La calma que siguió a la tormenta fue breve, casi efímera. El viento susurraba entre los árboles, y el mundo parecía haber respirado aliviado por un momento. Pero Kael, Clara y Viktor sabían que la batalla no había terminado, que el mal siempre encontraba una forma de regresar.
Se sentaron en el borde de un claro, lejos de la torre caída, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Las cicatrices de su alma estaban frescas, pero, por alguna razón, Kael sentía que una parte de él se había liberado. El sacrificio había sido necesario.
—¿Crees que lo hemos hecho bien? —preguntó Clara, mirando el horizonte.
Kael la miró, un resplandor tenue en sus ojos.
—No sé. Pero sé que lo que vino después de la oscuridad… es lo único que importa. Aún estamos vivos. Y por ahora, eso es suficiente.
Viktor, aún con el semblante grave, asintió.
—Y si el mal regresa, seremos los que lo enfrentemos. Pero no estamos solos. Lo sabemos ahora.
El viento soplaba suavemente, y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno. La lucha había sido dura, y el precio había sido elevado, pero al menos sabían que lo que había sido perdido no se desvanecería sin dejar una huella.
—Un día, todo esto quedará atrás. —Kael sonrió suavemente. —Y seremos solo leyendas.
Clara lo miró, con la misma determinación que siempre había visto en él.
—Sí, Kael. Pero mientras estemos aquí… lucharemos.
Con eso, el trío se levantó, mirando el horizonte, sabiendo que el verdadero viaje aún estaba por comenzar.