Clara cruzó el umbral de piedra, y al hacerlo, el aire cambió. Ya no estaba en el bosque; ahora se encontraba en una vasta sala subterránea iluminada por un resplandor tenue y fantasmal. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones antiguas, y el suelo parecía reflejar sus pensamientos más profundos como un espejo.
En el centro de la sala, sobre un pedestal de obsidiana, descansaba el diario. Pero no era como ella lo había imaginado. El libro parecía vivo: su cubierta pulsaba como si tuviera un corazón propio, y una energía oscura fluía de él, envolviendo el aire con una mezcla de atracción y peligro.
Al acercarse, una voz resonó en su mente, suave pero ineludible.
"¿Estás lista para conocer la verdad? El precio no es bajo."
Clara respiró profundamente. Sabía que no había vuelta atrás. “He llegado hasta aquí por una razón. Si este es mi destino, lo acepto.”
Al tocar el diario, una oleada de visiones la inundó. Vio la vida de Jan Pier: sus triunfos y errores, sus pecados y su búsqueda incesante de redención. Sintió su dolor, su culpa, pero también su esperanza, esa chispa que lo había llevado a esconder el diario, no como una maldición, sino como una promesa.
Entonces, Clara vio algo más. Vio a Viktor, luchando contra el guardián en el otro extremo de la conexión mágica que unía el diario con el mundo exterior. Sintió su ambición desmedida, su deseo de poder que lo consumía. Pero, enterrado bajo capas de oscuridad, también percibió un fragmento de arrepentimiento, un rastro de humanidad que aún resistía.
De pronto, una sombra se desprendió del pedestal y tomó forma frente a Clara. Era Jan Pier, o al menos, lo que quedaba de él. Su figura era translúcida, pero su mirada tenía una intensidad que perforaba el alma.
“Clara,” dijo con voz profunda. “Tú eres la llave. Pero debes decidir cómo usar este poder. El diario no es un arma, es una guía. Puede redimir, pero también destruir. ¿Qué harás con él?”
Clara, temblando, respondió: “Lo protegeré. Haré que cumpla su propósito. Pero necesito saber: ¿por qué yo?”
Jan Pier sonrió tristemente. “Porque llevas mi sangre, pero también porque tienes algo que yo perdí hace mucho tiempo: fe. El mundo necesita luz, incluso en las sombras más profundas.”
En ese momento, una grieta resonó a lo lejos. Viktor había logrado atravesar al guardián, aunque no sin pagar un precio. Herido y furioso, irrumpió en la sala subterránea, con los ojos fijos en el diario.
“¡Eso es mío!” rugió, avanzando hacia Clara.
Jan Pier se desvaneció, dejando a Clara sola frente a Viktor. Pero el diario reaccionó. Una barrera de sombras surgió entre ambos, como si protegiera a Clara. Viktor se detuvo, confundido, y la sala pareció temblar con un poder incontenible.
“Viktor,” dijo Clara, su voz firme. “Este libro no es para ti. No estás listo para lo que contiene.”
“¡Tú no lo entiendes!” replicó él, dando un paso más. “He sacrificado todo para llegar hasta aquí. Este poder es mío por derecho.”
Clara lo miró, y por un instante, vio al hombre detrás de la ambición. Con calma, colocó sus manos sobre el diario. Las sombras se alzaron, envolviendo la sala en una oscuridad absoluta.
Cuando la luz regresó, solo Clara permanecía de pie. El diario ahora estaba sellado, su energía contenida. Viktor había desaparecido, pero Clara sabía que no había muerto. Había sido llevado a un lugar donde tendría que enfrentar sus propios demonios.
Al salir del escondite, Clara sintió un peso diferente en su pecho. No era miedo, sino responsabilidad. El legado de Jan Pier estaba ahora en sus manos, y aunque el camino sería difícil, sabía que estaba lista.
En el horizonte, el amanecer rompía la noche. Las sombras de un inmortal se habían convertido en el faro de una nueva esperanza.