La noche había caído como un velo pesado sobre el bosque que rodeaba el escondite del diario. Clara, incapaz de ignorar el llamado que sentía cada vez con más intensidad, se adentró en la penumbra. Llevaba consigo una lámpara de aceite y un amuleto que había encontrado en la casa de su abuela, un objeto antiguo que ahora parecía vibrar en su mano, como si también reconociera la urgencia de su misión.
Los árboles susurraban secretos en lenguas olvidadas, y las sombras, más densas que nunca, se alargaban hacia ella como si intentaran detenerla. Pero Clara continuó. Algo más fuerte que el miedo la empujaba a seguir adelante.
En otro rincón del mundo, Viktor Caelum y su grupo habían llegado a una antigua cueva donde creían que se encontraba el diario. Habían seguido pistas, desenterrado leyendas y sobornado a quienes se cruzaron en su camino. Pero al cruzar la entrada de la cueva, algo extraño ocurrió. Una figura envuelta en sombras se materializó frente a ellos, bloqueando el paso.
“No sois dignos”, dijo una voz profunda que resonó como un trueno.
El guardián del diario, una entidad creada por la propia magia de Jan Pier, había despertado. Viktor, confiado en su habilidad para doblegar cualquier obstáculo, desenvainó su espada y dio un paso al frente.
“Soy más digno que cualquier otro. He llegado más lejos que nadie.”
El guardián no respondió con palabras, sino con acción. Un torbellino de sombras se levantó, arrastrando a uno de los mercenarios hacia la oscuridad. Sus gritos se apagaron al instante, dejando al resto paralizados. Viktor apretó los dientes, pero no retrocedió.
Mientras tanto, Clara había llegado a un claro iluminado por una luz tenue, que parecía emanar del suelo mismo. En el centro, un círculo grabado en piedra brillaba con símbolos que reconocía del amuleto que llevaba. Al colocar el amuleto en el centro del círculo, una onda de energía la envolvió.
De pronto, Clara se encontró frente al mismo guardián. Su figura era una amalgama de sombras y luz, sus ojos como brasas ardientes que la atravesaron.
“¿Por qué has venido?” preguntó el guardián, su voz resonando tanto en el aire como en su mente.
Clara, con las manos temblorosas, respondió: “No sé por qué. Solo sé que debo estar aquí. Algo me llama.”
El guardián se quedó en silencio por un momento, como si evaluara su alma. Finalmente, habló.
“El legado de Jan Pier no es para cualquiera. Solo los que buscan redención sincera pueden encontrar lo que aquí yace. Si tu propósito es puro, podrás pasar. Si no lo es... serás consumida.”
Clara asintió, su corazón latiendo con fuerza. Dio un paso adelante, cerrando los ojos mientras el guardián la envolvía en su presencia. Las sombras parecían examinar cada rincón de su ser, buscando rastros de egoísmo o codicia.
Cuando abrió los ojos, estaba sola nuevamente. Frente a ella, una puerta tallada en piedra había aparecido, cubierta de símbolos que brillaban con un leve resplandor azul. Supo que debía cruzarla, aunque al hacerlo, su vida nunca volvería a ser la misma.
En otro lugar, Viktor seguía luchando contra el guardián, decidido a atravesar el umbral por la fuerza. Las sombras lo golpeaban con furia, pero su ambición lo mantenía firme. Sin embargo, una grieta comenzaba a formarse en su determinación, una grieta que solo las sombras podían ver.
El destino de ambos, Clara y Viktor, se encaminaba hacia un enfrentamiento inevitable. El diario, ahora al alcance de quienes se atrevían a buscarlo, seguía siendo un faro... pero solo para quienes pudieran soportar el peso de sus secretos.