Las Sombras de un crimen

Capítulo 2

Toda la mañana, mi cabeza solo había estado llena de preguntas acerca del cuerpo de Larisa. ¿Cómo había llegado hasta mi habitación? ¿Quién la mató? ¿Por qué la mataron? ¿Y por qué abandonarla en mi departamento? La duda más angustiante de todas era, ¿sería Anthony el responsable?

Me encontraba en la oficina, intentando concentrarme, pero el reloj marcaba las 17:03 p.m. y mis pensamientos seguían siendo un torbellino. De repente, Julián fue el primero en terminar su trabajo y, con una sonrisa rápida, se despidió. —Adiós, chicas —dijo, antes de marcharse, dejándonos solas en la oficina.

El departamento de Marketing estaba conformado por cuatro personas: Emilia, quien se encargaba de las redes sociales y la comunicación; Julián, el investigador comercial, cuya función consistía en analizar los datos del mercado; el gerente, Pablo Hawar, quien supervisaba nuestro trabajo y manejaba la imagen de toda la empresa; y yo, la publicista, encargada de diseñar y crear campañas.

—¿Te falta mucho? —pregunté a Emilia, tratando de sonar casual, aunque en realidad solo quería que se fuera rápido. Necesitaba estar sola, mis pensamientos me desbordaban.

—Sí, pero lo terminaré mañana —respondió ella, estirando sus brazos hacia adelante, en una señal clara de que ya estaba cansada.

—Yo me quedaré solo diez minutos más —mentí, intentando sonar convencida, aunque mi mente ya estaba en otro lugar.

—¿Te espero, Andy? —me preguntó, guardando sus cosas mientras me miraba con una expresión amistosa, pero también un poco curiosa.

—No... No, ve a casa —ordené, con un tono firme, casi sin mirarla.

Me quedé sola, ordenando mis pensamientos. No quería regresar al departamento. La única solución que había encontrado, por el momento, era quedarme en una habitación de hotel, alejada de todo. Después de que todos se fueron, finalmente salí de la oficina. El aire fresco de la tarde me acarició el rostro, y las suaves ráfagas de viento hacían volar mi cabello mientras caminaba torpemente por las aceras, sumida en mis propios pensamientos.

De repente, una voz familiar me hizo detenerme en seco.

—¡Hey! ¡Hey! —gritó Anthony desde un auto blanco que se detuvo a mi lado.

Me volví hacia él, sorprendida de verlo. Sin perder tiempo, hizo una señal con la mano, invitándome a subir.

—Súbete —dijo, su tono directo pero sin prisa.

Miré el auto por un momento, dudando. ¿Qué quería de mí ahora? Pero no tenía muchas opciones. La sensación de soledad y confusión me invadía, y su presencia, aunque inesperada, me ofrecía algo de compañía.

—¿Por qué no esperaste frente a la empresa? —reclamó Anthony, una vez que estuve dentro de su auto.

No supe qué responder. Las palabras se me atascaban en la garganta. Me quedé callada, sin encontrar una excusa que justificara mi decisión. Anthony no insistió, solo continuó conduciendo en silencio. Yo, en cambio, miraba a través de los cristales, observando la ciudad que se desplegaba ante mis ojos. Los edificios enormes, las calles amplias, todo parecía tan diferente al pequeño pueblo en el que crecí.

Él siguió conduciendo sin mirar hacia mí, y pronto noté cómo dejábamos atrás las avenidas y nos adentrábamos en la autopista. Las luces de la ciudad comenzaron a desvanecerse lentamente, y con ello, una sensación extraña me invadió.

—¿A dónde vamos? —pregunté, mi voz temblorosa, sin poder ocultar la incertidumbre que me invadía.

—A donde nadie te podrá encontrar —respondió, en tono cortante y serio.

Esas palabras me estremecieron de pies a cabeza. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y sin pensarlo, reaccioné impulsivamente.

—¡Estás loco! —exclamé, y antes de que pudiera detenerme, abrí la puerta del auto con la intención de saltar. Pero en cuanto lo hice, Anthony frenó de golpe, deteniendo el vehículo en medio de la autopista.

—¡Cierra la puerta! Solo bromeaba —dijo, soltando una carcajada que resonó en el aire. Los autos a nuestro alrededor seguían su curso, sin detenerse.

Pero no me hizo gracia. Mi respiración se agitó, y el miedo que sentía se convirtió en enojo.

—No es gracioso en mi situación —dije, mi voz cargada de furia, mientras cerraba la puerta con fuerza. Estaba furiosa, pero también asustada. Mi corazón aún latía acelerado por el susto.

Anthony me miró de reojo, su expresión cambiando de la confianza a una seriedad que no había visto antes. Parecía que intentaba corregir la situación, pero no podía borrar el sentimiento de angustia que había dejado en mí con sus palabras.

—Lo lamento —dijo, casi en un susurro. Solo escuché en silencio sus disculpas, sin saber cómo responder.

—Te llevaré a mi casa, está fuera de la ciudad —dijo, cortando el silencio.

En el trayecto hacia su casa, ambos intentamos poner en orden los posibles sucesos que habían llevado a la muerte de Larisa. Las preguntas se amontonaban en mi cabeza, pero era difícil encontrar respuestas. En la oficina, todos habían notado su ausencia, pero nadie había sospechado que algo tan trágico podía haber ocurrido.

—Debemos encontrar respuestas rápido —dije, más para mí misma que para él. Mi mente corría a mil por hora. Si no resolvíamos esto, los dos acabaríamos en prisión. Y no importaba si no había cometido el crimen, las circunstancias parecían empujarme hacia allí.

Tras algunas conversaciones, llegamos finalmente a su casa. Era grande, rodeada de amplios espacios verdes, un reflejo claro de su trabajo como arquitecto. Cuando Anthony abrió la puerta que daba a la calle, un perro salió corriendo hacia él.

Anthony se arrodilló con una sonrisa, y se dirigió al animal con voz suave.

—Lobo, ella es... —hizo una pausa, mirándome con una ligera sonrisa— ¿Cuál es tu nombre? —preguntó, su tono curioso.

—Andreina Silva, pero me dicen Andy —respondí rápidamente, algo distraída.

Anthony sonrió levemente.

—Ya la oíste, Lobo. No ataques, será nuestra huésped por unos días —dijo mientras acariciaba al perro, que nos acompañó, con calma, hasta la sala.



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En el texto hay: misterio, crimenes, novela policial

Editado: 11.12.2024

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