Las Sombras de Raven's Bay

Capítulo 7

La universidad parecía otro lugar bajo la luz apagada de un cielo encapotado. Las risas de los estudiantes y el bullicio habitual se habían transformado en un murmullo inquietante. Carter cruzó el patio central con las manos en los bolsillos y una pregunta martillándole la cabeza: ¿cuántos rostros sonrientes ocultaban secretos?

La bibliotecaria, una mujer de cabello blanco perfectamente recogido, lo miró por encima de las gafas cuando pidió el anuario del último curso.

—¿Otro periodista? —preguntó con tono cansado.

—No. —Solo alguien que quiere entender por qué una chica tan joven acabó muerta —respondió él.

Ella no insistió. Le entregó un volumen pesado, con la cubierta desgastada y el año grabado en letras doradas: "Clase del 2004". Carter se sentó en una mesa cerca de la ventana y comenzó a hojearlo.

Ahí estaba Samantha Clarke. Su foto de perfil mostraba a una joven de cabello castaño claro, sonrisa amplia y ojos expresivos. Bajo la imagen, una frase escrita por ella misma: “La vida empieza donde termina el miedo". Carter la leyó tres veces. ¿Era una simple frase inspiradora… o una advertencia personal?

Pasó las páginas con lentitud. Las fotos de grupo mostraban a Samantha rodeada de amigos. Había nombres anotados, dedicatorias en los márgenes: “Te extrañaré, Sam”, “Gracias por las noches de estudio (y los vinos robados del laboratorio)”, “Eres única, nunca cambies”. Todo parecía indicar que había sido querida.

Demasiado querida, quizá.

Una foto llamó su atención. Era del club de teatro. Samantha estaba al frente, en un disfraz de época. Al fondo, entre sombras, un chico con mirada intensa parecía observarla. El pie de foto decía: Ethan Moore escenografía y sonido.

Carter tomó nota.

Empezó su ronda de entrevistas con los nombres más repetidos en las dedicatorias. Uno a uno. Algunos lo recibieron con desconfianza, otros con una máscara de tristeza ensayada. Todos tenían algo que decir… y mucho que callar.

Uno de ellos, un chico de nombre Lucas, habló sin rodeos:

—Samantha era… complicada. Muy brillante, pero sabía manipular. Sabía cómo conseguir lo que quería.

—¿Tú crees que alguien habría querido hacerle daño?

Lucas se encogió de hombros.

—Aquí todos lo pensamos alguna vez. Pero nadie lo dice en voz alta.

La siguiente fue una chica pelirroja, con voz suave y ojos huidizos. Nina, compañera de residencia de Samantha durante dos años.

—Era buena persona —dijo, bajando la voz—, pero también tenía enemigos. Y un secreto… que no sé cuál era. Se iba a veces por la noche; decía que tenía reuniones con un tutor, pero nunca lo vi. Y… a veces lloraba al volver.

Carter sintió que cada pieza encajaba en un rompecabezas demasiado grande para verlo completo.

Cuando salió de la biblioteca, el cielo había oscurecido. Antes de marcharse, decidió buscar a Rachel Turner, la amiga con la que Samantha compartía muchas actividades extracurriculares. Estaba en el auditorio, ayudando con un ensayo. Lo recibió con una mezcla de curiosidad y tristeza.

—¿Usted es el detective?

—Ya no lo soy. Solo intento encontrar algo que quizás otros pasaron por alto.

Rachel lo invitó a sentarse en las gradas vacías.

—¿Cómo era Samantha? —preguntó él.

Rachel suspiró.

—Ella era... intensa. Apasionada por todo. Quería comerse el mundo, pero no sabía digerirlo. A veces era como si supiera que no iba a tener mucho tiempo. Había una energía en ella… como si viviera al borde de algo.

—¿Tenía enemigos?

—¿Quién no? Aquí todos se sonríen, pero cada uno tiene su agenda. Algunos le envidiaban su talento. Otros su belleza. Ethan, por ejemplo… —se detuvo un momento—, Ethan estaba… obsesionado.

—¿En qué sentido?

—En todos. Siempre encontraba una excusa para estar cerca. Le ayudaba con los decorados, se ofrecía a llevarle cosas, a esperarla tras los ensayos. Al principio parecía adorable. Pero luego se volvió raro. Ella le puso distancia, y él no lo tomó bien.

—¿Crees que pudo hacerle daño?

Rachel lo miró fijamente.

—Creo que si no fue él… sabe más de lo que dice.

Carter anotó en silencio. Al salir del auditorio, algo le rozó la conciencia: la sensación de ser observado. Se giró, pero no había nadie. Solo sombras en los pasillos y la inquietante certeza de que, en Raven’s Bay, los secretos siempre encontraban la forma de salir a la superficie.

Después de despedirse de Rachel, Carter consultó sus notas. Había otro nombre que se repetía en los márgenes del anuario junto al de Samantha: Emma Morgan. Las dedicatorias entre ambas eran breves, pero frecuentes. Decidió buscarla en el café de la universidad, un pequeño local con ventanales empañados por el vapor y olor a café recién molido.

La encontró sentada sola, con unos auriculares colgando del cuello y una libreta abierta. Al verlo acercarse, lo reconoció de inmediato.

—Usted es el exdetective —dijo, sin rodeos.

—Y tú eras amiga de Samantha.

—Éramos. Pero en su último año, ella… cambió. Se volvió distante.

Carter se sentó frente a ella.

—¿Cambió por algo en concreto?

Emma dudó, jugueteando con una cucharilla.

—Fue cuando Ethan empezó a rondarla más seguido. Al principio, ella no le daba demasiada importancia. Pero luego empezó a sentirse… vigilada. Lo decía en broma, como quien no quiere reconocer que tiene miedo. Pero lo tenía.

—¿Llegó a decírtelo?

—Una vez, sí. Me lo soltó como al pasar: “Si algo me pasa, mira a Ethan”. Luego se rió, como si fuera una broma. Pero en sus ojos… no era broma.

Carter anotó lentamente, sin mirarla.

—¿Sabes si él la acosaba?

—No tengo pruebas. Pero sé que una vez la esperó fuera de su residencia. Ella había salido a una cita con un chico —uno de la Facultad de Derecho—, y Ethan estaba allí, esperando. Dijo que “solo pasaba por casualidad”. Samantha se encerró esa noche y no salió ni a cenar.



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En el texto hay: #suspense, #asesinato, #crimen

Editado: 09.06.2025

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