Narra: Andy Silva (Protagonista)
Había pasado un día y una noche en esa maldita prisión, y el tiempo se me había hecho interminable. Al llegar, lo primero que hicieron fue tomar mi declaración, esa que había dado bajo juramento. Pero mentí. No mencioné a Anthony. Sabía que él era la única persona que podía descubrir la verdad. Tenía que protegerlo, a toda costa.
Mi celda era bastante decente, al menos en comparación con otras, la compartía con dos mujeres, y desde el primer momento supe que no sería fácil.
Una de ellas era pelirroja, con una mirada feroz. Cuando me vio llegar, su rostro se tensó y, sin mediar palabra, hizo un gesto que me heló la sangre. La otra reclusa, una mujer morena, parecía más tranquila, aunque sus ojos observaban cada movimiento mío con cautela. No era tan agresiva, pero su silencio cargaba un peso palpable. A veces, me lanzaba una mirada curiosa, como si intentara leerme, entender mis pensamientos, pero no me atrevía a hablar mucho con ella.
Julián y Emilia, mis compañeros y únicos amigos en esa ciudad, fueron los primeros en llegar a visitarme en la cárcel. Se enteraron de mi situación porque mi rostro y mi nombre ya circulaban por todos los medios de comunicación. Probablemente, ya era famosa en todo el país, conocida como la "loca segunda amante del gerente Pablo", la mujer que, al descubrir la relación con Larisa, tuvo un ataque de celos y terminó con su vida.
Cuando los vi, mi pecho se apretó de inmediato. Ver sus caras, tan llenas de preocupación y tristeza, me partió el alma. Julián se acercó primero, sus ojos cargados de pesar, y en su mirada había una mezcla de angustia y algo más.
— Le hemos dicho a la policía que estabas con nosotros en el bar esa noche —me dijo Julián, esbozando una sonrisa.
Emilia, en cambio, se acercó con pasos rápidos, sus ojos llenos de un brillo triste. Sus manos me tomaron las mías a través de las rejas,
— Estamos contigo — agrego Emilia.
Alan, mi vecino, también había llegado a rendir su testimonio ante la policía. En su testimonio, Alan declaró haber visto, en varias ocasiones, a un hombre y una mujer salir del departamento D del piso 4 el día que ocurrieron los hechos. Sin embargo, su relato no cuadraba del todo. Las características del hombre que había visto no coincidían con las de Gómez, y la mujer, que solo había observado de espaldas, no estaba completamente seguro de que fuera Larisa.
Mi mente se debatía entre la incredulidad y el miedo. Si no había pruebas claras
«¿Qué futuro me esperaba? »
La vista más dolorosa fue la de mi madre. La vi llegar a la sala de visitas, desesperada, con el rostro pálido y los ojos rojos. Ni siquiera había tenido el valor de avisarle que estaba en prisión. Al igual que mis colegas, se había enterado por las noticias de la televisión. Cuando la vi entrar, el nudo en mi garganta se hizo más fuerte, y el aire se me escapó de los pulmones.
Sus ojos, al encontrarse con los míos, se inundaron de lágrimas instantáneamente.
— Mi... Andy... mi... niña —su voz sonó quebrada, llena de dolor, que me atravesó como una flecha.
Antes de que pudiera decir algo, ella corrió hacia mí y en un par de segundos, ya estaba abrazándome con una fuerza que me dejó sin aliento.
— Ma... ma... mi —tartamudeé entre sollozos. Sentía sus brazos envolviendo mi cuerpo, mi cara se hundió en su pecho, buscando consuelo — No he hecho nada —seguía susurrando.
— Lo sé, mi pequeña —susurro, mientras me abrazaba, dándome pequeños golpecitos en la espalda.
Nos sentamos frente a frente en la sala de visitas, y mi madre no dejó de mirarme, limpiando mis lágrimas con sus manos temblorosas.
— Andy... —empezó a decir ella preocupada — El abogado Cevallos conversó conmigo. Dice que no es fácil tu caso.
Esas palabras me golpearon con más fuerza que cualquier otra acusación. Sabía que no podía esperar milagros. Pero escuchar de su boca que la situación era grave me hizo sentir como si la tierra se desmoronara bajo mis pies.
— Mami, saldré libre, porque yo no hice nada —le aseguré entre sollozos, mirando sus ojos llenos de desesperación. Ella solo me regalo una sonrisa, aunque triste
— Andy... — susurró inclinando ligueramente la cabeza — Dime, ¿conocías a la abogada?
— No. —negué rápidamente, meneando la cabeza. Las lágrimas continuaban cayendo sin cesar, no solo por estar encerrada, sino por el daño que sentía que le había causado a mi madre.
Antes de que pudiera seguir hablando, la puerta se abrió, interrumpiendo nuestra conversación. Como lo había prometido, Anthony cumplió su palabra y envió al abogado Cevallos, uno de los mejores de la ciudad. Un hombre cuya presencia era casi tan imponente como su reputación. Aunque, al ver al abogado acercándose a la mesa donde estaba sentada con mi madre, algo dentro de mí se revolvió.
— Señora Silva —saludó con voz firme, dirigiéndose a mi madre — Escuche, y también usted, señorita Andy —dijo, dirigiéndose a mí con un tono grave y profesional.
— Tuve acceso a las declaraciones de Gómez —comenzó el abogado Cevallos. — Él confesó haber sacado el cuerpo sin vida de Larisa de su departamento la noche del jueves 06, cerca de medianoche. Luego subió el cuerpo al auto y lo estrelló contra un árbol a las 2 de la madrugada del viernes 07 de noviembre. Eso quiere decir que usted, señorita... —el abogado hizo una pausa, poniendo su mirada fija en la mía — que vio el cuerpo ya sin vida de la Larisa el jueves por la mañana.
— Sí, cuando me desperté, el cuerpo estaba allí... —respondí con voz quebrada, y mis palabras salían apenas audibles. — Pero de verdad que yo no cometí el crimen...—juré ante el abogado y mi madre. Aunque no tenía sentido lo que decía.
— Andy, ¿tenías una relación con Gómez? —preguntó mi madre de inmediato preocupada.
— No —respondí rápidamente, meneando la cabeza. Ni siquiera me había cruzado con Gómez hasta el día en que lo enfrenté en un arranque de ira, sin embargo, su nombre parecía aparecer en cada rincón de mi historia, empeorando las cosas aún más.