Las Sombras de un crimen

Capítulo 10

Narra: Andy Silva (Protagonista)

— ¡Maldito! —

La voz de Jimena retumbó con furia por toda la oficina de su esposo, Había estado allí encerrada durante horas. Julián se acercó a la puerta.

— Está bien, economista Jimena — dijo, tratando de sonar tranquilo. Sus dedos tamborileaban nerviosos sobre la madera de la puerta, pidiendo permiso para entrar. Pero Jimena no respondió.

— Toca otra vez — le insistimos.

Finalmente, la puerta se abrió. Jimena salió apresurada, sus ojos brillaban con ira. Tropezó, cerca de mi escritorio. Dejando caer su celular.

— Señora Jimena, su celular… — me agaché rápidamente a recogerlo, pero ella ni siquiera me escuchó.

— Síguela — la voz de Emilia, salió como una orden así que sin pensarlo, me lancé tras ella.

Al salir a la puerta Jimena ya estaba dentro del ascensor, ante mis ojos se cerró las puertas del ascensor

Maldita sea

No podía dejar que se fuera así. Corrí, sin detenerme, atravesando la oficina hasta el estacionamiento. Finalmente, la vi: estaba justo frente a su coche, preparándose para entrar.

— Economista Jimena — dije, entregándole el celular. Jimena levantó la mirada, y solo tomó el teléfono agradeciéndome con gesto casi invisible.

Después de esa frenética carrera hasta el estacionamiento, me detuve, apoyando las manos sobre mis rodillas mientras intentaba recuperar el aliento.

— ¿Qué haces aquí? — La voz de Anthony, hizo que un pequeño chillido escapara de mi boca.

— Hola… Ji… Jimena estuvo aquí y olvidó su celular. Tuve que perseguirla — respondí rápidamente, sin atreverme a mirarlo directamente. Me giré, con la esperanza de regresar a la oficina, pero Anthony me detuvo.

— No, no te vayas. Necesito que vengas conmigo — dijo, casi como una orden.

Sorprendida me giré lentamente para enfrentarlo.

— ¿Ir contigo? ¿Adónde? — pregunté finalmente, mirando sus ojos.

— ¿Recuerdas el auto de Larisa en el restaurante? — dijo Anthony.

Yo solo asentí con la cabeza.

— Ahora mismo voy para allá. ¿Quieres acompañarme? Tal vez puedas reconocer a algún sujeto — agregó

Iba a negarme, pero algo me hizo dudar. El recuerdo del hombre extraño en el ascensor del edificio volvió a mi mente.

— Está bien — murmuré. A pesar de que estábamos en plena jornada laboral, acepte ir con él.

Subimos al auto de Anthony, allí nos estaba esperando un hombre.

— Hola, soy Miguel Santiago — me saludó el hombre que estaba en los asientos traseros. Su mirada me recorrió de arriba a abajo, sin disimulo.

— Ella es Andy — dijo Anthony, lanzándole una mirada intensa a Miguel, quien no pareció inmutarse.

— Creo que te he visto antes — dijo, acercando su cuerpo al respaldo de mi asiento.

— Oh, ¿de verdad? — cuestioné, mirando por el retrovisor.

— Sí — respondió, pensativo — Eres la del equipo de marketing de la empresa, ¿verdad? — añadió.

— Lo soy — respondí, forzando una sonrisa.

— Andy, ¿y desde cuándo conoces a mi amigo, el robot, que no sabe hacer nada más que trabajar? — preguntó Miguel, con tono burlón.

— ¿Robot? No conozco a ninguno — respondí, confundida, sin saber a qué se refería.

— Aquí mi amigo es un robot — continuó Miguel, sonriendo con picardía — Nunca sale, siempre está metido en su estudio, trabajando sin descanso...

— ¡Cállate, Miguel, o te bajo del auto! — Anthony interrumpió clavando su mirada en Miguel, y yo no pude evitar sonreír.

— ¿Lo ves, Andy? ¡Es un robot! — Miguel siguió con su broma, ignorando por completo las miradas de advertencia de Anthony, que tenía las mejillas levemente sonrojadas.

Mi corazón comenzó a latir más rápido cuando vimos el cartel del restaurante a lo lejos. Llegamos a un establecimiento de comida rápida, a unos dos kilómetros de la capital.

Anthony se quedó en el auto, observando todo con cautela. Sabía que los medios habían difundido su rostro como uno de los herederos de la empresa, cualquier movimiento suyo podría llamar la atención.

Miguel y yo salimos del auto y nos dirigimos al restaurante. El lugar era sencillo pero acogedor, directamente fuimos a la barra, donde una mesera nos atendió con una sonrisa cálida.

— Buenas tardes, bienvenidos a “Combos Locos” — dijo la mesera con una sonrisa amplia.

— Buenas tardes, belleza — saludó Miguel con una sonrisa encantadora, que no tardó en transformarse en una mirada coqueta. — ¿Podemos hablar con el encargado? — preguntó, sin perder su sonrisa.

La mesera, sin embargo, pareció dudar por un momento, antes de responder.

— Oh, no creo que pueda. Está un poco ocupado — dijo, evitaban el contacto visual directo.

Miguel no perdió la compostura ni por un segundo. En lugar de insistir, soltó una mentira.

— Somos detectives — dijo, sacando una credencial falsa de su bolsillo.

— Señor agente, ahora mismo le comunico con mi jefe — dijo, y sin perder tiempo, se dio media vuelta y desapareció por una puerta trasera.

Después de unos minutos, la mesera reapareció.

— Ya mismo sale — anuncio con una sonrisa antes de continuar con su trabajo, dejándonos a esperar en silencio.

De repente, la puerta trasera se abrió, y un hombre gordo apareció. Aunque su rostro era rudo, su saludo fue sorprendentemente cordial.

— Buenos días, agentes. ¿En qué les puedo colaborar? — dijo el hombre gordo, extendiendo una mano a cada uno de nosotros con una sonrisa.

— Soy del equipo del detective Gavin, y he venido hasta aquí para solicitar una copia de los videos de las cámaras de seguridad de la noche del miércoles 06 y la madrugada del 07 de noviembre — dijo Miguel con seguridad. Parecía que realmente era un agente.

El hombre gordo, sin inmutarse, asintió con rapidez y nos entregó las copias de los videos sin hacer la mínima pregunta, sin verificar nuestra identidad.

— Aquí está, agente. Si puedo colaborar en algo más, no hay problema — dijo el gordo, entregándonos una memoria USB.



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En el texto hay: misterio, asecino, novela policial

Editado: 25.12.2024

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