Las Sombras de un crimen

Capítulo 23

Narra: Andy Silva (Protagonista)

Segunda Audiencia (Parte Uno)

Hoy es el día del juicio. Mi destino pende de un hilo. No sé qué va a pasar, pero tengo fe en que la justicia hará su trabajo. Estamos a solo unas horas de entrar a la corte, y no puedo evitar sentir que el tiempo se arrastra con una lentitud insoportable.

El abogado Cevallos está conmigo ha decidido visitarme para recordarme lo que tengo que decir en la corte.

—Tranquila, señorita Silva. No se muestre vulnerable en la corte —dice, notando el nerviosismo que me embarga.

Yo asiento con la cabeza, intentando seguir su consejo, aunque la ansiedad me recorre el cuerpo como una corriente eléctrica. Mis manos, frías como el hielo, están firmemente entrelazadas sobre mis rodillas.

—El gerente Hawar también estará en la corte, así como los testigos. Y hoy se leerá la confesión de Gómez —anuncia con una leve sonrisa, sé que esa confesión puede cambiar mi destino.

Mis ojos se abren ligeramente, un escalofrío recorre mi espalda, pero trato de disimularlo.

—¿De verdad? —susurro, pues ha pasado tanto tiempo desde que he hablado. Me he mantenido en silencio todo el rato, escuchando con atención, pero ahora, ante esa revelación mis palabras urgentes escapan.

Cevallos me observa un momento, su rostro sereno, pero puedo ver la chispa de preocupación en sus ojos.

—Sí, señorita, por favor, no esté nerviosa. Usted es inocente, y debe mostrarse como tal ante el juez —me dice el abogado Cevallos, forzando una sonrisa. —Ya me voy. Un policía vendrá en dos horas para llevarla a la corte —me informa, y sin más, se marcha, dejándome sola en la sala de vistas.

Me quedo ahí, quieta, sintiendo cómo el peso de la soledad y la ansiedad me aplasta. Mis manos caen lentamente hacia mi nuca. Intento calmarme, pero todo lo que puedo pensar es en el momento que se aproxima.

El recuerdo de la visita de Jimena me da una leve sensación de esperanza. Aferrarme a esa idea me parece lo único que me mantiene en pie: Todo saldrá bien. Es lo que quiero creer, aunque mi corazón late desbocado y mi mente no deja de preguntarse si alguna vez esa esperanza será suficiente.

De repente, la puerta se abre con un ruido seco y frío, y la voz autoritaria de la guardia me hace sobresaltarme.

—Reclusa Silva, tiene que volver a su celda —dice mientras avanza hacia mí, tomando mi brazo con fuerza. No me resisto, solo me levanto y la sigo a través del pasillo.

La guardia me empuja hacia la celda fría y desolada. Adentro, la única compañía es Ada, la reclusa Morena. Está recostada sobre la litera, aparentemente tranquila, pero sus ojos me observan con curiosidad cuando me ve regresar tan pronto.

—Pensé que ya te habías ido al juicio —pregunta, sonando sorprendida.

—Oh, no... —respondo, negando con la cabeza. Me siento en la litera, aprovechando que no está la rubia. —En un par de horas tengo mi audiencia. Aún no es mi juicio... así que puede que tengas compañera por un tiempo más —le explico, con una ligera sonrisa que me esfuerzo por mantener. Ya que es posible que regrese aquí después de la audiencia pero no quiero pensar en ello ahora.

—De verdad... tendré que cuidar tu trasero por más tiempo —las palabras de Ada salen acompañadas de una sonrisa burlona. Su risa es tan inusual, me desconcierta. No entiendo cómo puede reírse aquí, en este lugar donde todo parece sombrío y opresivo.

Yo la sigo en la broma, con una sonrisa forzada.

—Sí... —mi voz sale más apagada. —Y por cierto, ¿dónde está la rubia? —pregunto con una mezcla de curiosidad y preocupación, porque ayer la llevaron al juicio oral y no ha regresado. Ada me mira un instante, su rostro se tensa ligeramente al recordar.

—¿La oxigenada? ... Ayer recibió su sentencia y la trasladaron a la cárcel cuatro de mujeres —me informa con una tranquilidad.

Solo escuchar el nombre de Cárcel Cuatro me hela la sangre. La mención de un lugar así me arrastra a una oscuridad de pensamientos que no quiero explorar. Mi mente empieza a visualizar lo que podría significar estar allí: convivir con mujeres peligrosas, sin reglas ni límites.

—Oh, no lo sabía... —murmuro sin saber qué más decir.

—Y tu juicio, ¿cuándo será? —le pregunto, tratando de alejarme de los pensamientos aterradores sobre la cárcel cuatro.

—Será en un par de días... lo más seguro es que me encuentre nuevamente con la rubia oxigenada —responde, como si ir a prisión fuera como ir al mercado. Me quedo callada, solo asintiendo lentamente con la cabeza. No deseo saber más sobre ella, ni sobre su historia. Prefiero no conocer los detalles de porque llego a este lugar, quizás sea mejor no saber por qué alguien está aquí. Sin esa información, al menos, me siento un poco más tranquila.

—¿Eres de aquí? ... es decir, ¿eres de la capital? —pregunto rápidamente, intentando cambiar de tema. Necesito algo, cualquier cosa, que me saque de esta angustia.

Ada me responde con una sonrisa tranquila.

—Oh, no, yo soy de Same, una hermosa playa —dice, y sus ojos se iluminan con nostalgia. Empieza a describir el paisaje donde nació, el sonido de las olas y el calor del sol. Me dejo llevar por su relato, cerrando los ojos un momento mientras imagino cómo debe ser ese lugar. La imagen de la playa, el mar y la brisa cálida se forma en mi mente, aunque sé que no estoy allí. Es un breve escape de esta realidad gris que me rodea.

Mientras la conversación avanza, un golpe suave en las rejas me hace sobresaltar. La guardia aparece en el umbral, su mirada impasible.

—Es hora —me dice sin expresión, y todo mi cuerpo se tensa.

La guardia me coloca esposas y revisa cada rincón de mi cuerpo antes de entregarme a dos policías, quienes serán los encargados de trasladarme a la corte del Norte. Los policías son más intimidante que la de las guardias. No son como ellas, más amables en su trato. Estos hombres son duros, su lenguaje corporal tan rudo que incluso mi cuerpo se pone en guardia. Me agarran con brusquedad, empujándome hacia el vehículo policial.



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En el texto hay: misterio, asecino, novela policial

Editado: 25.12.2024

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