El viento fresco soplaba suavemente sobre los campos dorados, meciendo las espigas de arroz que se alzaban con orgullo bajo el sol del atardecer. Mulán respiró hondo, permitiendo que la brisa le acariciara el rostro. Por primera vez en mucho tiempo, su corazón no estaba agitado por la guerra, las conspiraciones o la incertidumbre.
Había pasado solo un mes fuera de casa, pero se había sentido tanto como los años que paso en la guerra. Sin duda para Mulán fue más agotador una batalla de astucia que de espadas. En su cuello colgaba un nuevo jade imperial, en su cinturón cargaba no solo su espada sino un edicto imperial que le otorgaría el poder de hacer una escuela para entrenar a niñas y niños de la zona. Gracias a su esfuerzo ahora dentro del ejército imperial se abrirían plazas para que mujeres como ella pudieran formar parte de sus filas.
La batalla por el trono había terminado. Chu Hua y Chi-Fu habían sido desenmascarados, todos los involucrados fueron ejecutados mandando un claro mensaje a todos aquellos enemigos del Emperador, Sui Tao había ascendido como el futuro heredero del trono; gracias a sus esfuerzos y la demostración de su valentía cuenta con el respaldo del pueblo. Su liderazgo justo y sabio comenzaba a sanar las heridas del imperio, restaurando la paz que tanto había costado conseguir.
Mulán había rechazado los títulos que el Emperador le ofreció para que se quedara dentro del palacio. Después de tantos años de lucha, solo deseaba volver a casa. Ahora, en la tranquilidad de su aldea, podía recordar con claridad el propósito de todo aquello: proteger a su familia, a su gente, y encontrar su propio camino.
—Mi armadura me hace ver poderoso —. Mushu alardeo una vez más de su nuevo atuendo —. Todos morirán de envidia en el templo
—Mushu, literalmente en el templo todos están muertos — su comentario dejo callado al pequeño dragón —. Por fin en casa —suspiró Mulán con alivio al ver la entrada de la aldea.
—¡Sí! ¡Y yo también añoraba nuestro hogar, cariño! —Mushu saltó sobre su hombro, estirándose como si acabara de sobrevivir a la peor de las guerras—. ¡Nunca más volveremos a meternos en política! ¡Demasiado drama! ¡Demasiadas traiciones! ¡Y lo peor, demasiados generales serios con cara de piedra! —Mulán rodó los ojos, sonriendo con diversión.
—Mushu, literalmente no hiciste nada esta vez.
—¿Nada? ¿Nadaaa? —El pequeño dragón se llevó una mano al pecho, ofendido—. ¿Quién te dio apoyo emocional en todo momento? ¿Quién te animó a no perder la cabeza cuando el trono estaba en juego? ¿Quién escucho los chismes que nos llevaron al malo? ¿Y quién evitó que me comieran en la cocina imperial? ¡Ah, sí, yo!
Shang, que había cabalgado con ella hasta la aldea, tosió disimuladamente para ocultar una risa. Sin decir nada más avanzaron por las calles de la aldea, a su paso Mulán recibía felicitaciones por su nueva hazaña, a lo cual ella agradecía con leves inclinaciones. Antes de llegar a casa desmonto su caballo, quería entrar a píe. Desde la entrada de la casa, sus padres la observaban con ternura. Su madre, con las manos cruzadas sobre su regazo, sonreía con orgullo; su padre, más silencioso, inclinó la cabeza en un gesto de respeto. Sabía cuánto había pasado su hija, y lo fuerte que se había vuelto.
—Has vuelto, Mulán —dijo su padre con voz serena.
—Sí —respondió ella con una sonrisa—. Y esta vez, para quedarme.
Detrás de ella, Shang llegó con pasos tranquilos, llevando los caballos de ambos por las riendas. No necesitaban palabras para entenderse. Había sido su compañero en la guerra, su apoyo en los momentos más oscuros, y ahora, alguien con quien compartir la paz. Shang también había decidido desistir de su nuevo puesto como general supremo del ejército imperial, ahora él quería tener una vida con tranquilidad y aunque no se lo dijo a Mulán quería pasar su vida con ella. Mushu suspiró dramáticamente mientras se paseaba frente a los padres de Mulán para que miraran su reluciente armadura.
—Has florecido hija
—Tarde, pero lo hice padre
—Sí, sí, claro, final feliz y todo eso, pero hablemos de lo importante: ¿qué hay de comer? Porque después de salvar el Imperio, un dragón necesita recuperar energías —. Mulán rió mientras su madre entraba a la casa para pedir que prepararan la cena
—Ven, siéntate con nosotros —dijo Mulán, mirando a Shang, quien aceptó con una leve sonrisa.
—Por fin tenemos un poco de paz
—Asi es por ahora estamos a salvo de más problemas —murmuró Mushu, acomodándose sobre la mesa con un suspiro—. Al menos hasta la próxima vez que Mulán decida hacer algo heroico...
—Mushu porque no vas a presumirle tu armadura a los ancestros
—Es verdad, esos viejos me envidiaran
El dragón salto de la mesa, comenzando a correr hacia el templo familiar. Pasada una hora y tras haber comido todos se sentaron en el jardín disfrutando del día soleado. La aldea estaba en calma, Mulán disfrutaba de la paz que tanto había anhelado. Su padre estaba sentado junto a su madre, observándola con orgullo. Mushu, como siempre, estaba acomodado sobre la mesa con un aire de autosuficiencia, comiendo un tazón de arroz como si él también hubiera librado todas las batallas. Shang se encontraba de pie, claramente nervioso. Mulán lo miró con curiosidad. No era común verlo dudar.
—¿Shang? ¿Está todo bien? —preguntó Mulán con una sonrisa. El general respiró hondo y dio un paso adelante.