Al llegar a las puertas del palacio, la magnitud del desafío se hizo más evidente. Las enormes murallas y las puertas de hierro, custodiadas por soldados bien entrenados, daban una sensación de impenetrabilidad. Mulán y Shang se detuvieron unos momentos a observar. La tensión en el aire era palpable, como si el destino de todos estuviera a punto de decidirse con cada paso; había sido una buena idea dejar a sus hombres en un lugar alejado, ellos dos primero tenían que sondear el lugar y la situación dentro del palacio
— ¿Cómo planeamos entrar? —preguntó Shang, la voz más baja ahora, como si ya el ambiente de la ciudad palaciega fuera enemigo. Mulán se quedó en silencio por un momento, sus ojos recorriendo las torres y las almenas, sus mentes maquinando lo que
—Actuemos como si estuviéramos de paso —dijo finalmente, su tono sereno pero firme—. Somos enviados imperiales en una misión rutinaria.
El capitán la observar, comprendiendo de inmediato la idea. Ningún alarde de autoridad, ningún gesto de desesperación, solo discreción absoluta. Shang se acercó con un leve movimiento de cabeza y adoptó una postura relajada, pero con la seguridad de un oficial imperial. Mulán hizo lo mismo, suavizando su expresión y caminando con la naturalidad de alguien que derecho tenía a estar allí. Se acercaron a las puertas del palacio con paso firme. Los guardias cruzaron sus lanzas al verlos aproximarse.
—Deténganse. ¿Quiénes son y cuál es su propósito? —preguntó uno de los soldados, su mirada fría. Mulán dio un paso adelante y sacó un pergamino que el mismo Emperador le había enviado
—Somos enviados del Alto Consejo Imperial —dijo con seguridad—. Nuestra misión es entregar un informe de suma importancia al Gran Consejero.
El guardia tomó el pergamino, lo desenrolló y lo estudió con atención. Shang mantuvo la compostura, aunque podía notar la mirada escrutadora de los soldados. Cualquier signo de nervios los desecho mientras acariciaba a su caballo. Tras unos segundos de tenso silencio, la guardia ascendió y devolvió el pergamino.
—Muy bien, pueden pasar —dijo, apartándose para abrir la puerta
Mulán y Shang intercambiaron una mirada fugaz antes de cruzar el umbral. La primera barrera estaba superada, pero sabían que el verdadero desafío apenas comenzaba. Al cruzar las puertas del palacio, ambos sintieron el cambio inmediato en la atmósfera. El bullicio de la ciudad quedaba atrás, y el interior de los muros palaciegos estaba impregnado de un silencio pesado, solo interrumpido por el sonido de las pisadas de los guardias y el crujir de la madera de las torres de vigilancia. Siguieron caminando con calma, resistiendo la tentación de apresurar el paso. Cualquier muestra de prisa podría levantar sospechas.
—Tenemos que encontrar una forma de llegar a la sala del trono sin llamar la atención —susurró Shang, apenas moviendo los labios.
—Primero debemos orientarnos —respondió Mulán en el mismo tono—. El palacio es un laberinto para quienes no lo conocen.
Pasaron junto a un grupo de funcionarios que discutían entre sí mientras revisaban rollos de pergamino. Más adelante, dos eunucos empujaron un carro lleno de telas finas y objetos decorativos. La actividad en el palacio nunca cesaba, y eso jugaba a su favor: dos figuras más en medio de ese constante ir y venir no serían motivo de alarma. Mulán divisó una gran escalera que conducía a una galería superior desde la que se podía observar el patio principal.
—Si subimos ahí, podremos ver mejor la distribución del lugar —susurró.
Shang avanzando y la siguió sin dudar. Subieron los escalones con paso firme pero tranquilo, evitando llamar la atención de los guardias apostados en los pasillos. Desde arriba, el panorama se desplegó ante ellos: la sala del trono se encontraba al fondo, imponente y custodiada por soldados en cada entrada. El acceso directo al Emperador parecía impenetrable
—Demasiados guardias —murmuró Shang —para cuidar al Emperador ¿No te parece?
—Quizás no lo cuidan a él
—¿A qué te refieres?
—Es muy probable que estén cuidando que nadie entre a verlo o que el Emperador no salga
—Lo mantienen retenido
—Necesitamos una distracción —respondió Mulán
Sus ojos recorriendo el patio en busca de algo que pudieran ocupar a su favor. Y entonces la vio. Un grupo de sirvientes descargaba ánforas de alcohol cerca de una hilera de antorchas encendidas. Si alguna de esas vasijas se rompía cerca del fuego, el caos podría extenderse rápidamente. Mulán miró a Shang con una pequeña sonrisa
—¿Confías en mí? —Shang soltó un suspiro, pero la chispa de complicidad brillo en sus ojos
—Siempre.
Mulán tomó aire y, con un movimiento calculado, deslizó una pequeña piedra de su cinturón. Con precisión, la dejó caer desde la galería. La piedra tocando el borde de una de las ánforas, lo suficiente para que se tambaleara y comenzara a desquebrajarse. El sonido del barro cocido rompiéndose resonó en el patio, seguido del chisporroteo del alcohol al salpicar el fuego. Pero nada paso, el fuego no se hizo; decepcionada busca entre sus cosas alguna otra piedra que pueda lanzar, de la nada el estruendo de las ánforas cayendo al suelo llamo de nuevo su atención; en cuestión de segundos, una pequeña llamarada se elevó en el aire, y los gritos de los sirvientes no tardaron en llenar el lugar