El viento soplaba con furia contra las ventanas del hostal cuando el teléfono sonó. Carter lo miró unos segundos antes de responder. Eran casi las once de la noche.
—¿Sí?
Al otro lado, una voz distorsionada, apenas un susurro:
—Si quieres respuestas sobre Helena… ve al faro. Esta noche. Ven solo.
Y luego, el clic del auricular colgando.
Carter permaneció inmóvil, con el teléfono aún en la mano. La llamada había durado apenas diez segundos, pero bastó para poner en marcha el pulso acelerado que conocía bien: esa mezcla de curiosidad y peligro que lo había acompañado toda su vida.
Dejó una nota rápida en la puerta de su habitación por si Clara despertaba, y tomó su linterna, su pistola y el abrigo. El aire fuera era gélido y húmedo, y la niebla cubría el puerto como una sábana espesa.
El camino hasta el faro serpenteaba entre rocas y acantilados. A cada paso, el sonido del mar se hacía más fuerte, más insistente. La linterna iluminaba apenas unos metros delante, y el resto era solo oscuridad.
Cuando por fin divisó la torre del faro, sintió algo extraño: la puerta estaba entreabierta, igual que la noche en que había ido con Clara.
Empujó lentamente. El interior estaba en penumbra; la escalera caracol ascendía hacia la linterna con un leve gemido metálico. Cada paso resonaba en el silencio, acompañado por el zumbido del viento colándose entre las rendijas.
—¿Hola? —llamó, sin obtener respuesta.
Subió un tramo más y vio algo en el suelo: un sobre blanco. Lo recogió y lo abrió. Dentro había una hoja doblada con una sola frase mecanografiada:
—Helena no fue la primera.
Carter la leyó varias veces. El aire se sentía más frío allí arriba. Guardó el papel y encendió la linterna hacia la escalera superior. Fue entonces cuando escuchó el ruido.
Un golpe seco. Luego, un segundo. Algo metálico rodando por el suelo.
Giró sobre sí mismo, apuntando la linterna hacia la entrada. La puerta estaba cerrada.
—¿Quién anda ahí? —gritó, avanzando con cautela.
El silencio fue su única respuesta. Luego, un chasquido. La luz de la linterna parpadeó y se apagó.
Carter retrocedió, tanteando el interruptor. Nada. La oscuridad era absoluta. Sintió el corazón martillándole el pecho. Se apoyó contra la pared y esperó, aguzando el oído.
Unos pasos, lentos, descendiendo la escalera.
—Muéstrame la cara —dijo, con la voz más firme que pudo reunir.
Nadie respondió.
El siguiente sonido fue más cerca, casi junto a él: un roce, una respiración contenida. Carter giró bruscamente, y la linterna volvió a encenderse por un instante… lo suficiente para ver una sombra moverse a pocos metros antes de desaparecer tras la curva de la escalera.
Corrió hacia allí, pero al llegar solo encontró la puerta principal abierta de par en par, azotada por el viento.
Afuera, la niebla era tan densa que apenas distinguía el acantilado. Bajó con precaución, el haz de luz temblando sobre las piedras húmedas. Fue entonces cuando vio las huellas.
Dos pares de pisadas recientes, hundidas en la arena mojada. Una de ellas era suya. La otra, más pequeña, se alejaba hacia el sendero del bosque.
Carter las siguió durante unos metros, pero se detuvo al escuchar el rugido del mar. La visibilidad era nula, y el terreno peligroso. Si alguien quería atraerlo hacia una emboscada, era el lugar perfecto.
Dio media vuelta para regresar al coche, pero una figura se recortó entre la bruma.
—¿Carter? —La voz lo hizo tensarse. Era Steven.
—¿Qué diablos haces aquí? —preguntó el detective, bajando la linterna.
—Te vi salir del hostal —respondió el joven, respirando con dificultad—. Clara me dijo que habías recibido una llamada. Me preocupé.
—¿Y decidiste seguirme hasta el faro en mitad de la noche?
—Tenía un mal presentimiento —dijo Steven, con tono sincero—. ¿Qué encontraste?
Carter lo observó unos segundos antes de responder. —Otra nota. Y huellas que no son mías.
Steven se acercó, mirando el suelo. —El viento las borrará pronto.
—Lo sé —dijo Carter, guardando el papel en el bolsillo—. Pero alguien quería que viniera.
—¿Crees que fue Eric? —preguntó el joven, mirando hacia la oscuridad.
—No lo sé. Pero si fue él, está jugando con fuego.
El silencio se impuso entre ambos, roto solo por el sonido de las olas. Carter levantó la mirada hacia el faro, cuya luz parpadeaba débilmente.
—Vámonos —dijo al fin.
De regreso al coche, Steven caminó unos pasos por detrás. Su sombra se alargaba sobre el suelo, distorsionada por la linterna. Carter la observó de reojo. Algo en aquella noche le decía que no todo era lo que parecía.
Cuando llegaron al vehículo, Steven se volvió hacia él. —No deberías venir solo a estos sitios. Si algo te pasara, nadie lo sabría.
Carter lo miró fijamente. —No te preocupes. Todavía no tengo intención de morir.
Steven sonrió, aunque sus ojos permanecieron serios. —Nadie tiene esa intención, hasta que sucede.
El detective encendió el motor sin responder. La carretera de vuelta al pueblo se extendía frente a ellos, envuelta en la niebla.
En el asiento del acompañante, Steven guardaba las manos en los bolsillos, mirando por la ventana.
Y Carter, sin dejar de conducir, pensó en la frase de la nota:
—Helena no fue la primera.
Si no había sido la primera…
¿Quién había sido la verdadera primera víctima?
Editado: 27.11.2025