La residencia de Emma se alzaba en una colina arbolada, un edificio antiguo de ladrillo oscuro con ventanas altas y puertas que crujían al cerrarse. Carter llegó puntual, bajo un cielo gris que presagiaba lluvia. Emma lo esperaba en la entrada, con el ceño fruncido y un gesto inquieto.
—Nadie me siguió —dijo sin que él preguntara. Pero tengo la sensación de que alguien sabía que te vería hoy.
Carter frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Recibí un mensaje anónimo esta mañana: “No remuevas el pasado. Ya hubo una muerte”.
Le enseñó el móvil. El número estaba oculto.
—¿Y aún así me vas a enseñar la caja?
—Sí —respondió con firmeza. Ya estoy cansada de callar.
Subieron al tercer piso en silencio. El pasillo estaba en penumbra. Emma abrió su apartamento pequeño, ordenado, con estanterías repletas de libros. De debajo del mueble sacó una caja de zapatos forrada con papel de regalo arrugado.
—No la he abierto desde que Samantha me la dio —dijo en voz baja. Solo sabía que un día tendría que hacerlo.
Carter se sentó frente a ella y retiró la tapa con cuidado.
Dentro había:
Entradas de cine fechadas dos semanas antes de su muerte.
Una pulsera rota.
Notas escritas a mano, algunas tachadas con fuerza.
Una pequeña foto polaroid, en la que Samantha sonreía junto a un grupo de amigos.
Y un sobre blanco, cerrado con cinta adhesiva.
Sobre el sobre, escrito con tinta negra: “Solo si todo sale mal”.
Carter examinó la foto primero. La imagen parecía inocente, pero al fondo, casi fuera de foco, había una silueta borrosa que parecía estar observándolos. Un hombre, parcialmente escondido tras unos árboles. No se distinguía el rostro.
—¿Reconoces a alguien de esta foto?
Clara la tomó y negó lentamente.
—Es de una fiesta. No sé… ¿Ese es Ethan? Podría ser. Él solía aparecer sin que nadie lo invitara.
Carter guardó la imagen en una funda de plástico y se centró en el sobre.
—¿Puedo?
Clara asintió, mordiéndose el labio.
Abrió el sobre. Dentro, una carta escrita con letra temblorosa:
Si estás leyendo esto, algo me ha pasado. Hay alguien que me vigila. No quiero que piensen que fue un accidente. No fue un suicidio. Y no fue casualidad. Hay cosas que sé, cosas que vi, y eso me convirtió en una molestia. No confíes en Ethan. No confíes en nadie que parezca saber demasiado. —Sam.
Carter se quedó en silencio, releyendo la carta dos veces. Samantha no solo había sentido miedo: había comprendido que estaba en peligro. Y alguien se había asegurado de que no hablara.
Emma hablaba casi en un susurro.
—¿Crees que Ethan…?
Carter no la miró.
—Ahora mismo, Emma, todos son sospechosos.
Volvió a revisar el contenido de la caja. En una de las notas tachadas, se leía apenas una frase ilegible a la mitad, pero había una palabra repetida en el margen varias veces: “archivo”.
—¿Sabes si Samantha trabajaba en la biblioteca o en algún archivo de la universidad?
Emma asintió.
—Sí, tenía un trabajo a medio tiempo en el archivo central. Catalogaba documentos antiguos del campus, incluso cosas de la época de la fundación.
—¿Y crees que eso tenga algo que ver con esto?
—No lo sé… Pero Samantha decía que se había topado con cosas que “no debían estar ahí”. Que había nombres importantes, cosas tapadas. Pensé que era una exageración suya.
Carter guardó la nota.
—Esto cambia las cosas. Quizá no fue solo un crimen pasional. Tal vez Samantha tropezó con algo que iba más allá de ella.
Mientras se despedía de Emma en la entrada del edificio, notó un coche oscuro estacionado al otro lado de la calle. El motor estaba encendido, pero las luces apagadas. Cuando Carter salió, el coche arrancó lentamente y desapareció en la niebla sin mostrar matrícula.
Un mal presentimiento le recorrió la espalda. Sacó su móvil. Un nuevo mensaje sin remitente brillaba en la pantalla:
“Te lo advertimos. “Deja a los muertos descansar”.
Ya no había duda. Alguien estaba vigilando cada paso que daba. Y no se iban a detener.
Editado: 09.06.2025