Las Sombras de un Inmortal

El Guardián del Olvido

El arrastre cesó de golpe. Clara y Viktor cayeron sobre una superficie fría y dura, como piedra lisa pero sin forma definida. La oscuridad ya no era absoluta; a su alrededor, un resplandor tenue pulsaba, iluminando una vasta sala circular. No había puertas ni ventanas, solo muros cubiertos de inscripciones antiguas que parecían moverse bajo su mirada.

Viktor se levantó primero, ayudando a Clara a incorporarse. “¿Dónde nos han traído ahora?”

Antes de que ella pudiera responder, una nueva presencia se manifestó en el centro de la sala. No emergió de la sombra ni caminó hacia ellos. Simplemente… apareció.

Era alto, con una túnica oscura que parecía hecha de niebla en constante movimiento. Su rostro estaba oculto bajo una máscara blanca, lisa, sin rasgos, salvo por un símbolo grabado en la frente: un círculo dividido en dos mitades, luz y oscuridad.

“Bienvenidos al Umbral del Olvido.”

Su voz no tenía eco, pero resonó en sus mentes como un pensamiento implantado.

Clara apretó los cristales contra su pecho. “¿Quién eres?”

“Soy el Guardián del Olvido. Aquel que custodia lo que nunca debió ser recordado.”

Viktor entrecerró los ojos. “¿Nos trajiste aquí?”

El Guardián inclinó la cabeza ligeramente. “Ustedes se trajeron a sí mismos. Cada paso que han dado los ha conducido aquí, al punto donde todo sacrificio comienza.”

Clara sintió un nudo en la garganta. “¿El sacrificio del que hablaba el Eco de las Sombras?”

El Guardián extendió una mano y, al instante, una imagen flotó entre ellos. No era una visión de sombras ni de futuros inciertos. Era un recuerdo.

El pueblo donde Clara creció, con sus calles de piedra bañadas por el sol del atardecer. Las risas de niños jugando. El sonido de la campana del mercado anunciando la llegada de la noche. Y en el centro de todo, su madre, sonriendo mientras tejía en el porche de su casa.

Clara sintió que su corazón se detenía. “No…”

La imagen se distorsionó, y ahora mostraba el castillo donde Viktor pasó su infancia. Sus entrenamientos en el patio de armas. Su maestro, corrigiendo su postura con una sonrisa severa. La biblioteca donde solía esconderse para leer historias de héroes y guerras olvidadas.

Viktor cerró los puños con fuerza. “¿Por qué nos muestras esto?”

El Guardián bajó la mano, y las imágenes desaparecieron como humo disipado por el viento. “Porque este es el sacrificio que deben hacer.”

Clara negó con la cabeza. “No lo entiendo.”

El Guardián inclinó ligeramente la cabeza. “Para sellar los cristales, deben renunciar a lo que más aman. Pero no su vida. No su destino. Deben renunciar a sus recuerdos.”

El aire pareció volverse más denso.

“Deben olvidar quiénes son.”

Clara sintió que su mundo se desmoronaba. Su infancia, su madre, cada risa, cada lágrima. Viktor sintió lo mismo, como si todo lo que había construido en su vida se convirtiera en arena escapando entre sus dedos.

“No,” susurró Clara, con la voz quebrada. “Eso no es justo.”

El Guardián permaneció impasible. “El equilibrio nunca lo es.”

La sala comenzó a oscurecerse de nuevo, pero esta vez no era una sombra externa. Era algo que nacía dentro de ellos.

El olvido estaba llamando.

Y debían decidir si estaban dispuestos a abrirle la puerta.




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