El viaje hacia las ruinas de la ciudad perdida fue largo y arduo. El paisaje cambiaba constantemente a medida que avanzaban, desde bosques densos y oscuros hasta tierras desoladas donde el viento aullaba como un lamento. Clara y Viktor sabían que el tiempo estaba en su contra, pero el destino que buscaban parecía estar envuelto en un velo de misterio cada vez más denso.
Finalmente, después de varios días de marcha, llegaron a un valle oculto entre montañas. Allí, en lo profundo, descansaban las ruinas de una ciudad que había sido magnífica en su época, pero que ahora solo quedaba como un eco distante de su gloria pasada. La piedra estaba erosionada por el tiempo, cubierta por musgo y enredaderas, pero lo que más los impresionó fue la quietud absoluta que reinaba en el lugar.
Clara y Viktor se adentraron con cautela. A medida que exploraban las ruinas, los vestigios de una civilización antigua se desvelaban ante ellos: columnas rotas, templos en ruinas, y una gran plaza central, donde una estatua de una figura imponente se erguía, su rostro borroso por el paso de los siglos.
“El diario hablaba de este lugar,” dijo Clara, su voz llena de reverencia. “Aquí es donde comenzó todo. Aquí es donde las tres fuentes de poder están conectadas.”
Viktor observaba las ruinas con una mezcla de asombro y preocupación. “Pero, ¿cómo vamos a encontrar las fuentes? Esta ciudad está en ruinas. ¿Qué nos indica que realmente están aquí?”
Clara abrió el diario y lo examinó con atención. Las páginas se movieron por sí solas, revelando un mapa antiguo. Era un mapa del mismo lugar donde estaban, pero con símbolos que parecían estar en constante movimiento. A medida que Clara lo miraba, los símbolos formaban un camino que los llevaría hasta el corazón de la ciudad.
“Lo encontraremos allí,” dijo Clara, señalando un lugar marcado con una estrella brillante.
Ambos se dirigieron hacia el centro de la ciudad, guiados por el mapa y por una sensación inexplicable de que algo los esperaba. Cuanto más se adentraban, más la atmósfera se volvía densa. El aire se volvía pesado, y un frío inesperado se apoderaba de sus cuerpos.
Cuando llegaron al lugar indicado, encontraron una antigua puerta de piedra. No tenía cerraduras ni mecanismos evidentes, pero una energía palpable emanaba de ella. Clara se acercó y, sin pensarlo, colocó su mano sobre la superficie. En ese momento, el diario comenzó a brillar intensamente, como si respondiera a un llamado antiguo.
“Es ahora,” murmuró Clara.
De repente, la puerta comenzó a moverse lentamente, abriéndose con un crujido que resonó por toda la ciudad. Del interior surgió una luz tenue, como la de una estrella lejana, que iluminó el camino hacia una cámara subterránea. Clara y Viktor se adentraron, sintiendo cómo la atmósfera se cargaba de una energía poderosa y ancestral.
Dentro de la cámara, en el centro de un altar de piedra, descansaban tres cristales. Cada uno de ellos era de un color diferente: uno era tan brillante como el sol, otro tan oscuro como la noche sin luna, y el último, de un azul profundo que parecía contener el cielo entero.
“Las tres fuentes,” dijo Viktor, su voz llena de asombro. “¿Qué hacemos ahora?”
Clara dio un paso hacia los cristales, pero algo en su interior la detuvo. El eco de las palabras de la mujer guardiana resonó en su mente: “Solo los verdaderos guardianes pueden purificar las fuentes. Enfrentarán sus sombras, y el poder que contienen los cristales los pondrá a prueba.”
Clara miró a Viktor, sabiendo que este era el momento crucial. “Nos enfrentaremos a nuestras sombras. No será fácil. Pero debemos hacerlo si queremos salvar al mundo de lo que puede venir.”
Viktor asintió, su rostro decidido. “Lo haremos, juntos.”
Con esas palabras, Clara extendió su mano hacia el cristal dorado, y Viktor hizo lo mismo con el cristal oscuro. Al tocarlos, una explosión de luz y sombra los envolvió, y el mundo que conocían comenzó a desmoronarse a su alrededor.
Las sombras surgieron de sus propios miedos y dudas más profundas, manifestándose frente a ellos como figuras de los pasados que no podían olvidar. Clara vio a su madre, decepcionada por su elección de seguir el camino del diario. Viktor vio a su hermana, que lo miraba con ojos llenos de ira, acusándolo por haber fallado en protegerla.
“No podemos huir de esto,” dijo Clara, con voz firme. “Debemos enfrentarnos a nuestras sombras para purificar las fuentes.”
Viktor respiró hondo, enfrentando la figura de su hermana. “No soy el hombre que fui antes. He cambiado. Y te pido perdón.”
Las figuras de las sombras comenzaron a desvanecerse lentamente, como si sus palabras fueran suficientes para romper el hechizo que las mantenía vivas. Clara también enfrentó a su madre, no con resentimiento, sino con aceptación. “Te amo, mamá. Pero ya no necesito tu aprobación para seguir mi camino.”
Con un suspiro de alivio, los cristales comenzaron a brillar con una luz pura, y la cámara se llenó de una energía curativa. Las tres fuentes de poder estaban purificadas.
Pero Clara sabía que esto no era el final. Apenas acababan de comenzar a comprender la magnitud del poder que habían liberado, y lo que vendría después sería aún más desafiante.
“Lo hemos hecho,” dijo Viktor, mirando los cristales que ahora brillaban con una luz serena. “Pero, ¿y ahora?”
Clara tomó los tres cristales en sus manos, sintiendo el peso de la responsabilidad que recaía sobre ella. “Ahora, debemos decidir qué hacer con ellos. El equilibrio no está solo en el poder, sino en cómo lo usamos.”
Con un último vistazo a las ruinas de la ciudad perdida, Clara y Viktor comenzaron su regreso, sabiendo que su misión aún no había terminado. Las sombras seguían acechando, y el futuro del mundo aún colgaba de un hilo.