Narra: Anthony Alcázar
—¡Maldita sea! —grité en mi mente, a medida que veía la llanta reventada. El auto estaba detenido en medio de la autopista, con el frío cortante de noviembre golpeándome el rostro esperando que los mecánicos llegaran a reparar las llantas y pudiéramos continuar rumbo a Phix.
—Los mecánicos vienen en camino —anunció Jimena, acercándose hacia mi
—Genial. Espero que lleguen pronto. Tengo que regresar a la empresa en la tarde, y… creo que mi padre llega al país —dije, forzando una sonrisa para que no se notara lo tenso que me sentía.
Jimena me miró, sorprendida.
—¿Tu padre? ¿De verdad va a venir? —preguntó, alanzado una de sus cejas. Sabía que mi padre llevaba dos años viviendo en Manhattan, y era raro que decidiera venir.
—Sí, está preocupado porque dos de sus empleados están detenidos injustamente —recalqué, haciendo énfasis en lo último, dejando claro que tanto Pablo como Andy eran inocentes.
Jimena me miró fijamente, confundida.
—Oh, lo se pero... ¿por qué detuvieron a Andy? ¿Acaso ella pudo cometer ese crimen? —dijo, desconcertada, apoyándose en el carro.
—No, ella no lo hizo... pero el cuerpo de Larisa apareció en su departamento. —solté esas palabras sin pensar.
—Entonces es verdad lo que dicen los medios... —preguntó, más seria e incrédula que nunca. —Si es así como lo dicen los medios, puede que sí haya cometido el delito. — su voz tembló ligeramente.
—¡No, claro que no! ¡Ella no lo hizo! —negué de inmediato las acusaciones de Jimena. —Esa mañana desperté junto a Andy. Además, esa noche ella estuvo bebiendo y yo mismo la llevé a su departamento, dormimos juntos y... al despertarnos Larisa estaba allí ya sin vida. —Las palabras salieron de labios sin control, y de repente, todo lo que había callado comenzó a desmoronarse. — Lo sé, Jimena. Lo sé, no tiene sentido, pero te aseguro que no la mate ni yo ni ella.
—Oye, Anthony, tú estabas con ella cuando eso sucedió —preguntó aterrada. Podía ver cómo su respiración se aceleraba y la angustia comenzaba a envolverla.
—Sí, lo estaba... pero Jimena... — Caminé hacia ella, dando un paso tras otro, consciente de lo que ella estaba imaginando. Sabía que no podía dejar que esos pensamientos la consumieran. Tomé sus hombros con firmeza y la atraje hacia mí, rodeándola con mis brazos, tratando de transmitirle un poco de calma.
— De verdad, yo ni ella la acecinamos...— dije mirándola a los ojos para que Jimena me creyera. —Te lo juro, no pasó nada... nada de lo que piensas
Flashback
—Robot esta noche vas olvidarte de todo. — dijo Miguel, riendo, mientras me arrastraba hacia el bar más cercano a la empresa. Esa noche Miguel quería celebrar la firma del contrato que nos permitiría construir un nuevo complejo habitacional, un hito importante para la empresa.
—Mira, Robot hay muchas chicas aquí que te pueden ayudar a olvidar tu compromiso fracasado —Miguel señaló con la barbilla a un grupo de chicas que se reían y disfrutaban la noche, completamente despreocupadas.
—Oye, no soy un robot. Si lo fuera, no podría hacerte esto. —respondí, dándole un ligero golpe en la espalda. Sabía que Miguel solo intentaba levantarme el ánimo.
—¡Oh, por Dios! El Robot se está revelando. —Miguel hizo una exagerada expresión de sorpresa, estirando sus brazos para ofrecerme una copa de alcohol —Vamos, bebe un poco, tal vez eso ayude a mover esas latas oxidadas que tienes como extremidades. —añadió, con sarcasmo.
Acepté el trago y me quedé ahí, en la barra, observando el bullicio a mi alrededor, tratando de desconectarme de todo lo que me preocupaba. El ruido de las risas, las conversaciones y el tintinear de las copas creaban un caos que, por un momento, me hizo sentir fuera de lugar.
De pronto, dos chicas se acercaron a la barra, interrumpiendo mi solitaria reflexión. El bartender comenzó a preparar lo que pidieron, pero fue la conversación que mantenían lo que me atrajo.
— Hoy estuviste genial con la presentación de la próxima campaña del complejo habitacional. De seguro te ascienden. —dijo una de ellas, sonriendo mientras se acomodaba el cabello negro.
La otra chica, con un vestido morado ajustado en la parte superior y suelto en la parte inferior, le respondió con una sonrisa brillante.
—No lo sé... pero esta noche brindemos por eso, amiga. —dijo en voz alta, mientras tomaba las copas de margarita que el bartender les entregó.
—Trabajan en ARSA Group… en la empresa de mi padre —pensé, siguiendo con la mirada a las chicas mientras se alejaban hacia una mesa en el fondo, donde un hombre de traje las esperaba.
—Hey, Robot, ¿qué tanto miras a esa mesa? —dijo Miguel, llegando a la barra acompañado de una rubia despampanante.
—No, nada... —respondí, más por instinto. No me había dado cuenta de que no había dejado de observar a la espectacular chica castaña con el vestido morado, cuyo color contrastaba perfectamente con la sonrisa confiada que iluminaba su rostro.
—Oh, no lo niegues, desde allá te vi. Miras a esa chica del vestido morado. Ve a hablarle —Miguel soltó una risa burlona y me dio una palmada en el hombro antes de alejarse, guiando a la rubia hacia la pista de baile con una sonrisa triunfante.
Negué con la cabeza, volviendo a centrarme en mi trago, bebiendo a sorbos lentos. Sin embargo, no podía dejar de observar a la chica.
La noche avanzaba. La música seguía retumbando en las paredes del bar, y la gente parecía perderse en su propio mundo. Miguel, como siempre, desapareció con su acompañante, dejándome en la barra. Observé a la chica del vestido morado nuevamente. Esta vez, algo había cambiado. Había bebido más de la cuenta, y su postura ya no era tan erguida.
Sus dos acompañantes, que antes la rodeaban con risas y charlas animadas, la habían dejado sola. El contraste era evidente: mientras ellos se divertían, ella estaba perdida, aislada en su propio caos.