Narra: Anthony Alcázar
Ha pasado un día desde que se dieron a conocer las decisiones de los jueces en la audiencia del caso de Larisa, y aún no puedo creer que, con todas las pruebas presentadas, Andy y Pablo sigan en prisión. Por otro lado, los chismes y especulaciones sobre el caso han disminuido; la prensa ya no difunde tanto, pero la sombra del escándalo persiste. La empresa sigue marcada por él.
Yo, sigo convencido de que hay algo que no encaja. Falta un cabo por atar, algo que no hemos visto. La idea me martilla la cabeza, y me quita el sueño. Lo sé, hay algo más, y quiero descubrirlo.
Mi lápiz tiembla entre mis dedos, mi mente atrapada en pensamientos que no logro organizar. No he trazado ni una línea en la hoja de opalina, y me siento frustrado, con la sensación de que el tiempo se me escapa.
—Hey, Robot, ¡concéntrate! —me llama la atención Miguel. Levanto la vista y lo veo parado frente a mí, con los brazos cruzados. —¿Estás durmiendo? — insiste, viendo cómo el lápiz se me resbala de los dedos sin que me dé cuenta.
—Oh, no, estoy despierto —respondo con voz rasposa, intentando despejarme de los pensamientos que me atormentan.
Miguel da un paso más cerca, lo suficientemente cerca para notar el leve temblor en mis manos.
—¿Qué? ¿Qué te pasa, Robot? —dice, en voz baja, y se agacha a mi lado. — ¿Te sientes bien? ¿O te molesta el cabestrillo?
Muevo la cabeza de un lado a otro, tratando de calmarme, se que no es el cabestrillo lo que me molesta.
—No, no estoy acostumbrándome a trazar líneas con una sola mano —respondo, dándome cuenta de que aún tengo el lápiz entre los dedos, pero no he hecho nada con él.
—¿Qué? Robot, habla, has estado así toda la mañana —insiste Miguel, tratando de sacar algo de mí. Está de pie frente a mí, con las manos apoyadas en la mesa.
—Es el juicio de Andy, no puedo entender cómo tomaron esa decisión tan absurda —digo de golpe, soltando el lápiz sobre la mesa. Mi respiración se acelera y aprieto los labios, molesto.
Miguel da un paso atrás y cruza los brazos sobre su pecho.
—Oh, entiendo... ni yo lo puedo entender —responde, en voz baja y luego se sienta en la silla frente a mí. — La audiencia fue todo un espectáculo: abogados peleándose, el fiscal enfrentándose al juez, el detective desafiando el sistema —me cuenta una vez más como estuvo la situación en la audiencia, repitiendo cada detalle.
—¿Y viste cómo reaccionó la señora Rodríguez? —pregunto una vez más.
—Robot... —Miguel me mira fijamente y comienza a detallar la reacción. —Ya te dije que ella apenas terminó la audiencia, salió por la puerta de atrás. No habló con la prensa, y sus abogados solo querían que se declare culpable a cualquiera. —Hace una pausa mientras se recuesta en la silla, pensativo, frotándose la barbilla. —Creo que solo quieren la indemnización, y ya. Eso es todo lo que les importa.
—Creo que pienso lo mismo —le doy la razón a Miguel, asentando lentamente con la cabeza. Ella se ha desvanecido completamente de los medios, como si nunca hubiera existido, y eso solo me genera más dudas.
—Tú nunca llegaste a conocer a tu casi suegra, ¿verdad? —me pregunta Miguel algo tímido, pues el bien sabe que no me gusta tocar el tema.
—NO —respondo cortante, pero al instante, siento la necesidad de sincerarme con él y revelar lo que se. — Pero cuando fui a Phixs, el señor que me dio la ubicación del rancho de Lorenzo me dijo algo... —hago una pausa dramática, mi mirada fija en Miguel, quien me observa con interés. — La señora Rodríguez es pareja de Lorenzo.
Miguel se queda paralizado por un momento. Sus ojos se abren de par en par y camina hacia mí, se detiene justo frente a mi mesa, y me toca la frente como si estuviera verificando si estoy delirando.
—¿Estás seguro de lo que dices, Robot? —pregunta, casi susurrando. — ¿Seguro que procesaste bien la información en tu disco duro? —añade incrédulo y a la vez preocupado, pues si eso es cierto, todo podría cambiar.
—Basta, Miguel —digo, apartando sus manos de mi frente en un movimiento brusco.— Estoy seguro de lo que escuché, pero no sé si ese sujeto me mintió para que le diera dinero, o si realmente mantienen una relación... porque si es así... —mi voz se apaga mientras me quedo en silencio, imaginando las implicaciones de esa posible verdad.
Miguel se queda callado por un segundo, luego niega con la cabeza.
—Dios mío, Robot, ni lo pienses —dice, en un tono de angustia en la voz. Niega nuevamente con la cabeza. Se acerca a mí y, al final, me toca la espalda, en un intento de calmarme. — Deja de procesar información maquiavélica, Robot. No creo que su propia madre tenga que ver en algo así.
—Oh, tiene razón, pero me queda la duda —digo, tratando de racionalizar mis pensamientos, aunque no completamente. Mi mente sigue atrapada en lo que Alan me dijo, recordando que vio a una mujer en el edificio, pero las características no coincidían con las de Larisa y por ello, no puedo evitar pensar que podría ser la señora Rodríguez.
—Pero... Robot, ¿le dijiste eso al detective Gavin? Tal vez él pueda aclarar tu duda y así te quedas más tranquilo. Además, te concentras en el trabajo —me recomienda Miguel, siempre tan perspicaz. El me conoce demasiado bien, y sé que tiene razón. No voy a poder dejar de darle vueltas a esto hasta que no lo resuelva.
Sus palabras me sacuden de mis pensamientos.
—Tienes razón —respondo, aunque aún no puedo soltar por completo la inquietud que me roe por dentro. Me recuesto en la silla, frotándome la frente, pero la idea de hablar con el detective Gavin me da algo de esperanza. — ¿Qué tal si hoy, después del trabajo, me acompañas a la oficina del detective? —pregunto, girando la cabeza hacia él.
Miguel se cruza de brazos, pensativo ya que en estos días se ha convertido en algo más que un amigo; en mi chofer, debido a mi brazo lastimado.