pues sabía perfectamente que él se había convertido en un objetivo a desaparecer. El primer traidor cargó contra ella con un hacha en alto, pero Mulán se agachó con agilidad y giró sobre sí misma, cortando la pierna de su oponente y derribándolo. Antes de que pudiera reaccionar, otro enemigo se lanzó hacia ella, pero un soldado imperial lo detuvo con su lanza.
El campo de batalla se convirtió en un caos de acero y fuego. Flechas silbaban en el aire, algunas golpeando a los escudos de los soldados imperiales, otras incrustándose en los traidores, eso decía mucho de quienes estaban lanzándolas, pues al parecer no estaban muy bien entrenados. El sonido del metal chocando y los gritos de guerra llenaban las calles de la aldea. Mulán esquivó una lanza que casi le atravesaba el hombro y contraatacó con rapidez, clavando su espada en el pecho del atacante. Shang luchaba con la misma ferocidad a su lado, cortando a través de los enemigos
Pero por cada enemigo caído, más traidores salían de las sombras. Mulán comprendió con horror que estaban en una trampa mucho peor de lo que habían imaginado. Shang apenas tuvo tiempo de bloquear un golpe dirigido a su espalda cuando Mulán lo empujó fuera del alcance de una espada enemiga. La lucha era feroz, y los soldados imperiales comenzaban a notar el peso de la emboscada pues solo eran diecisiete contando al general y a Mulán.
—¡Nos superan en número! —gritó un soldado, bloqueando un ataque con destreza
Mulán apretó los dientes y observó rápidamente el terreno. Las casas de madera ardían, y el humo empezaba a dificultar la visibilidad. Los traidores los estaban empujando hacia una posición más vulnerable, deberían de ganar terreno, avanzar hacia el oeste que es por donde que han quedado sus caballos
—¡Tenemos que movernos! —exclamó Mulán. Shang asintió y alzó su espada.
—¡Hacia la plaza central! ¡Formación en cuña, ahora!
Los soldados imperiales se reagruparon con esfuerzo, empujando hacia adelante con escudos y lanzas, atravesando las filas enemigas. Mulán lideraba el avance, cortando y esquivando con precisión letal. De repente, un estruendo retumbó en la aldea. Desde la colina cercana, una trompeta sonó con fuerza. Mulán sintió un rayo de esperanza al reconocer aquel viejo y conocido sonido, los refuerzos habían llegado. Los traidores también lo escucharon, y algunos titubearon. Fue suficiente para que los imperiales redoblaran su ataque. Desde la colina, un escuadrón de caballería descendió a toda velocidad, lanzas en alto, listos para irrumpir en el combate; el enemigo, atrapado entre dos frentes, comenzó a flaquear. Mulán intercambió una mirada con Shang.
—¡Es nuestra oportunidad! —Con un grito de guerra, los imperiales cargaron con energía renovada, decididos a poner fin a la batalla de una vez por todas —¡Quiero a algunos vivos!
Necesitaban de algunos con vida para sacar información. La lucha se volvió aún más feroz, pero esta vez los soldados imperiales tenían la ventaja; la moral de los traidores se desmoronaba al verse rodeados, y algunos comenzaron a rendirse arrojando sus armas y arrodillándose en el suelo. Mulán con respiración agitada y la espada aún firme en sus manos, observo el caos a su alrededor. Sus hombres avanzaban son piedad, asegurando cada rincón de la aldea
—¡Aseguren a los prisioneros! —ordenó Shang, mientras derribaba a un último enemigo que intentó huir.
Varios soldados imperiales sujetaron a los rendidos, atándolos con cuerdas y colocándolos de rodillas en el centro de la plaza. Mulán se acercó a uno de ellos, un hombre con una herida en el brazo y la ropa cubierta de polvo; al quitarle el casco vislumbro a un chico lleno de miedo, por sus mejillas corrían lágrimas
—¿Para quién trabajas?
—No lo sé señor
—Es mejor que hables —Mulán se agacha para estar a su altura