El cielo estaba despejado, pero la calma era tan profunda que resultaba inquietante. La tierra bajo los pies de Kael ya no crujía, como si hubiera sido borrada, absorbida por la misma oscuridad que amenazaba el horizonte. Las sombras ya no eran sus enemigas, sino un reflejo de lo que quedaba de él: vacío y lleno de posibilidades por igual.
Kael se detuvo en medio de la senda, sus pensamientos una maraña de dudas y recuerdos. A su alrededor, el aire estaba quieto, denso, pero no pesaba sobre sus hombros como antes. De alguna forma, todo parecía estar en su lugar, como si el mundo hubiera esperado por este momento, el momento en que todo tendría sentido.
—Esto no es lo que imaginé —dijo Kael, sin saber si hablaba para sí mismo o para las sombras que aún rondaban el lugar.
La voz de Clara llegó desde atrás, suave pero clara, como una respuesta que se había quedado atrapada en el aire.
—¿Qué esperabas, Kael? ¿Una última batalla, un enfrentamiento glorioso? ¿Pensaste que todo terminaría con un golpe final?
Kael no respondió de inmediato. De hecho, no sabía si quería una batalla o un final limpio. Todo lo que había vivido había sido una serie de pasos que lo habían llevado aquí, hasta este preciso momento, en el que ya no quedaba nada por salvar ni por perder.
—No lo sé —respondió finalmente, con una mezcla de amargura y resignación. —Pensé que había un propósito en todo esto. Pero ahora…
—Ahora sabemos que el propósito no está fuera de nosotros, Kael —dijo Clara, acercándose hasta quedar a su lado. Su mirada era fija, como si también estuviera observando algo que no podía comprender completamente.
Kael suspiró y miró al cielo, como si buscara alguna señal, algún indicio de que todo lo que había hecho había valido la pena. Pero la única respuesta era el silencio. El mismo silencio que había estado acechándolos desde el principio.
Viktor apareció detrás de ellos, su figura oscura como la sombra de un árbol sin hojas.
—El eco del sacrificio no es una respuesta que busques afuera, sino dentro —dijo Viktor, con una calma que sorprendió a Kael. —Al final, siempre somos nosotros los que debemos aceptar lo que hemos perdido, y lo que aún podemos dar.
Kael se giró hacia él, el peso de esas palabras cayendo sobre él como una ola de comprensión tardía. Durante todo este tiempo, había creído que el sacrificio era un acto de dar, de ofrecer algo que uno nunca podría recuperar. Pero ahora entendía que no era solo eso. El sacrificio era una transformación interna, un proceso de aceptar lo irreparable y seguir adelante, con la verdad desnuda, aunque ya no fuera capaz de verla de la misma forma.
—¿Es esto lo que realmente queríamos? —preguntó Kael, su voz quebrada, como si cada palabra tuviera un peso mayor que el anterior.
Clara y Viktor no respondieron. El silencio volvió a llenar el espacio, pesado, pero ahora menos inquietante. Era un silencio que sugería algo más, algo que aún estaba por suceder.
Kael dio un paso hacia el borde de la senda, donde la tierra se encontraba con el abismo de lo desconocido. Podía sentir el eco de las decisiones pasadas resonando en su pecho, como si todas las vidas que había tocado, todos los momentos que había dejado atrás, estuvieran convergiendo en ese punto.
En ese instante, Kael entendió que el sacrificio no solo implicaba lo que había perdido, sino lo que aún quedaba por dar. La oscuridad no había sido su enemigo; la oscuridad había sido su espejo, el reflejo de todo lo que no se atrevía a enfrentar. Y ahora, al mirarla de frente, sabía que ya no quedaba lugar para más dudas.
El eco del silencio era su última lección. Lo que había pasado, había pasado. Y lo que venía no se podía cambiar. Lo único que quedaba era aceptar, abrazar, y, finalmente, soltar.
Kael cerró los ojos por un momento. Sabía que el final estaba cerca, no porque el mundo hubiera dejado de moverse, sino porque él ya había cambiado. Había sido transformado por el viaje, por las sombras y las luces, por el sacrificio y la verdad que había descubierto.
—Estamos listos —dijo Kael, con una certeza que solo pudo encontrar después de haberse enfrentado a la oscuridad.
Clara y Viktor asintieron, y en ese instante, sabían que la última parte de su viaje ya no dependía de la lucha, sino de la aceptación. El silencio ya no era algo que los amedrentara, sino una paz que solo los valientes podían encontrar.
En un suspiro, el viento comenzó a moverse nuevamente, y con él, la respuesta que tanto habían buscado. Ya no quedaba nada más que hacer, salvo avanzar.
Y así lo hicieron.