El teléfono sonó poco después del amanecer. Carter tardó unos segundos en reconocer la voz al otro lado de la línea.
—¿Señor Carter? Soy el doctor Davenport. Disculpe la hora, pero… creo que recordé algo.
Su voz sonaba temblorosa, apurada, casi al borde del miedo.
—¿Sobre el joven que vino por los informes de Margaret Ellwood? —preguntó Carter, incorporándose.
—Sí… creo que sé quién era —respondió el anciano—. No por el nombre, sino por algo que llevaba. Una insignia… una especie de medallón con las iniciales…
El resto se perdió entre un ruido de estática. Luego, la llamada se cortó.
Carter intentó devolverla, pero solo obtuvo silencio. Miró el reloj: 6:43 de la mañana. Se puso el abrigo y salió al instante.
El camino hacia la costa estaba envuelto en niebla espesa. Las luces del coche apenas iluminaban unos metros por delante. Mientras conducía, repasó mentalmente cada detalle de la conversación anterior. Davenport había recordado algo, y alguien más lo sabía.
Al llegar a la casa del médico, algo lo detuvo en seco. La puerta principal estaba entreabierta, moviéndose lentamente con el viento.
—Doctor Davenport —llamó, entrando con cautela.
El silencio lo recibió como una pared. El olor a leña quemada aún flotaba en el aire, pero el fuego de la chimenea estaba apagado. Avanzó hasta el salón, donde los papeles del escritorio estaban revueltos. Una taza de té volcada dejaba un rastro oscuro sobre la alfombra.
Y entonces lo vio.
El cuerpo del doctor yacía junto a la ventana, caído sobre un bastón roto. Su rostro conservaba una expresión de sorpresa más que de dolor. No había signos de lucha evidentes, pero el golpe en la sien era demasiado limpio para un simple accidente.
Carter se arrodilló junto a él, palpando el pulso. Nada. Luego, notó algo en el suelo: un pequeño trozo de metal brillante, como un botón desprendido. Lo guardó en su bolsillo antes de levantarse.
El sonido de un coche acercándose lo sacó de sus pensamientos. Corrió hacia la entrada.
Un vehículo se detuvo frente a la casa, y de él bajó Steven, con el rostro pálido.
—¡Carter! ¿Qué demonios ha pasado? Vi tu coche en el camino y vine directo.
—El doctor está muerto —dijo Carter con tono grave—.
Steven abrió los ojos, incrédulo.
—¿Muerto? No… no puede ser.
Entró al salón, miró el cuerpo y apartó la vista de inmediato. —Dios mío…
Su reacción era convincente, incluso demasiado. Carter lo observó de reojo. Steven respiraba con dificultad, temblaba levemente y se apoyó contra la pared. Si estaba fingiendo, era un actor excepcional.
—¿Cuánto hace que estás aquí? —preguntó Carter.
—Minutos. Venía hacia el hospital. Quería preguntarle algo al doctor Davenport sobre mi tío, pero vi tu coche… y la puerta abierta.
La explicación era razonable. Demasiado razonable.
Carter sacó el teléfono y avisó a la policía local. Luego se agachó junto al escritorio, donde notó una hoja de papel arrugada, apenas visible bajo un libro caído. La desplegó con cuidado. En el borde inferior se alcanzaban a leer unas letras garabateadas, incompletas:
“S…”
Nada más.
Lo guardó en su libreta y se levantó cuando llegaron los agentes. Steven permanecía aparte, mirando por la ventana con el rostro sombrío.
—Esto es terrible —dijo finalmente—. Primero Helena, luego mi tío… y ahora esto. ¿Hasta dónde va a llegar todo esto, Carter?
El detective lo observó sin responder. Por un momento, creyó notar un destello extraño en su mirada, algo entre tristeza y control. Pero desapareció tan pronto como apareció.
De regreso al pueblo, Carter estacionó frente al puerto. La lluvia comenzaba a caer con fuerza, golpeando el parabrisas como si el cielo quisiera borrar las huellas de lo ocurrido.
Sacó el trozo de metal del bolsillo. Era un botón, dorado, con un grabado minúsculo: un ancla rodeada por una letra R.
No pertenecía a un médico. Ni a un anciano.
Quizá a alguien más joven.
O quizá… a alguien que fingía estar en el lugar equivocado, en el momento perfecto.
Carter cerró el puño alrededor del botón, sintiendo el frío del metal. No tenía pruebas, pero sí una certeza:
En Raven’s Bay, la muerte del doctor no era un accidente.
Y alguien estaba moviendo los hilos antes de que él lograra ver el cuadro completo.
Editado: 27.11.2025