Mulán se dirigió con paso firme hacia un pabellón vacío, tenía que poner su mente a trabajar en la estrategia más adecuada, para partir en búsqueda de Sui, pero sin dejar desprotegido el palacio. Junto a Shang comenzaron a revisar mapas, comentar sobre los soldados que se les hacían confiables y planeando la siguiente jugada. Como siempre, el capitán mostraba que era meticuloso y no dejaba nada al azar. Se habían marcado rutas con un pincel
— Debemos ser cuidadosos —dijo Mulán sin rodeos—. Sui Chang no caerá fácilmente —. Shang asintió, su expresión seria.
—Si ha estado comprando provisiones en grandes cantidades, significa que se está preparando para algo… quizás huir o fortificarse. No podemos darle tiempo —. Mulán se acercó al mapa y señaló la aldea que Mushu había señalado antes.
—Aquí es donde vieron a sus hombres. Si logramos que baje la guardia, podríamos atraparlo —. Shang la observó un momento, cruzando los brazos.
—El Emperador mencionó que su mayor debilidad es el orgullo. Si podemos hacerle creer que tiene ventaja…
—Podríamos tenderle una trampa —terminó Mulán, con un destello en la mirada—. ¿Y si lo hacemos creer que hay un cargamento de armas viajando al norte? —Shang sonrió levemente.
—Un cebo perfecto. Sus hombres no dejarían pasar esa oportunidad —. Mulán tomó un pincel y trazó una línea en el mapa.
—Colocaremos convoyes falsos a lo largo de la ruta, con pocos soldados que se hagan pasar por comerciantes, así también descubriremos a los traidores. Mientras tanto, ocultaremos tropas que sabemos son fieles al Emperador en los acantilados cercanos. Cuando Sui Chang y sus hombres ataquen…
—Los rodearemos y no tendrán escapatoria —concluyó Shang. Mushu, que había estado escuchando todo desde el borde de la mesa, se cruzó de brazos.
—Tengo que decirlo: este plan es brillante. Estratégico, astuto… ¡y potencialmente peligroso! ¿Recuerdan que yo soy pequeño y no tengo armadura? —Mulán sonrió y le dio un suave golpe en la cabeza.
—No te preocupes, Mushu. Solo asegúrate de que nuestro “cargamento de armas” luzca convincente —. Shang rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
—Bien. Entonces partimos al amanecer.
Con el plan en marcha y el peligro acechando, la caza de Sui Chang estaba por comenzar. Antes del amanecer, Mulán y Shang lideraron a un pequeño grupo de soldados que habían demostrado su fidelidad, por lo que serían los encargados de ocultarse para atacar en el momento indicado. Tras las órdenes dadas Yao, Ling y Chien Po junto a sus soldados abandonaron el palacio perdiéndose aun en la oscuridad de la madrugada.
Con la primera alba partió la primera carreta custodiada por los soldados disfrazados de mercaderes, vestían túnicas sencillas, sin insignias militares. Cada quince minutos partía una a los diferentes puntos de la ruta marcada la noche anterior; el último convoy sería custodiado por Shang y Mulán, quien desde una distancia prudente veían como avanzaba la carreta lentamente por la ruta comercial, dirigiéndose al desfiladero donde esperaban emboscarlos. Mushu, camuflado entre el cabello de Mulán, murmuraba con nerviosismo.
—Solo digo… si esto sale mal, no quiero que inscriban en mi lápida “Aquí yace Mushu, devorado por un ejército de bandidos”. ¡No sería un buen final para mi legado! —Mulán reprimió una sonrisa mientras sostenía las riendas del caballo.
—Tranquilo, Mushu. Si todo sale según el plan, ni siquiera tendrás que salir de tu escondite.
Shang, cabalgando a su lado, se mantuvo en silencio, su mirada fija en el camino. A lo lejos, el sendero estrecho del desfiladero se alzaba entre montañas, un punto estratégico perfecto para la emboscada.
—Debemos estar atentos —murmuró Shang—. Sui Chang es astuto. Si sospecha que es una trampa, podríamos estar en peligro.
Mulán asintió, pero en su interior confiaba en que el orgullo de Sui Chang lo haría caer. No resistiría la tentación de apoderarse de un cargamento tan valioso. Avanzaron por el camino pasando algunas aldeas, pero no fue hasta que se adentraron a una zona alejada y solitaria cuando el sonido de cascos y pasos apresurados alertó al convoy.
Desde las colinas, figuras encapuchadas comenzaron a aparecer entre los árboles. Hombres armados con lanzas y espadas descendieron rápidamente, rodeando el convoy. Uno de ellos, de complexión alta y vestimenta oscura, avanzó con paso seguro. Mirando su rostro lo reconoció de inmediato, ese era el objetivo; tenía una expresión de absoluta confianza.
—Deténganse —ordenó Sui Chang con voz firme—. Entreguen la carga y nadie saldrá herido.
Uno de los soldados que manejaba la carreta miro a Sui por un momento antes de bajar la cabeza, fingiendo nerviosismo mientras descendía de su caballo se colocó frente a él
—P-por favor, no nos hagan daño. Solo somos humildes comerciantes… —dijo con voz temblorosa. Sui Chang sonrió con arrogancia.
—¿Humildes comerciantes transportando un armamento? No me hagan reír.
Se acercó al carro y retiró una de las telas doradas para ver sus supuestas armas. Antes de que pudiera inspeccionarlo más de cerca, el silbido de Shang surcó por la colina esa era la señal para comenzar el ataque. Desde las alturas del desfiladero, soldados imperiales salieron de sus escondites, apuntando con arcos y lanzas. En cuestión de segundos, la banda de Sui Chang estaba rodeada. El rostro del hombre cambió de confianza a furia.