El amanecer pintaba el cielo con tonos suaves de ámbar y escarlata, pero en el corazón de Kael, Clara y Viktor, el peso de la verdad aún persistía. La batalla había terminado, sí, pero la sensación de que algo más estaba por venir no desaparecía.
El anciano que había aparecido en el claro no se había movido, su mirada fija en las ruinas del altar.
“El poder ha sido sellado,” dijo en voz baja. “Pero los ecos de la oscuridad aún permanecen en este mundo.”
Kael intercambió una mirada con Clara y Viktor. “¿Qué significa eso?”
El anciano golpeó el suelo con su bastón. “Las sombras no son solo una entidad que puede ser sellada. Son una parte de este mundo, de cada ser vivo. Y aunque habéis contenido su esencia en este altar, aún quedan rastros… fragmentos de oscuridad que han escapado.”
Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Entonces, ¿esto no ha terminado?”
El anciano negó con la cabeza. “No completamente. Pero la diferencia es que ahora sois más fuertes. Ya no sois simples guerreros luchando contra la sombra. Ahora sois los guardianes de su equilibrio.”
Viktor resopló. “¿Guardianes? ¿Y cómo se supone que hagamos eso?”
El anciano sonrió levemente. “Viajen. Descubran los fragmentos que aún quedan. No con la intención de destruir, sino de comprender. El poder de la oscuridad nunca podrá ser erradicado por completo… pero sí puede ser guiado.”
Kael bajó la mirada. Algo dentro de él sabía que esto era cierto. Siempre había creído que la oscuridad debía ser eliminada, que solo la luz podía prevalecer. Pero ahora entendía que ambas existían en un delicado equilibrio.
“Si aceptamos esto,” dijo finalmente, “¿dónde debemos empezar?”
El anciano levantó su bastón y señaló al horizonte. En la lejanía, donde el amanecer se mezclaba con la bruma de la mañana, una torre oscura se alzaba contra el cielo.
“Allí,” murmuró. “El primer fragmento aguarda.”
Clara apretó los labios, Viktor suspiró, y Kael sintió cómo su determinación se encendía nuevamente.
La larga noche había terminado.
Pero su viaje… apenas comenzaba.