El aire era frío, cortante, y Kael no pudo evitar pensar que el mundo había cambiado, aunque el paisaje que lo rodeaba seguía igual. Había dejado atrás el antiguo templo, el lugar donde había sellado el poder de los cristales, pero ahora sentía que había algo nuevo en el ambiente. Algo que había quedado en el aire, a pesar de la paz que había alcanzado.
El sendero frente a él parecía familiar, pero había algo distinto. Las montañas en la distancia ya no se veían tan imponentes, como si la atmósfera misma hubiera cambiado su forma. Y, sin embargo, había algo en el horizonte que lo llamaba.
La llama en su pecho seguía viva, aunque en su corazón había serenidad, un eco de las sombras persistía. Sabía que no podría descansar por completo hasta comprender lo que ese eco significaba, hasta estar completamente seguro de que el sacrificio había sido suficiente.
Fue entonces cuando la oscuridad llegó, no como una sombra física, sino como una sensación profunda, como una llamada que se estaba despertando en el fondo de su alma.
Kael se detuvo en seco. “No se ha acabado,” murmuró para sí mismo.
De repente, una figura apareció a lo lejos, caminando hacia él desde la bruma. No era un espectro ni una sombra, sino una figura humana, envuelta en una capa negra, su rostro oculto en la penumbra. Kael sintió una oleada de reconocimiento, como si ya conociera a esa figura, como si su llegada estuviera escrita en algún rincón oscuro de su memoria.
“No hemos terminado, Kael,” dijo la figura, su voz resonando en su mente, pesada y llena de misterio. “El equilibrio que crees haber sellado, no es tan sencillo. Aún quedan ecos del pasado que deben ser confrontados. Y tú, como el último portador de la llama, debes enfrentarlos.”
Kael dio un paso atrás, el aire gélido llenando sus pulmones. “¿Quién eres?” preguntó, aunque sabía que la respuesta lo inquietaría.
“Soy el Eco de lo que nunca se destruye,” dijo la figura. “Soy aquello que aún vive en las sombras que has sellado. Y ahora que has traído la paz, la oscuridad ya no permanecerá silente.”
“¿Qué quieres de mí?” preguntó Kael, su voz firme, pero con una chispa de duda en su interior.
“Lo que quiero es lo mismo que tú has buscado todo este tiempo: la verdad,” respondió el Eco. “La verdad sobre la llama, sobre lo que realmente has sacrificado. El sacrificio que crees que has hecho, en realidad ha despertado algo que aún debe ser destruido. El último paso, Kael, es enfrentarte a lo que verdaderamente temes: a ti mismo.”
Kael miró al Eco con una mezcla de rabia y desconfianza. Sabía que no podía ignorar lo que le decía, pero algo dentro de él se resistía. Había enfrentado sus sombras, había hecho el sacrificio necesario, ¿no era eso suficiente?
“No hay más sacrificios que hacer,” dijo, su voz temblando ligeramente. “Ya he dado todo. Ya he enfrentado mis demonios.”
“No todo,” dijo el Eco, levantando una mano. “Porque aún llevas dentro de ti lo que has perdido. Aún arrastras el peso de la llama, el dolor de lo irrecuperable. Y mientras sigas aferrándote a eso, la oscuridad siempre te buscará. El verdadero sacrificio es dejar ir lo que te define.”
Las palabras resonaron en su mente. Kael cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo la llama en su interior palpitaba. La oscuridad a la que se refería no era algo externo. Era su propio miedo a perderse a sí mismo, su miedo de que todo lo que había hecho, todo lo que había sufrido, fuera en vano.
“Lo que he perdido… no puedo dejarlo ir,” dijo Kael en voz baja, casi para sí mismo. “Eso me ha dado fuerza. Me ha dado propósito.”
“Y eso es lo que te retiene,” respondió el Eco. “Tu apego a lo que has perdido no solo te define, sino que te limita. La llama que crees que te da fuerza es también lo que te encierra.”
Kael sintió una punzada en el pecho, como si esas palabras fueran más verdad de lo que deseaba admitir. Pero ¿cómo podía dejar ir lo que más amaba? ¿Cómo podía abandonar el sacrificio que le había costado tanto?
“Te doy una elección,” dijo el Eco, su tono grave y profundo. “Puedes seguir cargando con este peso, y la oscuridad te perseguirá siempre, o puedes liberarte. Pero para hacerlo, debes enfrentarte a lo que no quieres dejar ir. Solo entonces, la paz será verdadera.”
Kael miró al Eco, su rostro endurecido por la decisión que ahora se encontraba ante él. Sabía que no podría escapar de esta última confrontación. No había más caminos, solo este: dejar ir lo que más amaba o seguir arrastrando la sombra de lo irrecuperable.
“Entonces,” dijo Kael, con una determinación renovada, “haré lo que deba hacer.”
El Eco asintió lentamente, su figura desvaneciéndose en la niebla. “Solo entonces serás libre.”
Y, con ese último susurro, Kael dio un paso hacia la oscuridad, hacia su última prueba.