El aire estaba más pesado que nunca, denso con las sombras que rodeaban su camino, como si el mismo bosque estuviera en espera. Lyra y Kael caminaban en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, aunque sus mentes y corazones latían al mismo ritmo, un ritmo marcado por el inexorable acercamiento del sacrificio final.
Las palabras de las sombras seguían resonando en sus mentes. La llave. La voluntad de ceder todo lo que amaban y temían. El fin de un ciclo.
“¿Cómo podríamos hacerlo?” preguntó Lyra en voz baja, sus palabras cargadas de desesperanza. “¿Cómo podríamos dejar ir todo?”
Kael no respondió de inmediato. La idea misma de renunciar a todo lo que había sido, a todo lo que representaba, lo desconcertaba. Pero sabía que no había opción. Si realmente querían salvar el mundo, debían romper el ciclo de una vez por todas. Y eso significaba enfrentarse a lo que les quedaba.
“Lo que más tememos…” dijo Kael finalmente, como si estuviera tratando de entenderlo él mismo. “¿Qué podría ser más grande que el miedo a la pérdida total?”
Lyra miró a los cristales en sus manos. Su brillo, que antes había sido un faro de esperanza, ahora parecía opaco, como si estuviera absorbiendo toda la luz que quedaba en el mundo. “La vida que conocimos, las personas que amamos… No estoy segura de que esté dispuesta a perder todo eso.”
Kael apretó los dientes. “Lo sabemos desde el principio. El sacrificio no es solo por el poder. Es por todo lo que tenemos, por lo que somos. Y aún así, debemos entregarlo.”
El sonido de un crujido en las ramas interrumpió sus pensamientos. Al instante, se pusieron alerta. Desde el borde del bosque, una figura apareció entre la niebla, casi tan etérea como las sombras mismas. Era el Eco de las Sombras, de pie ante ellos con una quietud que contrastaba con la tensión palpable en el aire.
“¿Están listos para enfrentar lo que queda?” preguntó, su voz un eco lejano, como si proviniera de otro tiempo, de otra realidad.
Lyra y Kael no respondieron. No necesitaban palabras. El Eco ya conocía la verdad. Sabía que el sacrificio final era la única respuesta, pero también comprendía que no sería fácil. Ningún sacrificio lo era.
“Recuerden,” continuó el Eco, su rostro oculta en la sombra de su capa. “El ciclo ha sido roto. No hay vuelta atrás. No pueden deshacer lo que han hecho. Lo único que les queda es aceptar lo que el sacrificio implica.”
Un viento helado sopló a través del bosque, agitando las hojas que antes permanecían inmóviles. Lyra sintió un nudo en el estómago, una presión indescriptible que venía de lo más profundo de su ser. ¿Estaba dispuesta a dejarlo todo atrás? ¿Estaba dispuesta a renunciar a su humanidad?
Kael dio un paso adelante. “¿Dónde está la llave?”
El Eco levantó una mano, y en su palma apareció una esfera de oscuridad, pulsante como si tuviera vida propia. “Aquí está la llave. La única forma de sellar el ciclo y restaurar el equilibrio. Pero recuerden, no es un objeto físico que puedan sostener. Es algo que solo se obtiene entregando lo que es más valioso para ustedes.”
Lyra y Kael intercambiaron una mirada. Sabían lo que debían hacer, pero el peso de la decisión les dolía. Cada segundo que pasaba era una pequeña agonía, una lucha interna que crecía con cada respiración.
“Solo uno de ustedes puede dar la llave,” dijo el Eco, su voz ahora profunda y resonante. “El sacrificio es individual. El otro debe observar, sin intervención, sin ayuda. Este es el precio de la restauración.”
Kael tragó saliva. Su mente recorría todas las posibilidades, todos los caminos que podrían haber tomado. Pero no había más caminos. Solo uno.
Lyra miró a Kael, y aunque las palabras no fueron necesarias, ambas almas entendieron que no había vuelta atrás.
“Lo haré,” dijo Lyra, su voz firme. “Este es mi sacrificio.”
Kael la miró, sin palabras, sin poder encontrar la fuerza para detenerla. Sabía lo que eso significaba. Su vida, su existencia, su amor por ella… todo lo que había construido dentro de sí mismo debía ser entregado.
“No quiero que lo hagas,” murmuró Kael, su voz quebrada por la tristeza.
“Es lo único que queda por hacer,” dijo Lyra, sus ojos llenos de una calma desgarradora. “Si no lo hago, todo se perderá. Y no puedo permitir que eso ocurra.”
Con una última mirada de despedida, Lyra extendió la mano hacia la esfera de oscuridad. La tocó, y al instante, la energía que emanaba de ella comenzó a invadir su ser. Todo lo que había sido, todo lo que había amado, comenzó a disolverse en la nada. La sensación era indescriptible: una mezcla de libertad y vacío absoluto.
Kael cayó de rodillas, incapaz de mirar. Las lágrimas cayeron en silencio mientras observaba cómo Lyra se desvanecía, como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiera sido más que un sueño que se desvanecía al amanecer.
Y, en ese momento, el Eco de las Sombras habló una última vez. “El ciclo se ha cerrado. El equilibrio ha sido restaurado.”
La oscuridad comenzó a disiparse, y el mundo, aunque marcado por la pérdida, comenzó a sanar. Sin embargo, para Kael, el sacrificio había costado más de lo que alguna vez habría imaginado. Había salvado el mundo, pero a un precio que nunca podría pagar.
Solo quedaba él, con la sombra de Lyra en su memoria y el eco de lo que había perdido resonando en su alma.