El día amaneció gris sobre Raven’s Bay. La niebla aún no se había disipado del todo, y el sonido de las campanas del puerto llegaba apagado, como si el mar mismo lo engullera. Carter se detuvo en el espejo del hostal, ajustándose el abrigo. Llevaba días sin dormir bien; las sombras bajo sus ojos eran testigo de ello.
Steven lo esperaba abajo, en el vestíbulo, con su habitual serenidad.
—Listo para otra entrevista —dijo con tono despreocupado—. Logré localizar a Andrew Clarke, un viejo colega de mi tío Marcus. Enseñaron juntos en la universidad durante años.
—Perfecto —respondió Carter—. Veremos qué recuerda.
El camino hasta la casa de Clarke atravesaba una zona alta, donde los pinos ocultaban la vista del mar. La vivienda, una construcción antigua de piedra, se erguía entre la niebla como un recuerdo que el tiempo se había negado a borrar.
Andrew Clarke era un hombre de unos sesenta años, delgado, con una barba gris descuidada y los ojos cargados de desconfianza. Los recibió con cortesía forzada.
—No suelo recibir visitas. ¿Qué quieren exactamente?
—Solo unas preguntas sobre Marcus Ellwood —explicó Carter, mostrando su credencial—. Usted fue su colega durante más de una década.
El hombre suspiró y los invitó a pasar. Dentro, el aire olía a tabaco y libros antiguos.
—Marcus era brillante —empezó, encendiendo una pipa—, pero también… difícil. Tenía secretos, y en esta ciudad los secretos pesan más que las culpas.
—¿Se refiere a su relación con Helena Morris? —preguntó Carter con suavidad.
Clarke alzó la vista, sorprendido.
—Ah, ya veo que sabe más de lo que aparenta. Sí, Helena. Esa muchacha era inteligente, demasiado para su edad. Pero jugaba con fuego. Y Marcus… no supo detenerla.
Steven intervino, con un tono de voz calmado, casi protector.
—Mi tío siempre fue reservado. No me extrañaría que esa relación fuera malinterpretada. Helena solía coquetear con todos.
Carter lo miró de reojo. Había algo demasiado rápido en sus palabras, como si quisiera dirigir el rumbo de la conversación antes de que Clarke dijera algo más.
—¿Y la esposa de Marcus? —preguntó el detective—. ¿Llegó a conocerla?
—Margaret, claro. Una mujer amable, pero enferma. Padecía algo del corazón, creo. Marcus se desvivía por ella —respondió el profesor, aunque su voz tembló apenas perceptiblemente—. Después de su muerte, él cambió. Se volvió… paranoico, diría.
—¿Paranoico? —repitió Carter.
—Sí. Temía que alguien lo vigilara. En su despacho tenía las ventanas cubiertas con cortinas gruesas, y cada vez que sonaba el teléfono, se sobresaltaba.
Carter anotó cada detalle. Clarke hablaba con un hilo de voz entre la nostalgia y el temor.
—¿Recuerda si tuvo alguna disputa con Helena antes de que ella desapareciera? —preguntó.
El anciano dudó un momento antes de contestar.
—Una vez los vi discutir. Ella lo amenazaba. Le dijo que si no “cumplía su palabra”, lo lamentaría. Marcus estaba pálido como un cadáver. Nunca volví a ver a la muchacha después de eso.
El silencio que siguió fue espeso.
Steven se levantó de la silla y se acercó a la ventana. —Quizá Helena quería dinero. Era ambiciosa. No sería raro que intentara aprovecharse de mi tío.
Carter lo observó atentamente. Steven hablaba sin titubear, con la confianza de quien conoce demasiado.
Cuando se despidieron de Clarke, el anciano les estrechó la mano y dijo, casi en un susurro:
—Tenga cuidado, señor Carter. Marcus no fue el único con secretos. En este pueblo nadie es inocente.
Ya fuera, el aire olía a pino húmedo y tierra mojada. Carter caminó en silencio unos metros antes de hablar.
—Curioso, ¿no? Clarke no mencionó a Helena como una simple alumna, sino como alguien con poder sobre Marcus.
Steven encogió los hombros. —Los viejos tienden a exagerar. Seguro recuerda cosas que nunca pasaron.
—O quizá recuerda más de lo que debería —replicó Carter, con un tono casi casual.
El joven sonrió. —Supongo que eso lo decidirás tú.
De regreso al pueblo, mientras el coche avanzaba entre la bruma, Carter pensó en la mirada del profesor Clarke, en su advertencia y en la forma en que Steven se había apresurado a desviar cada pregunta incómoda. No podía probarlo, pero algo le decía que, detrás de su calma, había una intención más oscura.
Esa noche, antes de acostarse, Carter revisó sus notas:
> Helena chantajeaba a Marcus.
Margaret muerta. Causa: enfermedad.
Marcus paranoico.
Steven: Siempre presente.
Cerró el cuaderno. El mar rugía al otro lado de la ventana, y por un instante creyó escuchar pasos en el pasillo. Pero cuando salió a mirar, no había nadie. Solo la brisa, filtrándose por la rendija de la puerta.
Editado: 27.11.2025