El amanecer se levantó pálido, como si el sol mismo estuviera cansado de iluminar el mundo. Kael, Clara y Viktor caminaban en silencio, atravesando el bosque que se extendía más allá de la torre caída. Aunque el mal había sido sellado por el momento, una inquietud persistía en el aire. Algo aún estaba fuera de lugar, algo que no podían identificar, pero que lo sentían en sus huesos.
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Clara, rompiendo el silencio. Su voz sonó apagada, como si la fatiga de todo lo ocurrido la envolviera.
Kael no la miró de inmediato. Su mente estaba en otro lugar, en una sombra que había comenzado a acecharlo desde la última confrontación. La torre había caído, pero el recuerdo de las voces en su cabeza, los ecos del sacrificio, lo perseguían.
—Lo que venga, lo enfrentaremos —respondió, sin dudar. Pero sus palabras sonaron vacías, incluso para él. El peso del sacrificio aún lo mantenía atrapado en su propio dilema.
Viktor caminaba unos pasos atrás, observando las huellas en el suelo que dejaban atrás.
—No todo lo que se ha sellado permanecerá encerrado para siempre. —Sus palabras fueron sombrías, pero al mismo tiempo, Kael sintió que la verdad de ellas resonaba en su interior.
Clara miró hacia el horizonte, donde las montañas parecían desvanecerse en la niebla, y el mundo parecía estar al borde de algo aún mayor.
—Pero aún estamos aquí. ¿Eso no significa algo? ¿Que hemos vencido al peor de los males?
Kael la miró de reojo. Sabía que su amiga trataba de convencer a sí misma tanto como a ellos. La verdad era que, por más que lo intentaran, el peso del sacrificio y la batalla reciente no podía ser ignorado. No importaba cuán lejos caminaran, no podían escapar de lo que se había desatado.
El camino se hacía más tortuoso a medida que avanzaban, y el bosque se volvía más oscuro y denso. Las sombras entre los árboles parecían moverse, deslizándose con ellos, como si el propio bosque estuviera observándolos, esperando.
De repente, el aire se volvió espeso y un frío extraño los rodeó. Kael levantó la mirada, y ahí, entre los árboles, vio lo que nunca pensó ver: un espejo. Era grande, de un metal negro y pulido, incrustado en la corteza de un árbol antiguo, como si hubiera estado allí desde siempre.
—¿Qué es eso? —preguntó Clara, con voz tensa.
Kael se acercó al espejo, su reflejo distorsionado en la superficie oscura. No estaba seguro de por qué lo sentía, pero algo dentro de él sabía que debía mirarse. Su mano tembló ligeramente mientras la acercaba al borde del espejo. La superficie parecía absorber la luz a su alrededor, como si pudiera devorar todo lo que tocara.
—No lo hagas. —Viktor lo advirtió, pero su voz sonó como si estuviera hablando desde una lejana distancia.
Kael no escuchó. En un impulso, tocó el espejo.
En el instante en que su piel rozó el cristal, el mundo pareció desvanecerse. El sonido del viento se apagó, y la oscuridad comenzó a envolverlo todo. Los árboles desaparecieron, y el suelo bajo sus pies se desintegró. Se encontró flotando en un vacío profundo, sin tiempo ni espacio, solo él y su reflejo en el espejo.
Su imagen era la misma, pero algo en ella no era correcto. Los ojos que lo miraban desde el cristal estaban vacíos, oscuros, como si algo se hubiera perdido en su interior.
—Kael… —dijo una voz suave, como un susurro en el abismo.
El eco de su nombre retumbó en su mente, pero no era su propia voz. Era algo más, algo que había estado esperando.
—¿Quién eres? —preguntó, sin saber por qué las palabras salían de su boca.
—Soy lo que dejaste atrás. —La voz respondió con suavidad, pero la amenaza detrás de ella era palpable.
La imagen en el espejo comenzó a distorsionarse, transformándose en algo que Kael no podía comprender. Su propia forma se desmoronaba, deshaciéndose en fragmentos, como si su identidad estuviera siendo arrancada pieza por pieza.
—No… —susurró, retrocediendo, pero no podía escapar. El espejo lo mantenía atrapado.
—El sacrificio no termina aquí, Kael. Lo que dejaste atrás te buscará, y siempre te encontrará. La oscuridad no se desvanece. Solo se oculta, esperando a que regreses. —La figura en el espejo comenzó a reír, una risa vacía que resonó en cada rincón de su ser.
Kael luchó por alejarse, pero las sombras lo rodearon, lo absorbieron. Entonces, vio una figura familiar, una figura que ya no quería ver. Elaia. Pero no era ella la que estaba frente a él. Era su reflejo distorsionado, lleno de dolor y sufrimiento.
—Deja ir lo que amas, Kael. Solo entonces serás libre. —La figura de Elaia lo miró con ojos vacíos, su voz llena de desesperación.
El mundo alrededor de Kael comenzó a desmoronarse, y por un momento, pensó que perdería todo. Pero, en un esfuerzo desesperado, cerró los ojos, recordando las palabras de Viktor, las de Clara, el sacrificio que había hecho. Recordó la luz, el poder que había encontrado dentro de sí mismo.
Con un grito, se arrojó hacia el espejo. La oscuridad que lo rodeaba lo envolvió con fuerza, pero antes de que pudiera ser consumido por completo, una explosión de luz dorada lo rodeó.
El espejo estalló en fragmentos, y el vacío desapareció. Kael cayó al suelo, respirando con dificultad. Cuando abrió los ojos, ya no estaba en el abismo. Estaba de nuevo en el bosque, con Clara y Viktor a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Clara, aliviada.
Kael miró el suelo, donde las piezas rotas del espejo aún brillaban débilmente. Sabía que había algo dentro de él, algo oscuro, que aún no había terminado. El sacrificio no había sido suficiente.
—No. —Kael se levantó, mirando el horizonte—. El verdadero reflejo del olvido… aún está por venir.
Y mientras caminaba hacia lo desconocido, sentía que el fin de todo estaba mucho más cerca de lo que imaginaba.