Las Sombras de un Inmortal

El Susurro del Viento

El viento soplaba con furia a través de los campos vacíos, arrastrando consigo hojas secas y polvo. Kael, Clara y Viktor avanzaban lentamente, sus rostros marcados por el agotamiento y la tensión de los días anteriores. A pesar de todo lo que habían enfrentado, una sensación de vacío se mantenía sobre ellos, una presión silenciosa que no se disipaba.

Habían caminado durante horas sin rumbo fijo, pero sabían que no podían detenerse. El mal, aunque sellado por el sacrificio, no había sido destruido por completo. Algo quedaba, algo persistente y oscuro, esperando la oportunidad para resurgir.

—¿Por qué todo esto no se termina? —preguntó Clara, con la voz quebrada por la desesperación. Su mirada estaba perdida en el horizonte, donde el sol comenzaba a esconderse tras las colinas.

Viktor la miró, su rostro tan tenso como el de ella, pero en sus ojos había algo más: una determinación sombría, como si estuviera buscando una respuesta que ninguno de ellos quería escuchar.

—Porque el mal nunca se rinde —respondió, su voz grave. —Pero nosotros tampoco lo haremos.

Kael, caminando al frente, no contestó. Sabía que lo que Viktor decía era cierto. El mal era persistente, como una sombra que nunca abandonaba, siempre acechando desde la periferia de sus vidas. Pero también sabía que, para detenerlo, debían encontrar algo más que sacrificio y poder.

De repente, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar ligeramente. No era un terremoto, sino una vibración distante, como si algo enorme estuviera acercándose.

—¿Qué es eso? —preguntó Clara, alarmada, mirando alrededor.

Antes de que alguien pudiera responder, una figura apareció en el horizonte, acercándose rápidamente. Era una silueta oscura, montada sobre una criatura que se deslizaba por el aire con una agilidad inquietante. La figura llevaba una capa negra que ondeaba detrás de ella, y la mirada de sus ojos, aunque oculta por la capucha, era lo único visible.

Kael se detuvo en seco, su respiración se aceleró. Algo en su interior le decía que esa figura no era un enemigo, pero su presencia era innegablemente peligrosa.

—Es él... —susurró Kael, la voz llena de un temor antiguo.

La figura se acercó más, su presencia envolviendo el aire con un aura de misterio. Finalmente, aterrizó ante ellos, la criatura que la montaba desapareciendo en una niebla tenue.

—Kael... —la figura habló, su voz suave y fría como el viento nocturno. —Has recorrido un largo camino, pero tu viaje no ha terminado.

Kael dio un paso adelante, su mirada fija en la figura, que ahora se descubría como un hombre de pie, con una capa que parecía absorber la luz misma. Su rostro estaba marcado por cicatrices, y en sus ojos brillaba una luz oscura, como si hubiera visto los límites del universo y hubiera quedado atrapado entre ellos.

—¿Quién eres? —preguntó Kael, su voz llena de desconfianza, pero también de una curiosidad inevitable.

La figura sonrió débilmente, y su mirada se deslizó hacia Viktor y Clara, reconociéndolos, pero sin darles importancia.

—Soy el susurro del viento, el eco que permanece después de la tormenta. Vine a ofrecerte lo que buscas, pero también a mostrarte lo que temes.

Clara dio un paso atrás, mirándose a sí misma con preocupación. No podía entender qué quería esa figura, pero algo en sus palabras la hizo sentir una creciente inquietud.

—¿Qué sabes de nosotros? —dijo Viktor, su tono desafiante, pero preocupado. —¿Qué quieres de nosotros?

El hombre se acercó un paso, sin prisa, sus ojos fijándose en los de Kael.

—Quiero lo que tú deseas. El fin de este tormento. El sacrificio ya se ha hecho, pero ahora es necesario algo más... algo que te permita alcanzar el equilibrio definitivo.

Kael frunció el ceño. Sabía que, aunque las palabras del hombre sonaban como una solución, también escondían un precio, y ese precio nunca era sencillo.

—¿Qué más podemos hacer? —preguntó Kael, sabiendo que la respuesta a su pregunta probablemente llevaría consigo una carga aún más pesada.

El hombre levantó una mano, como si quisiera calmar la ansiedad de Kael.

—Lo que necesitas es no solo lo que has dado, sino también lo que estás dispuesto a perder. El sacrificio final es el de tu propia alma. Solo cuando todo lo que eres se disuelva en la nada, solo entonces el equilibrio podrá ser restaurado.

El viento aumentó de intensidad, como si el aire mismo estuviera respondiendo a las palabras del hombre. Las hojas volaron a su alrededor, y el cielo comenzó a tornarse oscuro, como una nube que se formaba de repente, cubriendo el sol y sumiendo al grupo en una penumbra inquietante.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Clara, su tono entre miedo y furia. —¿Quieres que lo perdamos todo?

La figura, el susurro del viento, volvió a sonreír, pero esta vez con una amargura palpable.

—Todo lo que has hecho hasta ahora ha sido para llegar a este momento. El sacrificio es solo el comienzo. Debes decidir, Kael, si estás dispuesto a entregar lo último que queda en ti: tu alma, tu esencia misma, para que el mundo sea verdaderamente libre.

Kael sintió que su corazón latía con fuerza, pero no por miedo, sino por la comprensión brutal de lo que esto significaba. Había llegado al final del camino, y el precio era más alto que cualquier sacrificio que hubiera hecho antes.

—Y si me niego... —susurró Kael, incapaz de apartar la mirada de la figura.

—Entonces el ciclo continuará. El mal regresará, una y otra vez, hasta que todo se consuma. Solo aquellos dispuestos a perderse a sí mismos pueden detener lo que no puede ser derrotado por fuerza.

Un largo silencio se estableció entre ellos, el viento aún aullando a su alrededor. Clara y Viktor lo miraron, el peso de la decisión que Kael debía tomar palpable en el aire.

Finalmente, Kael cerró los ojos. Sabía lo que debía hacer. Sabía que no quedaba otra opción. Si quería que el mundo tuviera alguna esperanza, debía estar dispuesto a sacrificarse de una vez por todas.




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