Las Sombras de Raven's Bay

Capitulo 3

Había nombres que no se olvidaban con facilidad. El de Eric Dawson era uno de ellos.
John Carter lo encontró gracias a una nota en el informe policial: exnovio de la víctima, estudiante de literatura, familia de clase media, ningún antecedente. Según los registros, vivía ahora en una pequeña casa a las afueras del pueblo, cerca de la vieja librería que alguna vez había pertenecido a su padre.
Aparcó el coche frente al portón oxidado y caminó hasta la entrada. El jardín parecía abandonado, con maleza creciendo entre las piedras. Al tocar la puerta, no obtuvo respuesta inmediata. Iba a llamar otra vez cuando esta se abrió.
Un hombre delgado, de cabello algo despeinado y mirada desconfiada apareció. Tendría poco más de cuarenta, pero sus ojos parecían más viejos.
—¿Eric Dawson? —preguntó Carter, mostrándole su credencial de investigador retirado. Soy John Carter. Me gustaría hablar con usted sobre Samantha.
El cambio fue inmediato. Los hombros de Eric se tensaron y sus pupilas se dilataron apenas un segundo. No dijo nada durante varios segundos. Luego, se apartó para dejarlo pasar.
—No pensé que ese nombre volvería a mi puerta —murmuró mientras lo guiaba al salón.
El interior era oscuro, lleno de estanterías con libros desordenados y hojas sueltas. Una taza de café frío descansaba sobre una mesa abarrotada.
—¿Aún piensa en ella? —preguntó Carter, directo.
Eric soltó una risa amarga.
—¿Cómo no hacerlo? Fue el amor de mi vida… y el motivo por el que todo se vino abajo. —Se dejó caer en una butaca. Pero no la maté, si es lo que está pensando.
Carter no respondió. Solo observó.
—¿Dónde estaba la noche en que desapareció?
—En mi dormitorio, en el campus. Estudiando para un examen de literatura renacentista. Varios compañeros lo confirmaron en su momento.
—¿Y eso le pareció normal?
—¿Qué cosa?
—Que desapareciera sin dejar rastro. Que nadie la viera. Que su cuerpo apareciera dos años después entre las rocas.
Eric apretó los labios.
—Nada fue normal desde aquel día. —Tomó aire. Discutimos esa tarde. Samantha estaba nerviosa… decía que había descubierto algo. Algo relacionado con un profesor, creo. No me quiso decir más. Solo... que no se sentía segura.
Carter frunció el ceño.
—¿Y usted no lo reportó?
—¡Claro que sí! —respondió Eric, molesto. Pero nadie me tomó en serio. La policía pensó que exageraba, que quería desviar la atención.
—¿Y qué profesor era?
—No lo sé. Nunca me lo dijo. Solo que era alguien respetado. Que si hablaba, lo arruinaría todo.
Carter tomó nota mental. Esa era la primera pista concreta.
—¿Qué pasó después?
—Me envió un mensaje esa noche, algo críptico: “Si algo me pasa, no dejes que lo olviden.” Luego... silencio.
Carter lo miró fijamente.
—¿Y no ha hablado de esto antes?
—Lo hice. Pero no tenía pruebas. ¿Usted me habría creído?
Hubo un silencio tenso entre ambos. Carter se levantó.
—Gracias por su tiempo, señor Dawson. Puede que vuelva a necesitar hablar con usted.
Eric asintió, con la mirada perdida en algún lugar del pasado.
Cuando Carter salió al exterior, el viento marino le golpeó el rostro. En su mente, las piezas empezaban a moverse. Un mensaje perdido. Un secreto sobre un profesor. Una muerte que aún pesaba en todos.
Y alguien, alguien en Raven’s Bay, aún tenía motivos para mantener enterrada la verdad.
Carter caminó de regreso al coche, pero no se subió de inmediato. Sacó su libreta de notas y escribió lo esencial: “Eric Dawson: coartada respaldada. Discusión con Samantha. Mención de un profesor. Mensaje final: “Si algo me pasa, no dejes que lo olviden”.
Se detuvo al releer esas palabras. “No dejes que lo olviden”. ¿Por qué escribir algo así si no sentía un peligro real? ¿Qué había descubierto Samantha que la llevó a temer por su vida?
Encendió el motor, pero no volvió directamente a la cabaña. En lugar de eso, se dirigió al campus de la universidad local, donde Samantha había estudiado. El lugar no había cambiado mucho en veinte años: los mismos edificios de ladrillo oscuro, las mismas farolas bajas, el mismo silencio casi reverencial que cubría sus jardines. Aparcó frente a la biblioteca central y bajó con paso decidido.
Dentro, todo estaba en orden: estanterías interminables, estudiantes concentrados y un leve murmullo de páginas pasando. Se acercó al mostrador y mostró su credencial a una mujer de mediana edad, de gafas gruesas y gesto amable.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Estoy investigando una desaparición ocurrida hace veinte años. Samantha Langley era estudiante aquí. Quisiera saber si tienen algún archivo sobre su paso por la universidad.
La mujer ladeó la cabeza, dudando.
—Eso sería parte del archivo académico, reservado… pero si es por una investigación…
Tras unos minutos de espera y un par de llamadas, Carter obtuvo una copia de los profesores con los que Samantha había tomado clase en sus últimos semestres. Recorrió la lista con atención, subrayando nombres. Luego, preguntó:
—¿Alguien de esta lista sigue dando clases aquí?
Ella echó un vistazo rápido.
—Solo el profesor Alden Mercer. Literatura inglesa avanzada. Muy respetado.
Carter agradeció y se dirigió al edificio de Humanidades. Caminó por los pasillos alfombrados hasta el despacho del profesor Mercer. Una placa de bronce con su nombre aún colgaba de la puerta. Tocó dos veces.
—Adelante —dijo una voz firme desde dentro.
El hombre que lo recibió era alto, con cabello canoso y bien peinado, vestido con chaqueta de tweed. Su despacho era elegante, lleno de libros perfectamente alineados, diplomas enmarcados y una foto de grupo con alumnos de años pasados. Samantha Langley estaba en una de ellas.
—¿Puedo ayudarle?
—John Carter. Estoy reexaminando el caso de Samantha Langley.
El profesor frunció ligeramente el ceño.
—Han pasado muchos años. Qué tragedia... Aunque creo que finalmente encontraron su cuerpo, ¿no es así?
Carter lo observó detenidamente.
—¿Cómo lo supo?
—Fue noticia. Todo el campus lo comentaba. Nunca se supo qué le ocurrió. Lamentable pérdida.
—Usted fue uno de sus profesores.
—Así es. Recuerdo que era brillante. Curiosa, tenaz. Demasiado para su propio bien, tal vez.
—¿Qué quiere decir?
Mercer se reclinó en su silla, entrelazando los dedos.
—No puedo afirmarlo, pero... Samantha hacía demasiadas preguntas. Sobre cosas que no eran de su incumbencia. Había rumores. Ella creía que ciertos miembros del profesorado favorecían a algunos estudiantes... no siempre por motivos académicos.
Carter sintió un escalofrío.
—¿Alguna vez la confrontó sobre ello?
—Una vez la llamé a mi oficina. Le sugerí que se concentrara en sus estudios y dejara de escuchar habladurías. Ella pareció ofendida. Al día siguiente, faltó a clase. Luego... desapareció.
El silencio llenó el despacho.
—¿Alguien más sabía de esos rumores?
—No que yo sepa. Pero en un campus tan pequeño, todo se sabe. O se intuye.
Carter se puso de pie.
—Gracias por su tiempo, profesor Mercer. Quizá vuelva con más preguntas.
—Será un gusto colaborar, señor Carter.
Cuando se marchó, algo no cuadraba. El despacho era demasiado ordenado, las respuestas demasiado medidas. Y esa frase… “Demasiado para su propio bien”.
Anotó en su libreta: “Alden Mercer. Último profesor que la vio. Rumores. ¿Encubrimiento?”
El rompecabezas apenas comenzaba.



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Editado: 29.07.2025

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