Las Sombras de un Inmortal

El Corazón de la Torre

Kael cruzó el umbral, seguido de cerca por Clara y Viktor. Apenas pusieron un pie dentro, la puerta se cerró detrás de ellos con un estruendo sordo. La oscuridad se arremolinó a su alrededor, densa como niebla espesa, y la única fuente de luz provenía de la tenue energía violeta que latía en las paredes.

El aire olía a piedra húmeda y a algo más… a recuerdos atrapados en el tiempo.

—Esto no es una torre común —murmuró Clara, recorriendo los muros con la punta de los dedos—. Es como si estuviera… viva.

Viktor frunció el ceño y apretó con más fuerza la empuñadura de su espada.

—¿Y qué esperabas? Esta cosa está hecha de sombras.

Kael apenas los escuchaba. Su atención estaba fija en la escalera en espiral que ascendía en el centro de la sala. Elaia se encontraba al pie de los escalones, observándolo con aquella expresión imposible de descifrar.

—Ven conmigo —susurró.

Kael sintió un tirón en el pecho. Cada parte racional de su mente le decía que no debía confiar en ella… pero algo dentro de él se resistía a dejarla ir.

—No es real, Kael —advirtió Clara, poniéndose a su lado—. No puedes olvidar lo que somos.

Él asintió lentamente. No había olvido en su corazón. Solo preguntas sin respuesta.

Subió el primer escalón.

La torre reaccionó de inmediato.

Un rugido retumbó en sus entrañas, y las paredes comenzaron a deformarse. La luz violeta parpadeó, proyectando sombras que se movían por sí solas, susurrando palabras en un idioma desconocido.

Elaia subió más rápido, adentrándose en la oscuridad.

Kael la siguió sin dudar.

Clara y Viktor intercambiaron una mirada antes de apresurarse tras él.

Los escalones parecían multiplicarse bajo sus pies, interminables, como si la torre los estuviera poniendo a prueba. Cada vez que creían acercarse a la cima, esta se alejaba más, retorciendo el espacio a su antojo.

—¡Kael! —gritó Clara, jadeante—. ¡Nos está atrapando!

Pero él solo podía ver a Elaia, ascendiendo sin voltear la mirada.

Entonces, el mundo se desmoronó.

El suelo bajo ellos desapareció y fueron absorbidos por la negrura.

Kael cayó… y cayó… hasta que su espalda golpeó algo sólido.

El impacto le arrancó el aliento. Cuando abrió los ojos, ya no estaba en la torre.

Estaba en su hogar.

O lo que alguna vez fue su hogar.

Las ruinas del antiguo templo se extendían ante él, cubiertas de ceniza y escombros. El lugar donde Elaia había muerto.

Kael se puso de pie de un salto, su corazón martillando en su pecho.

—No puede ser…

—Nunca te fuiste de aquí, Kael —susurró una voz a sus espaldas.

Se giró lentamente.

Elaia lo observaba con la misma mirada suave de aquella última noche.

Pero esta vez, su sombra se alargaba detrás de ella… retorciéndose, viva.

Kael apretó los puños.

No era Elaia.

Era la torre. Era la sombra.

Y había venido por él.




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