Anthony logró calmarse un poco después de la tensa conversación con su padre. Estaba acostado en uno de los sillones de la sala, su cuerpo rígido, con las manos aferradas a su perro, que descansaba sobre su estómago. El perro, consciente de la tensión en el aire, movió su cola con cautela, pero Anthony ni siquiera lo notó.
Observé su rostro, que aún mostraba el rastro de su angustia, los ojos algo hinchados por las lágrimas reprimidas y el ceño fruncido. No quería interrumpir su silencio, pero sentía que lo que tenía que decir lo alteraría aún más.
— Anthony — llamé su nombre en voz baja, con cautela. Él levantó lentamente la cabeza, su respiración aún era irregular, y pude ver cómo sus dedos temblaban ligeramente sobre el pelaje del perro.
Hice una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Miré sus ojos, y algo dentro de mí me urgió a no seguir guardando silencio.
— Anthony, me amenazaron esta tarde — mi voz, aunque firme, tembló un poco al salir.
De inmediato, Anthony apartó al perro de su estómago y se sentó con brusquedad en el sillón, su cuerpo nuevamente se tenso.
— ¿Por qué no me lo comentaste? — dijo en voz alta, cargado de frustración.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me acercaba a él, sintiendo cómo la distancia entre nosotros se llenaba de un miedo palpable. Él esperaba, impaciente una respuesta.
— Me dijeron que no dijera nada y que todo estaría bien — respondí con voz temblorosa.
De repente, Anthony aguantó la respiración. Sus ojos se encendieron de ira y, sin previo aviso, agito sus puños con fuerza.
— ¿¡Bien!? — explotó, quebrándose por la frustración. — ¿¡Bien para ti y el asesino!?— dijo y con un gruñido, impactó sus puños contra la mesilla de la sala. El sonido del golpe resonó en la habitación, el perro, asustado por el estruendo, se levantó de un salto, y con cola entre las patas traseras se alejó rápidamente.
— Esto es una basura — dijo Anthony, recuperando el aliento — Le contaré todo a la policía. Si no hicimos nada, ¿por qué ocultarnos? — añadió, tomando su celular, dispuesto a hablarle a la policía.
Mi corazón dio un vuelco. La furia que sentí en ese momento me cegó, y sin pensarlo, me lancé hacia él.
— ¡Espera! — grité, y con un rápido movimiento, golpeé su mano, haciendo que su celular volara de sus dedos y cayera al piso. Para mi mala suerte, la pantalla se rompió en un estallido.
Anthony se quedó mirando la pantalla rota, su rostro se transformó en una mezcla de incredulidad y furia.
— ¡Estás loco! — exploté, dejando salir mi ira contenida. — Justo ahora dirás que dormiste con una chica que no conocías, y que el cuerpo de Larisa sin vida estaba ahí, pero que ni tú ni ella lo mataron — lo encaré. — Dime, Anthony, ¿crees que te creerán? — repetí, furiosa, las mismas palabras que él había dicho esa mañana cuando ambos encontramos el cuerpo de Larisa.
Mi respiración se volvía más pesada mientras la tensión entre nosotros aumentaba. Anthony no decía nada, solo me miraba. El estaba perdiendo el control, y yo necesitaba que se calmara y entendiera.
— Estamos en un punto clave, ahora más que nunca debemos investigar, buscar más pruebas — continué, casi regañándole. — De verdad, ¿te vas a rendir así? ¿Vas a permitir que se cometa una injusticia?
El silencio llenó la sala por un momento. Anthony solo me miraba, con incredulidad nunca me había visto así de enojada.
— ¡Suéltame! — atinó a decir, y de repente, noté que sin darme cuenta lo había acorralado con mis brazos. A pesar de que el era mucho más alto que yo.
— Si no quieres continuar, investigaré por mi cuenta — respondí, dando un paso atrás. La determinación se reflejaba en mi rostro. — Encontraré al culpable y haré que pague por el crimen.
Anthony, sin decir una sola palabra, recogió su celular destrozado del suelo. Con una mirada vacía, se perdió por las escaleras, dejándome sola en la sala, más furiosa que nunca. Mi respiración era pesada, llena de rabia contenida, mientras el sonido de sus pasos se desvanecía el silencio que quedó me dejó claro que él ya no quería seguir en la investigación. Era obvio que, para él, ya no había nada en juego, nada que perder. Y eso me enfurecía aún más.
Mi ira me quemaba por dentro y pesar de que el reloj marcaba la medianoche, llamé a un taxi. No iba a quedarme bajo el mismo techo que un cobarde que, en lugar de luchar, se rendía.
El taxi me dejó frente al edificio en la madrugada. Al salir del auto, el aire frío de la noche me golpeó la cara, pero lo que realmente me sorprendió fue verlo a él: Don Fabio estaba en la puerta.
« ¿Por Dios, ese hombre nunca duerme?»
Pensé, mientras me acercaba al edificio.
— Buenas noches, Andy — me saludó el viejo Fabio con una enrome sonrisa, que siempre parecía iluminar cualquier lugar.
— Buenas noches, Don Fabio — le respondí, aunque mi voz sonó quebrada. Sin pensarlo, me lancé hacia sus brazos, buscando el consuelo de alguien que pudiera ofrecerme algo de alivio en medio de mi tormenta emocional. Necesitaba sentir que alguien, aunque fuera por un momento, me diría que todo estaría bien. Las lágrimas comenzaron a brotar, y sin poder evitarlo, sollocé en los brazos del viejo Fabio.
— Por Dios, Andy, ¿por qué lloras, mi niña? — preguntó, preocupado, mientras me acariciaba el cabello con ternura.
— Días pesados en la empresa — murmuré, tratando de disimular la verdad que me quemaba por dentro.
Pero, al parecer, Don Fabio no podía quedarse tranquilo con una respuesta tan vaga.
— ¿Tus jefes te hicieron algo? Solo dime y los pondré en su lugar si se atreven a tratarte mal — dijo, visiblemente molesto. Podía imaginarlo perfectamente, su mente corriendo con mil pensamientos, imaginando lo peor.
— No, nada de eso — respondí rápidamente, apartándome de sus brazos. Me limpié las lágrimas con las mangas de mi chaqueta, tratando de recuperar algo de compostura. El contacto físico con él me había dado un poco de paz, pero sabía que tenía que seguir adelante, que debía encontrar mi propio camino, aunque en ese momento todo parecía oscuro.