El viento había cambiado. Ahora parecía traer consigo una promesa de transformación, un susurro que rozaba la piel de Kael como un aviso. Había pasado tanto tiempo luchando contra la oscuridad, pero ahora entendía que la verdadera batalla era por el control de lo que quedaba de él mismo.
El Eco de las Sombras había desaparecido, pero su presencia seguía flotando en el aire, como una sombra constante sobre su conciencia. Las palabras del guardián resonaban en su mente: “Lo que se ha entregado no desaparece en la oscuridad. Está marcado, de alguna forma, para siempre.”
Kael caminó hacia el borde del claro donde la luz del sol comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles. La brisa suave agitaba las hojas, y por un momento, la quietud le ofreció una sensación de paz que no había sentido desde el sacrificio de Lyra. Pero esa calma era solo temporal. Sabía que, en su interior, aún quedaba un vacío profundo, una herida que nunca sanaría.
Él no podía simplemente caminar hacia adelante como si nada hubiera pasado. La carga de lo perdido seguía viva en cada paso que daba, pero en alguna parte de él, algo despertaba. Algo que le decía que, tal vez, no todo estaba perdido.
Un destello de luz lo desvió de sus pensamientos. Alzó la vista y vio una figura encapuchada acercándose por el sendero, caminando lentamente, como si estuviera hecha de la misma niebla que aún cubría el bosque. Los ojos brillaban a través de la capa, y Kael sintió la presencia de una fuerza conocida, pero distante.
“¿Quién eres?” preguntó Kael, su voz firme pero cargada de incertidumbre.
La figura se detuvo a unos pocos pasos de él, y su rostro apareció entre las sombras de la capucha. Aunque Kael no pudo ver detalles específicos, una sensación familiar recorrió su columna vertebral. Había algo en esa presencia que lo hacía recordar… algo o alguien que había dejado atrás.
“Soy el reflejo de lo que has perdido,” respondió la figura, su voz suave, pero cargada de una tristeza profunda. “El eco de tus decisiones. El fuego de lo que fue y ya no será.”
Kael frunció el ceño, sus instintos de defensa en alerta. “No entiendo. ¿Qué quieres de mí?”
La figura levantó una mano, señalando el horizonte. “Lo que has perdido no puede ser recuperado, pero aún puedes caminar hacia lo que queda. La llama que arde en tu pecho no se ha extinguido, Kael. Aún hay una chispa en ti que puede iluminar el camino.”
“¿Cómo puedes saber eso?” preguntó Kael, sintiendo una mezcla de incredulidad y esperanza en sus palabras.
La figura sonrió, una expresión triste, como si entendiera el dolor que Kael llevaba consigo. “Lo sé porque soy parte de ti. El amor que perdiste, la fuerza que cediste, no desaparecen tan fácilmente. Aunque no puedas verlo, dentro de ti aún hay un reflejo de Lyra. Y si puedes aceptarlo, si puedes ver más allá del vacío, tal vez puedas entender lo que ahora debes hacer.”
Kael se quedó en silencio. ¿Era posible que algo de Lyra todavía quedara en él, más allá de la memoria, más allá del sacrificio? El Eco de las Sombras le había hablado de la oportunidad, de la transformación que podría surgir del dolor. Pero, ¿cómo podía avanzar cuando sentía que su alma estaba rota?
“¿Cómo puedo seguir adelante?” preguntó Kael, su voz quebrada. “Si ella ya no está, si todo lo que creí que tenía se desvaneció, ¿cómo puedo encontrar la fuerza para seguir?”
La figura encapuchada se acercó un paso más, y sus ojos brillaron con una intensidad que Kael no pudo ignorar. “La fuerza está en lo que has aprendido, Kael. En lo que has enfrentado. El sacrificio no fue en vano. El fuego que se apaga siempre deja cenizas, pero de esas cenizas pueden surgir nuevas llamas. Si aceptas lo que has perdido, entonces lo encontrarás: una forma de renacer. El amor, la esencia de lo que era, sigue viva dentro de ti. Si puedes verlo con claridad, la oscuridad que creías infinita comenzará a disiparse.”
Kael dio un paso atrás, sin saber si debía confiar en esa figura o si, simplemente, debía continuar solo. Pero algo en su interior le decía que esta presencia no era un enemigo. Era una parte de lo que quedaba de Lyra, una chispa que lo instaba a no rendirse.
“¿Qué debo hacer?” preguntó, más para sí mismo que para la figura.
“Mira dentro de ti. Escucha la llama que aún arde. Es la única respuesta.”
La figura se desvaneció tan repentinamente como había aparecido, dejando solo el eco de sus palabras en el aire. Kael quedó allí, inmóvil, mirando al horizonte donde la luz del sol comenzaba a ascender más alto. El camino estaba frente a él, pero esta vez, no era solo un camino hacia la restauración. Era un camino hacia la comprensión.
Kael se agachó, cerró los ojos y se concentró. Dentro de él, sintió una vibración tenue, un latido que resonaba en su pecho. Era una chispa, la llama de lo que había sido, el amor de Lyra, la fuerza de lo perdido. Y aunque no podía traerla de vuelta, podía sentirla, como una parte de su alma que nunca se extinguiría.
“La llama sigue ardiendo,” susurró Kael para sí mismo, sintiendo un renovado sentido de propósito. “Y yo seguiré adelante, no por lo que perdí, sino por lo que aún tengo.”
Con una nueva determinación, Kael se levantó y dio un paso hacia adelante. El camino que había tomado ahora era claro: no se trataba de restaurar lo perdido, sino de continuar, transformando el dolor en fuerza y la oscuridad en luz. La llama, aunque tenue, iluminaba su camino.