Las Sombras de un crimen

Capítulo 21

Narra: Anthony Alcázar

—Hasta que la corte dicte una sentencia en contra o a favor de Pablo y la publicista, no podemos ingresar a los terrenos —expone un socio en la empresa en la sala de juntas.

En la mesa, mi padre posa su mirada fija en el socio mientras los demás se quedan en silencio. Apenas unos minutos antes, él había sido designado como presidente temporal de la empresa.

Mi padre aprieta los puños sobre la mesa, su rostro se tensa. La indignación se refleja en su mirada, pero mantiene la calma, alzando ligeramente una ceja.

—¿Y por qué no? —cuestiona dirigiendo su mirada al socio, pero sin perder la compostura.

El socio lo haciendo una mueca casi imperceptible.

—Porque, con todo respeto, ingeniero Antonio, nosotros no queremos estar involucrados en los escándalos que están rodeando a la empresa —dice con firmeza,

Mi padre se recuesta en su silla, el gesto de desconcierto ahora se convierte en una mezcla de irritación y sorpresa.

—Mira, el proyecto sigue de pie, los permisos están listos, la plata está lista, los obreros están listos, los materiales están aquí… y si tú no quieres que tus maquinarias se involucren, no hay problema, puedes cancelar el contrato —mi padre lo mira fijamente, haciendo que el socio se sienta pequeño bajo su autoridad. —Solo que, si decides cancelar el contrato, tendrás que pagar una penalización —finaliza mi padre, dejando al socio pálido, casi puedo adivinar que sus manos deben estar sudorosas.

Mi padre, sin apartar la vista del socio, toma su pluma con calma, la mueve entre sus dedos con suavidad, luego se pone de pie lentamente.

—Además —dice, pausando por un momento mientras los ojos de todos se clavan en él—, Pablo Hawar y Andreina Silva saldrán libres sin cargos, y limpiaremos el nombre de ARSA Group —pronuncia el nombre de la empresa con orgullo.

Mis ojos se abren de par en par, sorprendidos. Algo en mi interior se agita al escuchar esas palabras. Mi padre, en el fondo, está apoyando a Pablo, y sabe que son inocentes. Además está decidido a llevar la empresa aún más lejos, sin importar los obstáculos.

El socio, ahora claramente nervioso, se pasa la mano por el cuello de la camisa.

—No… no cancelaremos el contrato —dice en voz baja. Un ligero temblor se refleja en su barbilla. —Solo que… a cada lugar que vamos, la prensa nos persigue y la gente nos mira con odio —se escuda por sus palabras.

—Si vives del qué dirán de la gente, nunca tendrás éxito —dice mi padre, mientras le guiña un ojo al socio. —La gente siempre habla, ya sea bien o mal, y depende de ti decidir si tomas en cuenta los comentarios o si los ignoras y te enfocas en tu crecimiento —concluye con una sonrisa.

El socio, pálido como un fantasma, no dice nada. Sus ojos apenas se atreven a mirar a mi padre, y solo asiente con la cabeza.

Después de las nuevas directrices que mi padre explica brevemente, la reunión llega a su fin. Mientras los demás comienzan a levantarse, yo me apresuro a recoger mis cosas, sin perder un segundo.

Salgo corriendo del edificio. El viento frío de noviembre me azota la cara mientras camino con determinación hacia la obra. Al llegar, me encuentro con una escena que me hace fruncir el ceño: unos pocos conductores están sentados bajo la sombra de sus propias maquinarias, casi dormidos.

—¡Señores! —los despierto. Ellos se levantan de golpe, sorprendidos por la interrupción. Se miran entre ellos. Apenas logran saludarme.

—¡Señores, por favor, empiecen a trabajar cuanto antes! El conflicto con su jefe ya se resolvió —les explico los acuerdos alcanzados en la junta. Ellos me escuchan con atención, pero no puedo evitar notar cómo algunos de ellos comienzan a hacer caras de desagrado.

—¿Qué pasa? —pregunto, frunciendo el ceño.

Uno de los conductores, visiblemente incómodo, me señala con la mirada hacia atrás, a lo lejos.

—Arquitecto, vienen varios periodistas. Será mejor que se vaya. Nosotros empezaremos a trabajar.

Una sensación de incomodidad recorre mi cuerpo. Me doy la vuelta y, en efecto, veo a varios periodistas acercándose con sus cámaras y micrófonos.

—Está bien, me voy... —respondo rápidamente. Pero antes de irme, les lanzo una mirada decidida—. Más tarde vendrá Miguel, el ingeniero civil, y más vale que estén trabajando cuando él llegue. —les dejo el mensaje claro.

Sin esperar más, doy un paso atrás y me dirijo rápidamente al auto pero antes de llegar al auto, una mujer con micrófono en mano se cruza en mi camino. Me aborda con una rapidez que no me da tiempo de reaccionar.

«Arquitecto, ¿es verdad que usted mantenía una relación sentimental con Andy Silva, la secretaria de Pablo H.? ¿Es cierto que usted iba a casarse con la abogada Larisa Prado? ¿Cómo avanzan las investigaciones? ¿Tuvo algo que ver en el asesinato de su ex pareja? »

Las preguntas son lanzadas como lluvia de flechas, mientras los periodistas me acorralan, bloqueando cualquier intento de llegar al auto. No me dan espacio ni tiempo para respirar, y cada palabra me golpea como una nueva presión.

—Yo no sé nada… —es todo lo que puedo decir ante la avalancha de acusaciones y cuestionamientos. Justo cuando siento que la situación es insostenible, una camioneta aparece a lo lejos. Reconozco el vehículo sé que Miguel está llegando en mi auxilio.

Miguel frena bruscamente frente a nosotros y baja rápidamente del vehículo. Su mirada es firme, y no duda en dirigirse hacia los periodistas, empujándolos suavemente.

—¡Por favor, señores periodistas! —su voz retumba, cargada de irritación—. El arquitecto Alcázar ya les dijo que no sabe nada. ¿Cómo es posible que lo estén empujando, casi obligándolo a decir algo que no sabe? ¿No ven que está herido? —los regaña abriendo paso entre ellos y empujándome hacia el auto con un gesto protector.



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En el texto hay: misterio, asecino, novela policial

Editado: 25.12.2024

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