Clara se sentó al pie de un viejo árbol en el borde del bosque, el diario descansando sobre su regazo. La cubierta, aún sellada con un resplandor oscuro, parecía vibrar con vida propia. Su tacto era frío, pero la energía que emanaba calentaba el aire a su alrededor.
Sacó de su bolsillo el amuleto que había utilizado para atravesar el círculo mágico. Lo sostuvo frente a ella, observando las runas talladas que parecían cambiar bajo la luz del amanecer. Algo en su interior le decía que este objeto no solo era una llave, sino también una guía.
De repente, el diario emitió un leve brillo, y una página se deslizó hacia adelante, como si el libro respondiera a su pensamiento. Clara contuvo la respiración. La página estaba cubierta de símbolos similares a los del amuleto, pero también contenía algo más: un mapa, dibujado con líneas finas que convergían en un punto central.
“¿Un destino?” murmuró, tocando suavemente el pergamino.
Al hacerlo, sintió un tirón en su pecho, como si algo invisible la conectara con el lugar que el mapa marcaba. No tenía idea de dónde estaba, pero sabía que debía ir allí.
Mientras tanto, en la dimensión intermedia, Viktor Caelum seguía enfrentándose a sus sombras. Cada recuerdo doloroso que había reprimido surgía ante él con una claridad brutal. El rostro de un hermano perdido, la mirada decepcionada de su madre, las promesas que había roto por ambición. Todo lo que había evitado confrontar ahora lo rodeaba como un ejército de espectros.
“Esto es una trampa,” gruñó, golpeando el suelo invisible bajo sus pies. “No merezco esto.”
Pero Jan Pier, aún presente como un eco luminoso, replicó: “Lo que mereces no importa, Viktor. Lo que eliges es lo que define quién eres.”
En la superficie, Clara comenzó su viaje siguiendo las indicaciones del mapa. A medida que avanzaba, el paisaje cambiaba. El bosque dio paso a colinas ondulantes, y luego a un valle cubierto de neblina. En el horizonte, un edificio solitario emergía entre las brumas: una torre alta, construida con piedra oscura y rodeada de símbolos que parecían latir con un poder antiguo.
La torre parecía viva, casi como si la esperara. Clara tragó saliva, su determinación mezclada con un temor creciente. Mientras se acercaba, el diario comenzó a reaccionar de nuevo, las páginas moviéndose solas hasta detenerse en un fragmento escrito en un idioma que no entendía.
“Necesitarás las runas para descifrarlo,” susurró una voz a su espalda.
Clara se giró rápidamente y se encontró con un hombre encapuchado, su rostro oculto en sombras. Sus ojos brillaban con una luz tenue, y su presencia era inquietantemente familiar.
“¿Quién eres?” preguntó, retrocediendo un paso.
“Soy un guardián, como la anciana que encontraste. Pero mi tarea es diferente. Estoy aquí para proteger lo que está dentro de la torre... y para probar tu valía.”
Clara apretó el diario contra su pecho. “No quiero robar nada. Solo busco respuestas.”
El hombre asintió lentamente. “Entonces demuestra que eres digna de recibirlas. Dentro de la torre hay pruebas que desafiarán tu mente y tu espíritu. Si fallas, no saldrás con vida.”
Sin otra opción, Clara asintió. Sabía que el camino hacia el legado de Jan Pier no sería fácil, pero no estaba dispuesta a retroceder.
El guardián extendió una mano hacia la puerta de la torre, que se abrió con un crujido profundo. Desde el interior, un susurro bajo y constante llenó el aire, como un eco de voces olvidadas que la invitaban a entrar.
“Adelante,” dijo el hombre. “El destino de las sombras está en tus manos.”
Con una última mirada hacia el amanecer que quedaba a sus espaldas, Clara entró en la torre, preparada para enfrentar lo que fuera que la esperara. Las sombras de un inmortal no solo eran su guía, sino también su prueba final.