Las Sombras de un Inmortal

El Despertar del inferno

Kael se encontraba en el borde de un abismo, literal y metafóricamente. El paisaje a su alrededor había cambiado, como si el mundo estuviera moldeándose a su voluntad. Frente a él se extendía un vasto desierto, una extensión interminable de arena roja que se perdía en el horizonte, donde las dunas parecían moverse, como si respiraran. El viento soplaba con fuerza, levantando polvo que se desvanecía en la nada.

El aire era pesado, como si el mismo ambiente estuviera cargado de preguntas sin respuesta. Kael miró hacia atrás, pero no podía ver el sendero que lo había traído hasta aquí. Solo había oscuridad, un vacío profundo. No sabía si todo lo que había experimentado había sido real o si ahora se encontraba atrapado en una ilusión.

De repente, un estruendo sacudió la tierra bajo sus pies. La arena comenzó a moverse, formando figuras que emergían del suelo. Figuras sombrías, cuyos rostros estaban ocultos, pero cuyos ojos brillaban con la misma intensidad de la llama que aún ardía dentro de Kael.

“No puedes escapar de ti mismo,” dijo una de las figuras, su voz grave y resonante, como un eco lejano. “Lo que has perdido sigue contigo, Kael. Y mientras sigas corriendo, te alcanzará.”

Kael sintió una presión creciente en su pecho, como si el peso de sus propios pensamientos estuviera tomando forma. Se giró, buscando una salida, pero las figuras de sombra se acercaban, rodeándolo poco a poco.

Eran como las sombras que había enfrentado en el pasado, pero ahora parecían más reales, más cercanas.

“Yo no estoy corriendo,” dijo Kael, levantando la cabeza con desafío. “Lo que perdí no me controla. Ya no.”

Las figuras rieron, una risa que resonó en su mente, desafiante y cruel. “Lo que perdiste no se olvida, Kael. Lo que amas, lo que sacrificaste, siempre te alcanzará, porque formas parte de él. Nunca podrás liberarte.”

Kael apretó los puños, sintiendo el ardor de la llama dentro de su pecho. Era como si cada palabra de las sombras fuera una amenaza a su propio ser, pero en lugar de hacerle retroceder, lo impulsaba hacia adelante. No importaba lo que le decían, no importaba lo que lo rodeara: él había tomado la decisión de seguir adelante. Ya no sería cautivo del dolor.

“La llama que arde dentro de mí no se apaga,” dijo Kael, su voz fuerte. “Y eso es lo que me dará fuerza. No importa cuántas sombras se presenten, no dejaré que me arrastren.”

Una de las figuras dio un paso al frente, sus ojos brillando con una luz más intensa. “Entonces, ¿qué harás, Kael? ¿Vas a luchar contra lo inevitable?”

Kael cerró los ojos por un instante, sintiendo la presión de la oscuridad que lo rodeaba, pero también el fuego que ardía dentro de él. Sabía que este era el momento decisivo. No podía seguir corriendo, no podía seguir huyendo de su propio dolor. Tenía que enfrentarlo, abrazarlo, y en esa aceptación, encontrar su libertad.

“No lucharé contra lo inevitable,” dijo Kael, levantando la cabeza con firmeza. “Solo lo aceptaré. Todo lo que he perdido, todo lo que amo, está en mí. No me define, pero me fortalece. Y eso es lo que usaré.”

Con esas palabras, una explosión de luz emanó desde su pecho. La llama que había estado dentro de él, dormida pero siempre presente, se expandió, iluminando todo el desierto. Las figuras sombrías retrocedieron, como si la luz las quemara, incapaces de resistir la pureza del fuego que ahora lo rodeaba.

Kael sintió el calor de la llama, no solo como un poder, sino como una verdad que ahora comprendía. El sacrificio de Lyra, el amor que había perdido, las sombras que lo acechaban: todo formaba parte de su ser. Y al aceptarlo, al abrazarlo, se liberaba.

Las sombras comenzaron a disolverse, desintegrándose en la luz. Pero antes de que desaparecieran por completo, la figura que había hablado se acercó una vez más, y sus ojos brillaron con una intensidad sin igual.

“Lo has comprendido,” dijo la figura, su voz más suave ahora, como un susurro. “Has encontrado lo que buscabas. La llama no es solo un poder. Es lo que te define, lo que te sostiene. Y ahora, por fin, serás libre.”

Kael miró la luz que emanaba de él, una luz cálida y pura. Sabía que, aunque la oscuridad seguiría acechando, ya no la temía. Había encontrado su propósito, su fuerza interior. Y aunque el camino seguiría siendo difícil, ahora lo recorría con la certeza de que, a pesar de todo lo perdido, no estaba solo.

El desierto a su alrededor comenzó a desvanecerse, y Kael dio un paso hacia adelante. El horizonte ya no estaba lleno de sombras. Ahora, estaba lleno de posibilidades. Y con cada paso que daba, la llama dentro de él crecía más fuerte, iluminando su camino.




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