Las Sombras de un Inmortal

El Último Despertar

La oscuridad era ahora su aliada, no su enemiga. Kael la entendía de una forma que nunca creyó posible, como si la hubiera abrazado finalmente, aceptándola en su ser. El camino que había seguido había sido largo, tortuoso, pero al mismo tiempo, revelador. Había descubierto quién era, no por lo que había perdido, sino por lo que había dejado de ser.

El viento soplaba suavemente a través de las montañas, trayendo consigo el eco de un pasado que aún retumbaba en su mente. Pero Kael ya no se dejaba arrastrar por las sombras de esos recuerdos. Sabía que el final estaba cerca, pero no por eso sentía miedo. La paz que había buscado durante tanto tiempo ya la llevaba consigo, como una parte de su alma que había dejado de temer a la oscuridad.

Al fondo, más allá de las rocas y el mar de niebla, había algo. Una luz tenue, como una estrella a lo lejos, brillando con una calma imponente. Kael no podía explicarlo, pero sabía que esa luz representaba algo más que solo la esperanza. Era el lugar donde todo debía terminar. La respuesta estaba allí, y debía llegar solo, sin acompañantes, sin distracciones.

Clara y Viktor lo miraron en silencio, sin palabras que pudieran detenerlo. Había llegado hasta allí por su propio esfuerzo, por sus propias decisiones. Ellos también lo sabían: el viaje que los había unido había llegado a su fin. Kael ya no era el mismo, ni ellos. Ya no era una cuestión de lucha o sacrificio, sino de trascendencia.

Kael caminó, paso a paso, hacia esa luz lejana. Mientras avanzaba, el sonido de su respiración se entrelazaba con el viento, como un susurro del destino. Cada paso lo acercaba a esa verdad inquebrantable que había eludido por tanto tiempo.

A medida que se acercaba, la luz se hacía más intensa, pero al mismo tiempo, menos tangible. No era una luz física, ni un resplandor brillante, sino una sensación, una vibración que recorría todo su ser. Era como si estuviera caminando hacia el centro de su alma, hacia el corazón mismo de su existencia.

El eco de su paso resonaba en el aire, y en ese silencio profundo, Kael comenzó a recordar. Recuerdos de luchas, de sacrificios, de momentos de desesperación, pero también de momentos de amor y esperanza. Todos esos momentos, todas esas piezas que componían su ser, estaban ahora ante él, fusionándose en algo único. El Kael que había sido, el Kael que era, y el Kael que sería.

Cuando finalmente llegó a la luz, no se detuvo. Se adentró en ella sin vacilar, sin mirar atrás. No necesitaba saber qué sucedería a continuación. Sabía que era el momento de entregarse por completo. El último despertar no era algo que se pudiera controlar, solo aceptar.

Y al hacerlo, la luz no cegó, sino que envolvió. Era un abrazo cálido, profundo, como si todo el universo lo estuviera recibiendo, reconociendo su sacrificio y su verdad.

En ese instante, Kael comprendió que la oscuridad no era el fin. No era el enemigo. Era la llave para alcanzar la comprensión. La vida, la muerte, el sacrificio, el amor, todo se fusionaba en una sola verdad: solo cuando uno se libera del miedo, solo cuando acepta todo lo que es, puede encontrar la paz verdadera.

La luz se desvaneció, y con ella, Kael desapareció de aquel lugar. Pero en su interior, una nueva esencia brillaba, no como un faro distante, sino como la verdad que había encontrado en su propio ser.

Y cuando los demás llegaron al borde de la luz, no encontraron su cuerpo, ni su sombra. Solo el eco de su presencia, una resonancia en el aire que hablaba de una libertad sin fin.

El viaje había llegado a su fin, y lo que quedaba no era un final, sino un comienzo eterno.




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