Las Sombras de un Inmortal

La Llave del Sacrificio

El viento cesó tan de repente como había comenzado, y el bosque, que antes había sido una prisión de ecos y susurros, volvió a su estado extraño de calma inquietante. Lyra y Kael permanecieron inmóviles, el peso de las palabras del Eco aún gravando sus corazones.

“Un sacrificio final…” murmuró Lyra, mirando los cristales en sus manos, ahora aparentemente inofensivos, pero palpablemente peligrosos. “¿Qué significa eso? ¿Qué más podemos perder?”

Kael no respondió de inmediato. En su mente, las visiones de caos y destrucción seguían ardiendo, y la sensación de impotencia lo invadía. Ellos habían luchado para restaurar el equilibrio, y ahora descubrían que habían sido la causa misma del desequilibrio. El sacrificio ya había sido hecho, pero el precio era mucho más alto de lo que podrían haber imaginado.

“Tenemos que encontrar esa llave,” dijo Kael, con una resolución renovada, aunque su voz era grave. “Es lo único que puede evitar que todo lo que vimos se haga realidad.”

Lyra asintió, pero una sombra de duda cruzó su rostro. “¿Y si esa llave significa algo más de lo que imaginamos? ¿Qué pasa si no es algo que podamos simplemente… tomar?”

Kael no estaba seguro de la respuesta, pero sabía que no podían quedarse de brazos cruzados. La destrucción que habían presenciado en la visión era real, y el tiempo que les quedaba era incierto. Si no encontraban esa llave, no había futuro para el mundo, ni para ellos.

Sin más palabras, comenzaron a caminar. Cada paso que daban parecía más pesado que el anterior, como si el aire mismo los estuviera reteniendo. El sendero en el que avanzaban se retorcía, y los árboles que los rodeaban comenzaban a inclinarse hacia ellos, como si los observasen en silencio.

“La llave…” dijo Lyra, casi como un susurro. “¿Dónde la encontraremos?”

Una risa suave, casi inaudible, se escuchó entre los árboles. Kael se detuvo en seco, empuñando su espada al instante.

Unas figuras emergieron de la penumbra del bosque, flotando entre las sombras. Eran como sombras vivas, de formas humanoides, pero con facciones deformadas, oscuras, cambiantes.

“¿Qué saben de la llave, guardianes?” dijo una de las sombras, su voz un susurro que resonaba en sus mentes.

Kael se adelantó, su espada levantada. “¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?”

La sombra sonrió, y su rostro se desdibujó, convirtiéndose en una niebla fluida. “Nosotros somos los Olvidados. Aquellos que vieron el principio y el fin del ciclo. La llave no es algo que se busca. Es algo que se cede.”

Lyra miró con cautela. “¿Ceder? ¿Qué significa eso?”

Las sombras avanzaron lentamente hacia ellos. “La llave es la voluntad de destruir lo que ya no puede existir. Si desean salvar lo que queda, deben entregarlo todo. Pero una vez que lo den, no habrá vuelta atrás.”

Kael frunció el ceño, sin bajar su espada. “¿De qué estás hablando? ¿Qué debemos entregar?”

“La llave es la voluntad de renunciar,” dijo otra de las sombras, su voz tan fría como la misma muerte. “Dejen ir lo que aún los ata a este mundo. Lo que más aman, lo que más temen, todo debe ser entregado. Solo entonces podrán cerrar el ciclo.”

Las palabras de las sombras se clavaron en el aire, dejando un vacío inquietante a su alrededor. Lyra y Kael intercambiaron una mirada. El sacrificio no solo era un acto físico, sino algo mucho más profundo. Algo que los despojaría de lo que eran, de lo que representaban.

“Si no lo hacen, el ciclo se romperá por completo,” dijo la sombra en un tono lleno de inevitabilidad. “Y nada podrá detener lo que vendrá después.”

Kael sintió el peso de las palabras como una piedra en su pecho. La llave no era algo que podían simplemente tomar, sino algo que debía ser liberado con la renuncia total de lo que amaban y temían.

“¿Y si no estamos dispuestos?” preguntó Lyra, su voz temblando.

Las sombras desaparecieron tan rápido como habían aparecido, dejándolos con esa pregunta flotando en el aire. La respuesta era clara: el sacrificio final no les dejaría nada, pero si no lo hacían, lo perderían todo.

"No hay salida," murmuró Kael, su mirada fija en el horizonte, donde el ciclo comenzaba a cerrarse con un brillo sombrío. "Solo hay una opción."




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