Las Sombras de un Inmortal

El Último Sacrificio

El viento silbaba suavemente entre las rocas del cañón, un sonido lejano y arrullador que parecía susurrar secretos antiguos. Kael caminaba por el sendero rocoso, su cuerpo marcado por el agotamiento, pero su mente centrada en un solo pensamiento: el último sacrificio que debía hacer. La llama que había despertado en su interior ahora ardía con una intensidad insoportable, y cada paso lo acercaba más al destino inevitable.

Había llegado al último umbral, al final de su camino. Frente a él se erguía una antigua puerta de piedra, cubriendo el acceso a una cueva profunda. La puerta estaba marcada con runas de un lenguaje olvidado, brillando débilmente con una luz azul. Kael había pasado por muchas pruebas, enfrentado innumerables desafíos, pero este era diferente. Sabía que lo que estaba a punto de hacer cambiaría su destino para siempre.

Cuando sus manos tocaron la puerta de piedra, esta comenzó a vibrar, y las runas se iluminaron aún más intensamente. Un murmullo se elevó en el aire, como si la propia cueva estuviera despertando, reconociendo su presencia. Un frío gélido recorrió su columna vertebral, pero Kael no se detuvo. Ya no podía retroceder.

Con un esfuerzo, empujó la puerta, que se abrió con un estruendo. Al otro lado, un vasto salón se extendía ante él, iluminado solo por una luz fantasmal que parecía emanar de las paredes mismas. En el centro del salón, una figura esperaba, su presencia imponente.

Era la figura que había estado con él en los momentos más oscuros, la figura que representaba la llama en su interior. “Estás aquí,” dijo la figura con una voz que resonaba en las entrañas de Kael. “Lo has logrado. Has recorrido el camino, has aceptado lo que eres. Pero ahora, el sacrificio final te aguarda.”

Kael respiró hondo. “Lo sé,” respondió, su voz firme pero cargada de una tristeza inevitable. “Estoy listo.”

La figura asintió lentamente, sus ojos fijos en los de Kael. “El sacrificio que has de hacer no es uno de poder ni de fuerza. Es un sacrificio de corazón, de amor. Solo a través del sacrificio genuino podrás sellar lo que has desatado. Pero debes comprender: este sacrificio no es sobre la pérdida de lo que amas, sino sobre la aceptación de lo que te define.”

Kael avanzó hacia el centro de la sala, donde un pedestal de piedra se erguía, sostenido por columnas esculpidas con símbolos ancestrales. En el pedestal descansaba un cristal oscuro, su superficie reflejando una luz extraña, como si contuviera en su interior un universo de posibilidades.

“¿Qué debo hacer?” preguntó Kael, su voz vacilante, aunque resuelta.

“Este cristal contiene el equilibrio de las sombras y la luz,” explicó la figura. “En tu interior arde la llama de lo perdido, pero también la llama de lo ganado. Si deseas sellar este poder para siempre, debes ofrecer lo más valioso que posees: aquello que amas más profundamente. Solo a través de ese sacrificio el equilibrio podrá ser restaurado.”

Kael miró el cristal, sintiendo cómo la llama dentro de él se intensificaba, empujándolo hacia algo inevitable. En ese momento, una visión le atravesó la mente, una visión de Lyra, su rostro lleno de esperanza y amor. Su sacrificio había sido una parte fundamental de su viaje, pero lo que ahora debía hacer iba más allá de lo que había imaginado.

Él amaba a Lyra, pero también amaba lo que había aprendido, lo que había encontrado en su dolor. El sacrificio no era solo sobre perder a alguien o algo, sino sobre dar de sí mismo lo más puro y verdadero.

Con una sensación de serenidad en su pecho, Kael extendió la mano hacia el cristal. La luz del mismo se intensificó, envolviéndolo en un halo brillante. La llama dentro de él brillaba con fuerza, y entonces comprendió. Lo que debía sacrificar no era algo físico. Era la última barrera emocional que había mantenido intacta: su miedo al futuro, su miedo a seguir adelante sin lo que amaba.

“Estoy listo para dejar ir lo que me retiene,” murmuró Kael. “No voy a seguir arrastrando las sombras.”

Con un gesto decisivo, Kael tocó el cristal. Un resplandor cegador llenó la sala, y en ese instante, la llama en su pecho explotó en una ola de luz. Un grito sordo de energía recorrió su cuerpo, y todo a su alrededor comenzó a desmoronarse. La sala se disolvió en la nada, las sombras se desvanecieron, y el mundo se redujo a una sola sensación: la paz.

Kael cayó de rodillas, agotado pero en paz. Sabía que el sacrificio había sido completo, que el equilibrio había sido restaurado. Ya no estaba atado al pasado, ni a lo perdido. Había aceptado su dolor, su amor y su destino.

La figura se acercó a él, una sonrisa de satisfacción en su rostro. “Lo has hecho,” dijo. “El sacrificio final ha sido cumplido. Ahora el equilibrio será guardado, y la llama en ti ya no consumirá más. Has sellado lo que debías.”

Kael levantó la mirada, sintiendo una calma que nunca había experimentado antes. “Estoy listo para seguir adelante.”

La figura asintió y se desvaneció en la luz, dejando a Kael solo en un mundo renovado, donde el equilibrio entre la luz y la oscuridad había sido restaurado. Ya no había sombras que lo persiguieran. Ya no había dudas. Había encontrado su camino, y con cada paso que daba, el futuro se extendía ante él, lleno de posibilidades infinitas.

Y así, Kael avanzó, hacia un nuevo comienzo, con el eco de las sombras finalmente en silencio.




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