El viento silbaba entre las colinas mientras Kael, Clara y Viktor avanzaban hacia la torre oscura que el anciano había señalado. Desde la distancia, parecía una estructura en ruinas, consumida por el tiempo, pero a medida que se acercaban, notaron los detalles inquietantes: su superficie estaba cubierta de símbolos antiguos que pulsaban con una luz violeta tenue, como si la torre respirara con vida propia.
El aire se volvía más pesado con cada paso, cargado de una energía oscura y densa. Viktor deslizó la mano hasta la empuñadura de su espada, sus sentidos alerta.
—Esto no me gusta… —murmuró—. Si el poder fue sellado, ¿por qué sigue activo este lugar?
Kael se detuvo frente a la puerta de piedra ennegrecida y repasó las inscripciones con la mirada. Símbolos de una época olvidada, palabras en un idioma que apenas comprendía.
—Porque el sello no erradicó la sombra por completo —respondió en voz baja—. Solo la contuvo. Pero algunos fragmentos escaparon… y esta torre es uno de ellos.
Clara cruzó los brazos, observando con inquietud la estructura.
—Entonces, ¿qué nos espera adentro?
El anciano, que había caminado con ellos en silencio, apoyó su bastón en el suelo y suspiró.
—Los fragmentos no son solo restos de poder. Son memorias, miedos, deseos… Sombras que han existido por siglos, aferrándose a lo que alguna vez fueron. En esta torre enfrentarán más que enemigos. Enfrentarán aquello que nunca pudieron soltar.
Kael sintió un escalofrío recorrer su espalda. Lo entendía. La oscuridad no se desvanecía sin más; mutaba, se adaptaba, encontraba nuevas formas de existir. Y si querían impedir que volviera a propagarse, tendrían que enfrentarse a ella en su estado más puro.
Respiró hondo y empujó la puerta.
El rechinar de la madera y el metal oxidado resonó en el aire. Una brisa helada emergió desde el interior, cargada de un susurro lejano, un eco de voces olvidadas.
—**Kael…**
El sonido lo golpeó como un puñetazo. Se quedó inmóvil, su corazón latiendo con fuerza.
Conocía esa voz.
Clara lo notó al instante.
—No puede ser… —susurró.
Desde las sombras, una figura emergió lentamente. Su silueta era inestable, fluctuante como un reflejo en el agua, pero sus ojos eran inconfundibles: brillaban con un tono dorado suave, llenos de calidez, de amor… y de tristeza.
Elaia.
Kael sintió cómo el aire se escapaba de sus pulmones. La mente le gritaba que era una ilusión, un truco de la sombra, pero su corazón titubeó.
Era imposible. Elaia había muerto años atrás.
Y sin embargo, ahí estaba.
Viktor desenvainó su espada de inmediato.
—Kael, no es real.
Pero Kael no pudo moverse.
La figura de Elaia inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa melancólica.
—¿Realmente crees que me dejaste ir? —susurró.
Y entonces, la oscuridad se cerró sobre ellos.